Michael Jackson, todo un mamarracho de libro cuya muerte, entre tanto paroxismo, ha provocado exégesis perfectamente subnormales, que le apoltronan como un “genio de la música contemporánea”, como un ser humano bondadoso y entrañable, como un filántropo entregado al bien común, y como un ejemplo a seguir por los de su raza, quienes han llorado océanos de lágrimas conmovidas o histéricas tras su desaparición. Y sin embargo, la realidad palpable, visible para cualquiera con dos dedos de frente moderna que no desee permanecer postmodernamente ciego, es que Michael Jackson era un débil mental empeñado en su propia ridícula caricatura
Juan Antonio González Fuentes
La postmodernidad es un estado de ánimo que parece brotar del resentimiento. Un estado de ánimo por el que, desde hace décadas, se han puesto cabeza abajo los valores heredados de la Modernidad con el pavoroso, demagógico, masificador y fascinante fin no ya de que todo valga por igual, sino de que, al menos en apariencia mediática, valga y brille como valioso lo que antes, según los antiguos valores ahora subvertidos y confundidos, se consideraba morralla. Y todos aplaudimos con vehemencia el nuevo estado de ánimo general a la espera de nuestros anhelados minutos de gloria televisiva y mediática, deseando que nuestra mediocridad y fealdad alcancen la gloria de su difusión pública sin ningún pudor, sin el encorsetamiento burgués e idiota de ningún viejo recato. Y mientras el poder verdadero, siempre élite autogestionada al margen de las modas más modas, contempla con una sonrisa de satisfacción el espectáculo que somete a sus dictámenes aún más a la sociedad de masas, que la hace más plebe si cabe, y plebe, para regocijo postconceptual de la postmodernidad, orgullosa de serlo hasta el espasmo alucinado.
Esta realidad social y cultural es la que aplaude y contempla embelesada la construcción industrial de ídolos, de héroes públicos y populares con materiales y biografías que precisamente en su esencia deleznable encuentran el corazón palpitante e íntimo de su valor intrínseco. Se trata, por ejemplo, de encumbrar como orador a alguien que no sabe hablar, o de otorgar el status de genio musical a alguien que no sabe música. Y estos encumbramientos, locales, nacionales o universales, basan su enorme éxito y potencial en ofertar la posibilidad postmoderna y progre por excelencia, es decir, cumplir los sueños colectivos de la plebe posibilitando el sueño disparatado, alucinado y, sobre todo, alucinante, de un individuo. A lo colectivo por lo individual. ¿Quién te ha dicho que no puedes ser conceptuado como un gran escritor por el mero hecho de no saber escribir? ¡Eso querido amigo es fascismo puro!, ¿quién dicta las reglas?, ¿es más, por qué tiene que haber reglas?, ¿por qué va a ser más valiosa la Novena de Beethoven que el sonido de un pedo? Pienso sin ir más lejos en Belén Estebán, una perfecta analfabeta funcional, epítome descarado de la más rotunda zafiedad, materialización sistemáticamente recompuesta de la Nada, de profesión sus idioteces, convertida en producto mediático nacional de primer orden para consumo de masas aspirantes a ser Belenes Esteban.
Michael Jackson muestra a su hijo en 2002 (vídeo colgado en YouTube lwbard)
O en una plano cósmico pienso en Michael Jackson, todo un mamarracho de libro cuya muerte, entre tanto paroxismo, ha provocado exégesis perfectamente subnormales, que le apoltronan como un “genio de la música contemporánea”, como un ser humano bondadoso y entrañable, como un filántropo entregado al bien común, y como un ejemplo a seguir por los de su raza, quienes han llorado océanos de lágrimas conmovidas o histéricas tras su desaparición. Y sin embargo, la realidad palpable, visible para cualquiera con dos dedos de frente moderna que no desee permanecer postmodernamente ciego, es que Michael Jackson era un débil mental empeñado en su propia ridícula caricatura, un tarado cuya sola hortera transformación física constituye en sí misma una ofensa radical a la raza negra, un tipo que visitó varias veces los juzgados de su país acusado de pederasta, un drogadicto que ha muerto seguramente por sobredosis, un tipo que no sabía sacarle cuatro acordes decentes a ningún instrumento, todo un “genio musical” que no sabía hacer la o con un canuto sobre las cinco líneas de un pentagrama.
Una famosa obra de teatro de gran éxito hace ya años en España llevaba por título Yo me apeo en la próxima ¿y usted? A lo que visto lo visto sólo me cabe contestar: ¡No, yo en marcha! Definitivamente soy un reaccionario.
Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:
-LIBRO: Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009).
-PELÍCULA: Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009).
Más de Stieg Larsson:
-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)
-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.