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lunes, 20 de abril de 2009
Picasso, Pancho Cossío y Jesús Pardo
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[8018] Comentarios[2]
Pancho Cossío mismo era así. Le recuerdo bajo, cuadrado, cojitranco, lento de ademanes y palabras, retranqueo de reflexiones y rápido de palabra e ingenio. Reservón y franco al tiempo, y con una finura instintiva y una servicialidad y una sociabilidad cautas y discretas. Más serio que jocoso y con gran capacidad de hastío


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Me cuenta el escritor Jesús Pardo, quien acaba de publicar el tercer y último volumen de sus memorias, Borrón y cuenta vieja (RBA), las siguientes anécdotas sobre dos pintores, el cántabro Pancho Cossío y Pablo Picasso.

“Con Pancho Cossío entramos en terreno más racional. El mar, su tema favorito, o uno de ellos, y casi siempre turnerianamente, o sea, como en el acto de desaparecer, aunque su sutileza de indecisión entre agua y niebla sea en Pancho Cossío más de pana gorda, por serlo también la cultura marina montañesa. Y Pancho Cossío fue siempre fiel a su tierra incluso en los detalles y los destellos más aparentemente nimios. Recuerdo mal su marina que más me gusta: es demasiado difusa de contornos y completamente muda de colores. Pero el ambiente que en ella se refleja me parece respirar eso que Baudelaire, me parece que fue Baudelaire, define como luxe, calme, volupté, un lujo campesino, una calma pasiega, una voluptuosidad pejina, pero cada ambiente da lo que puede, y lo que Baudelaire veía en parisino decimonónico, Pancho Cossío lo veía en burgués montañés de un siglo más tarde. Las barajas, contra el tedio; los respaldos de rejilla como puntal contemplativo, y un hondo suspiro de contento que lo impregna todo. Estas descripciones mías, basadas en recordatorios fotográficos insuficientes, me permiten reservarme el derecho a corregirme o adaptarme sobre la marcha ante fotos mejores, como me han prometido poner en esta sala. Pero para mí lo fundamental en este caso no son los colores, sino las sensaciones mnemónicas.

Pancho Cossío mismo era así. Le recuerdo bajo, cuadrado, cojitranco, lento de ademanes y palabras, retranqueo de reflexiones y rápido de palabra e ingenio. Reservón y franco al tiempo, y con una finura instintiva y una servicialidad y una sociabilidad cautas y discretas. Más serio que jocoso y con gran capacidad de hastío.

Debía vivir cerca de Santa Lucía, porque le recuerdo, el último año de mi vida en Santander, que sería hacia el 1948, junto con el resto de la tertulia, recalando en Santa Lucía a última hora de la noche, recién cerrado el café, donde nos reuníamos, que, me parece, era el Áncora, y allí se despedía él de nosotros. De los demás contertulios, entre quienes únicamente recuerdo a González Echegaray, el experto en lingüística africana, y especialmente bantú, y a Chente Carredano, el gran amateur, sumido entonces en una novela que, según Carlos Salomón, iba a ser la mejor del mundo y luego se quedó en un librito de apenas diez páginas de las que sólo he leído el título, que era Un hombre sin caballo.

Pancho Cossío descollaba de todos nosotros por su gran fuerza intelectual, más instintiva que sabia. Fue un gran pintor, sin el menor género de dudas, y un tremendo personaje.

Recuerdo una frase desdeñosa, de Manolo Raba, en respuesta a una pregunta mía:

-Cossío, como tantos otros, pierde el tiempo yéndose por las ramas y tratando de ahondar en cosas que no tienen más que superficie.

Ambos: Raba y Cossío, tenían razón en igual medida, y por idénticas razones.

