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Retrato de Ruy González de Clavijo (fuente: wikipedia)

Retrato de Ruy González de Clavijo (fuente: wikipedia)

    NOMBRE
Nicanor Gómez Villegas

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Villasevil de Toranzo (Cantabria, España), 1969

    BREVE CURRICULUM
Director del Colegio Mayor Universitario Isabel de España (Universidad Complutense, Madrid), realiza colaboraciones en prensa y revistas especializadas. Es Doctor en Historia Antigua y Máster en Filología Hispánica. Amplió estudios en centros especializados de Roma, París, Bonn y Dublin. Su área de investigación es la Antigüedad Tardía. Ha publicado el libro Gregorio de Nazianzo en Constantinopla. Ortodoxia, heterodoxia y régimen teodosiano en una capital cristiana (Madrid, 2000)




Tribuna/Tribuna libre
Hacer el cafre
Por Nicanor Gómez Villegas, martes, 1 de junio de 2010
En la novela de P.C. Wren Beau Geste se llamaba le caffard a la locura que se apoderaba de los soldados de la Legión Extranjera francesa perdidos en las inmensidades del desierto del Sahara. La palabra cafre llega al castellano desde el portugués cáfer, que a su vez la tomó del árabe clásico kāfir, “infiel”, “descreído”, “pagano” aunque existía ya un procedente en nuestra lengua, pues el viajero madrileño Ruy González de Clavijo había naturalizado esta palabra en castellano en su Embajada a Tamorlán como cafares: “é cafares decian ellos por los Christianos, que quiere decir gente sin ley”.
La palabra árabe kāfir podría significar literalmente “pueblerino”, si se la considera un derivado de kafr, “pueblo”, una palabra que hebreos y árabes tomaron del arameo (la lingua franca del Creciente Fértil durante siglos) kaprā, “pueblo”. El hebreo tiene una palabra análoga que es koffer o kefar. El significado del nombre de Cafarnaúm, una localidad mencionada varias veces en las Escrituras, es precisamente “pueblo de Nahum” (Caper Nahum). Debido al tumulto descrito en el Evangelio (Marcos 1.32-33) “Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta”, ha llegado hasta nosotros una expresión ya muy poco utilizada que hace referencia al barullo o tropel ocasionado por una multitud: “aquello era un Cafarnaúm” (acentuado en la u, donde ponemos la tilde; compruebo con alegría que el ordenador reconoce la palabra).

Los kāfir (o paganos) solían estar confinados en las aldeas y en las zonas más apartadas de las vías de comunicación; el Kafiristán de los límites de la India Británica llevaba ese nombre porque para los musulmanes de Persia y de la India era una “tierra de infieles”. Resulta interesante recordar que los cristianos llamaban a los no creyentes paganos, precisamente porque éstos vivían en los pagi, las aldeas apartadas, tal vez debido a la resistencia que los campesinos ofrecían a la nueva fe cristiana, firmemente establecida en los centros urbanos.

En castellano la palabra no tiene connotaciones raciales ni se hace con ella referencia alguna al color de piel; la palabra se aplica a alguien “bárbaro”, “cruel”, “zafio”, “rústico”

Otra raíz semítica de la que podría derivar kāfir es k-p-r / k-f-r, “cubrir”, origen de un verbo del árabe preislámico que hacía referencia a la labor de los campesinos plantando semillas. Por consiguiente, de acuerdo con esta teoría, la palabra kāfir tendría la noción de “alguien que oculta algo” y en un contexto islámico “una persona que rechaza el Islam”, es decir “alguien que oculta la verdad”.

Según el DRAE un cafre es un “habitante de la antigua colonia inglesa de Cafrería, en Sudáfrica”. Los británicos utilizaron la palabra kaffir como un equivalente de pagano (heather) para referirse a los pueblos bantúes de África del Sur, de donde procede la manera de referirse por extensión a los negros de África meridional, con independencia del pueblo al que pertenecieran. Fue allí precisamente donde Mohandas Karandach Gandhi tomó conciencia de su condición de indio cuando un revisor de los ferrocarriles sudafricanos lo expulsó a patadas de un vagón de primera llamándolo kaffir.

En castellano la palabra no tiene connotaciones raciales ni se hace con ella referencia alguna al color de piel; la palabra se aplica a alguien “bárbaro”, “cruel”, “zafio”, “rústico”. Pero, ¿de dónde llegaron estas connotaciones al castellano, directamente desde el árabe o a través del portugués o el inglés? ¿Podría haber influido en esa especialización de la palabra las truculentas noticias de la prensa del XIX acerca de los enfrentamientos de los europeos con los nativos de África del Sur? Por el momento no tenemos respuesta a esta pregunta, pero seguiremos con nuestras pesquisas. 
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