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miércoles, 15 de julio de 2009
El misterio de la felicidad (Renacimiento), antología de Miguel D’Ors
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[12260] Comentarios[0]
Acabé “El misterio de la felicidad” (Renacimiento, 2009) en apenas 24 horas embargado por la tristeza de terminar, y a la vez profundamente feliz y reconciliado no sé muy bien con qué, quizá conmigo mismo. Y de repente el título del libro adquirió un esplendoroso y rotundo significado. Leyendo junto a Ella en la piscina los poemas de Miguel D’Ors, había logrado atisbar el sencillo misterio de la felicidad
Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Desconozco si alguno de ustedes lo sabe, pero soy poeta. Bueno, quizá convenga no exagerar, y dejarlo en que a punto de cumplir 45 años, soy autor de algunos libros supuestamente del género (¿la poesía un género?) que llevan mi nombre en la cubierta. He tenido, además, la enorme fortuna de contar a lo largo de mi vida con buenos amigos poetas y escritores, y algunos de ellos incluso han tenido la generosidad de escribir sobre lo que he escrito. Antonio Gamoneda, González Iglesias, Jorge Riechmann, Álvaro Pombo, Dámaso López García le ponen nombre a algunos casos. Le doy gracias infinitas a los dioses por la generosidad no cuantificable que han tenido para conmigo, generosidad que yo nunca me he otorgado a mí mismo, pues mi escritura poética lo cierto es que no me invita a la relectura lo más mínimo, quizá porque me la sé a ella y a sus senderos de memoria.

La cuestión es que a punto de tener en mis manos un nuevo libro poético con mi nombre sobre el título, hace semanas, quizá uno o dos meses, me impuse el descanso de no leer poesía con el fin de intentar limpiar a fondo la sentina de mi caletre poético. No me ha sido muy difícil lograr el objetivo, y en descansos y viajes he llevado en el macuto libros de los distintos géneros que más me agradan, casi nunca cuentos o novelas.

Este último fin de semana lo he pasado en un Madrid que ofrecía un calor de país subdesarrollado. Imposible la subsistencia civilizada en la capital del reino sin el alivio del aire acondicionado o la humedad urbana y domesticada de la piscina. Como uno es un señorito de provincia señoritinga, la verdad es que mis momentos de veraneo madrileño encuentran el acicate hermoso y sibarítico de los aires fríos husmeando el piso, y las humedades olímpicas de piscina lujosa y nueva. ¡Vamos, que no me puedo quejar!

En una de las varias escapadas a las zonas más transitadas de la ciudad, tuve la oportunidad de recalar en una librería que suelo visitar bastante. La librería no es nada del otro jueves, pero sí disponen de las novedades que aún tardarán en llegar una o dos semanas a Santander, y además tiene dos cómodos sillones en los que hacer tiempo hojeando libros bajo la caricia del aire acondicionado. Me dirigí directo a la poco lustrosa y bastante esquelética sección de poesía, y me fijé en un segundo en un único ejemplar de la ejemplar colección de antologías que edita la sevillana editorial Renacimiento, colección que nació en el año 2002 y que baratas, muy manejables, bien impresas y con un diseño cuidado y muy atractivo, constituyen a mi entender un ejemplo estupendo de cómo debe editarse poesía acorde a las tres bes: bueno, bonito y barato.

El libro en cuestión llevaba por título El misterio de la felicidad (Renacimiento, 2009), 268 páginas de poemas de Miguel D’Ors antologados y presentados por Ana Eire. No, nunca había leído un poema de Miguel D’Ors, y lo sé porque lo hubiera recordado. Sí, sabía quién era el poeta, incluso algo de sus andanzas y biografía, de las que dejó aquí algunas trazas, por si son de algún interés para alguien:

Miguel D’Ors nació en Santiago de Compostela en 1946, hijo del jurista Álvaro D’Ors y nieto del pensador Eugenio D’Ors. Miguel, además de poeta, es doctor en Filosofía y Letras, especializado en Filología Románica, por la Universidad de Navarra donde trabajó como profesor entre 1969 y 1979. Hoy es profesor de Literatura Española en la Universidad de Granada y está considerado por la crítica especializada como uno de los referentes básicos de la poesía española contemporánea, destacando su dominio técnico de las formas y su certera ironía con la que trata los temas que le son más personales: el paso del tiempo, la infancia sus paisajes y personajes, la cotidianeidad en el amor, la recreación de los sueños imposibles, la sensación de fracaso personal... Sus poemas están traducidos al inglés, francés, portugués, alemán, ruso, armenio y polaco, y como ensayista es un buen conocedor de la obra de Manuel Machado, Rafael Morales o la poesía modernista.

