Un hombre y una mujer toman whisky y fuman a la orilla de un río. Son RL y
June, dos de los pilares de la última novela de Kevin
Canty, Todo. RL está divorciado, tiene una tienda de
pesca y organiza excursiones por el río. Su vida ha llegado a punto muerto y
siente como es incapaz de conectar con otro ser humano. Tampoco con Layla, su
hija, estudiante con malas pulgas que durante la novela reformulará la relación
con su padre. Y, por último, tenemos a June, mujer de Taylor. RL y June toman
whisky, como lo hacen una vez al año, en homenaje a Taylor, fallecido hace once
años.
La escena de apertura resulta representativa del resto de la novela a
varios niveles. Primero, en cuanto a ambiente y escenificación: Canty retrata,
en un primer momento, un paraje agreste, pero que nada tiene que ver con los
mostrados en otras novelas similares. Aquí se esboza una dicotomía entre campo y
civilización – “RL oía los camiones que pasaban por la interestatal […] Aquel
sonido siempre le hacía sentirse solo, pensar en aquella autopista, toda aquella
noche americana allí fuera” (pág. 10) – de la que surge una incomodidad común en
todos los personajes. El debate entre el aquí y el en cualquier
otro lugar. La necesidad de escapar, de huir, en cualquier dirección.
Conformarse y quedarse en el mismo sitio de siempre, en casa, lo que llamamos
hogar. Y, después, la soledad.
Ese primer capítulo resulta revelador también en lo referente al estilo de
Canty. Frases cortas, secas, en ocasiones cortantes como el frío que deben
soportar sus protagonistas. Resulta evidente la similitud con Raymond
Carver, si bien en Todo, Canty se aleja de esa semejanza
mediante amplias digresiones líricas e incursiones en el pensamiento de los
protagonistas.
Es en
ese contraste entre los pasajes líricos y los diálogos secos y parcos donde
Canty consigue uno de los grandes efectos de la novela
El autor utiliza un narrador omnisciente muy versátil, que relata la vida de
todos los protagonistas pero que, constantemente, se acerca a ellos en un estilo
indirecto libre que dota a estos pasajes de una gran proximidad, candidez y
dramatismo. Es en los diálogos, sin embargo, cuando Canty nos priva,
súbitamente, de ese narrador omnisciente, echa mano de la escuela
Carver, y nos presenta unos diálogos entrecortados, elípticos, cuyos
silencios y titubeos dicen más que las propias palabras – no en vano, casi nadie
en Todo parece conseguir encontrar las palabras adecuadas, como si el
lenguaje no bastara para expresar los sentimientos, como si hablar fuera
simplemente una burda aproximación. Es en ese contraste entre los pasajes
líricos y los diálogos secos y parcos donde Canty consigue uno de los grandes
efectos de la novela.
Los protagonistas introducen, a su vez, a más personajes, que forman una
constelación, un engranaje donde cada pieza mueve a otra pieza hasta que alguien
colapsa y, de repente, todo se detiene. No en vano, la novela trata de personas
que buscan a personas, de manos que tientan en la oscuridad –o en la blanca
nieve- para encontrar otras manos que le ayuden a uno a sobrellevar lo vivido:
“todo lo que necesitamos es en corazón latiendo a nuestro lado” (pág. 78),
reflexiona RL. Así, Layla pronto nos dará a conocer a Edgar, empleado de su
padre en la tienda de pesca, y que le cambiará la vida para siempre. Y RL
buscará una segunda oportunidad en Betsy, un amor de juventud, ahora casada, con
hijos, y gravemente afectada por un cáncer terminal.
La acción en gran parte de la novela ocurre con una cierta calma, con una
quietud que, sin embargo, se precipita en la tercera parte, donde las tramas de
cada uno de los pilares – RL, June, Layla- estallan y avanzan hacia el final,
como el río donde RL pesca y que describe, simbólicamente, personajes y tramas
de la novela, con sus remansos serenos y sus cascadas insospechadas. RL y su
búsqueda fracasada de la felicidad en México; June y la venta de su casa como
olvido del pasado; Layla con el descubrimiento de la maternidad. Todos ellos
buscan la redención en un acto que, finalmente, resulta en vano. En las últimas
páginas de la novela, sin embargo, Canty hace converger las tramas en un solo
escenario, y es entonces cuando ya ninguno de los tres espera nada, cuando
encuentran la esperanza. En la persona no esperada.
Y es que Todo trata de cómo vamos agotando posibilidades y al final,
cuando parece que no queda nada más, aún existe esperanza. “La vulnerabilidad,
el cambio, las posibilidades que se abren. A June le encantaba todo eso. Era
como si nada pudiera cambiar hasta que era demasiado tarde, pero luego, en el
último minuto, todo fuera posible” (pág. 102). Todo parece estar a punto de
funcionar, el tacto de una mano amiga a nuestro alcance, pero luego todo se jode
por nuestra culpa. Pero al final, cuando parece que ya no queda nada, sucede que
todo está por empezar.