Jesús Pardo: Borrón y cuenta vieja (RBA Libros, 2009)

Jesús Pardo: Borrón y cuenta vieja (RBA Libros, 2009)

En Madrid, donde Pancho Cossío tenía un estudio en el edificio de la prensa en Callao, fui una vez con un coleccionista norteamericano que quería comprar un cuadro suyo y se enamoró de una gran marina tormentosa que Cossío estaba terminando en aquel momento. No recuerdo si la compró o no, pero sí que, a la pregunta de cuánto costaba, Pancho respondió cuarenta mil pesetas. Doy este dato, que recuerdo perfectamente, por su posible interés: éste era su precio entonces, hacia 1953, y ahora ese mismo cuadro valdría, supongo, entre ocho y doce millones de pesetas.
Estando yo en Londres apareció de pronto por allí y vino a verme a mi casa, donde me enseñó una serie de herramientas de cortar y tallar madera que había estado comprando, “porque”, me dijo, “quería hacer escultura en madera”, y me prometió mandarme la primera que hiciera. Murió poco después, creo, de modo que no tuvo tiempo de cumplir su promesa. Y no recuerdo si llegó a hacer alguna de esas esculturas.

De su estancia en París recuerdo que me contó esta anécdota picassiana, cuya veracidad me garantizó:

En la tertulia de pintores españoles que él frecuentaba allí apareció un día un joven español, muy prometedora su pintura y muy afable su carácter, que a todos les cayó simpático y acababa de llegar de Madrid y entregado varios lienzos suyos a un buen marchante parisino, con promesa formal de responderle en un par de semanas.

-Pues ándate con cuidado –le advirtió uno de los contertulios-, porque eso quiere decir que va a enseñar tus cuadros a Picasso, que es muy ruin con los jóvenes pintores españoles, y le dirá que no le gustan, y entonces estás perdido, porque aquí los marchantes, en esos casos, hacen lo que Picasso les diga.

El joven, muy angustiado, pues de aquel marchante dependía su porvenir, se puso el traje de los domingos y fue a ver a Picasso, quien le recibió sin dificultad en su casa, y él, entonces, con muchísimo respeto, le dijo algo así como esto:

-Don Pablo, me han dicho que cuando algún marchante le enseña cuadros de jóvenes pintores españoles, Usted se encoge de hombros con desdén y dice: Moi, je connais mes espagnols, y entonces el marchante devuelve los cuadros al desdichado que se los entregó. Yo no lo creo, don Pablo, porque me consta que Usted es un caballero, pero únicamente quería decirle, por si acaso, que si Usted dijera una cosa así al marchante Fulánez, donde yo he dejado unos cuadros míos, y éste me los devolviera, yo a Usted lo mato. Pero de veras: lo mato, y me da igual que luego me guillotinen.

Picasso, según Pancho Cossío, vio los ojos de desesperación del joven, y los tremendos músculos de sus bíceps, y cogió miedo, y cuando el marchante en cuestión le enseñó sus cuadros y le pidió su opinión, él se limitó a sonreír con indulgencia y a decir algo así como: ‘Bueno, pues sí, no están mal’.

-Y nuestro amigo –concluyó Pancho Cossío su anécdota-, expuso en la galería de este marchante.

Esta anécdota yo se la conté hace tiempo al gran especialista norteamericano en Picasso, Richardson, autor de una gran biografía del pintor, cuyo tercero y anteúltimo tomo acaba de salir, y él me comentó que no conocía la anécdota, pero la creía:

-Picasso –vino a decirme-, fue un genio, sin duda, pero no una buena persona.

Añadiendo que pudo haber salvado la vida a su gran amigo, el escritor judío-francés Max Jacob, que murió en un campo de concentración alemán durante la II guerra mundial, y no lo hizo. ‘Le habría bastado’, concluyó Richardson, ‘con pedirles personal y oficialmente su libertad a los alemanes’.”

***


Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-Álvaro PomboVirginia o el interior del mundo (Planeta, 2009)

-Clint EastwoodGran Torino (2008)


Comentarios
20.04.2009 16:47:54 - Admin



Ok


22.02.2012 0:29:50 - lorena molina













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