Todo esto lo puede encontrar el lector, como yo lo he hecho, invirtiendo unos segundos navegando por internet. Pero lo que quiero decir es que comencé a leer por encima algunos poemas y que, de inmediato, sentí una punzada feliz al reconocer el tipo de poesía que me gusta leer, el tipo de poesía que me gustaría (imposible) escribir. Es más, ahí estaban muchos de los temas que me hubiera gustado llevar a mi a la poesía: la tardes de la infancia viviendo aventuras a la vez ciertas e imposibles, la presencia de los seres a los que amamos sin apenas saberlo, los sueños de western y selvas, el irónico reconocimiento del funcionariado vital en el que uno suela estar inmerso, la quiebra de los sueños de juventud sin excesiva amargura y una pizca de tristeza... Me senté en el cómodo sillón más cercano y mientras la esperaba a Ella comencé a leer. Al poco me vinieron a buscar, compré el ejemplar y pasé el fin de semana devorando los poemas junto a la piscina, o tumbado en el sofá del descanso vacacional, leyéndole no pocos poemas a Ella, quien incluso me pidió relecturas y comentarios.

Acabé el libro en apenas 24 horas embargado por la tristeza de terminar, y a la vez profundamente feliz y reconciliado no sé muy bien con qué, quizá conmigo mismo. Y de repente el título del libro adquirió un esplendoroso y rotundo significado. Leyendo junto a Ella en la piscina los poemas de Miguel D’Ors, había logrado atisbar el sencillo misterio de la felicidad. Y el recuerdo de los poemas leídos en voz alta, el del sonido del agua azul y verde roto por el chapuzón aventurero de los niños, el de los pies morenos y relajados de Ella dándole color al verde frondoso de los arbustos..., todos estos recuerdos que son uno sólo, ya forman parte de mi propia felicidad misteriosa para siempre jamás.

Como en breve cumpliré 45 años, les dejo aquí con uno de los poemas de D’Ors en este libro antologados y que, por razones creo que obvias, me he visto en la necesidad de releer y releer. El misterio de la felicidad (Renacimiento, 2009) de Miguel D’Ors, o un pellizco de vida vivida con verdad poética y consciente.

Miguel D´Ors: El misterio de la felicidad (Renacimiento)

Miguel D´Ors: El misterio de la felicidad (Renacimiento)


Quod erat demonstrandum

Nel mezzo del cammin di nostra (bueno,
ya sé que a estas alturas
—año 44 de mi vida—
este comienzo peca de notorio optimismo,
pero también es cierto
que nadie negará su calidad estética,
comprobada a lo largo de casi siete siglos,
y como, encima, corren vientos culturalistas
y céfiros sutiles
de intertextualidad, miel sobre hojuelas);
como estaba diciendo, a estas alturas
en que ya tengo claro, irreversiblemente,
lo que nunca seré,
o, con otras palabras, habiendo descubierto
que Dios no me introdujo en Su Creación
para ser el primero de la clase, ni el hijo
que mis padres soñaron, ni el hermano modelo;
con certeza absoluta
de que el papel (ahora un ligero toque
calderoniano) que me fue asignado
en este Gran Teatro
por su Divino Autor no era el de campeón
olímpico de nada, ni el de buen alpinista
—y mira que lo siento—,
ni el de príncipe azul de la que es mi mujer
(ni, por lo visto, de ninguna otra),
ni el de papá perfecto; ya sabido
definitivamente
que tampoco nací para ser un maestro
de la Filología, ni siquiera —según
consta en cierto expediente más o menos gallego
(aunque no de Galicia, y yo me entiendo)—
un mero catedrático de una Universidad
pobre, torpe, mezquina y, por si fuera poco,
además española,
y que a la Poesía —libros cantan
(es un decir, porque cantar, lo que se dice
cantar, poquita cosa)—
le soy perfectamente prescindible;
y no teniendo grandes
(ni siquiera medianas) perspectivas
en el corto horizonte que me espera
(porque mucho me temo que la nieve
de Wyoming se quede como estaba
y que a los yanomanis tenga que seguir viéndolos
silenciados, inmóviles y planos
en National Geographic,
y en cuanto al jazz, es superimposible
que llegue a parecerme —ni a cincuenta kilómetros
de distancia— a Louis Armstrong, Duke Ellington o el Pájaro,
sin olvidar el conocido hecho
de que a todas mis buenas intenciones
les sale siempre al paso miguel d’ors
y lo echa a perder todo),
no le encuentro a mi vida otro motivo
(la causa, en escolástico, finalis),
otra razón de ser, otro sentido
que cumplir el designio
que Dios trazó desde antes del comienzo del tiempo
—Él sabrá Sus porqués—
de soltar por el mundo a un tontolaba
químicamente puro.
Designio inescrutable y sagrado, que acepto,
alabo y agradezco. Y que, modestia aparte
pero franqueza no, no voy siguiendo
del todo mal: cuando la muerte venga
—ahora Jorge Manrique— a llamar a mi puerta,
por lo menos podré decir: «Misión cumplida:
fui el fracaso perfecto.»

23-II-1990 

***

Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-LIBRO: Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009).

-PELÍCULA: Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009).

Más de Stieg Larsson:

-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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