Un día de un año de un siglo como el XIX, un buen amigo del novelista
Honoré de Balzac entró en la parisina habitación de trabajo de éste sin anunciarse previamente. El escritor, enfrascado en su trabajo, apenas reparó en el visitante, tal era su concentración cuando escribía sus pródigas historias. Durante unos momentos que al visitante se le hicieron eternos, Balzac continuó garabateando palabra tras palabra con su pluma mojada en tinta negra en un folio blanco. De repente, y sin que ningún hecho externo ayudara a explicar la reacción, Balzac se incorporó de golpe arrojando al suelo la silla en la que había estado sentado, y dirigiéndose agitado hasta donde sorprendido se encontraba su amigo, lo agarró del brazo presa de una turbación incandescente, y con lágrimas en los ojos alzó la voz conmovida: ¡Qué espanto, la
duquesa de Langeais ha muerto!
El visitante fijó su mirada atónita en la faz desencajada de su amigo, y de forma inconsciente, en su mente buscó y rebuscó en la confusión del momento para ponerle rostro a la desdichada duquesa. El amigo de Balzac, desde hacía muchos años, frecuentaba las variopintas veladas organizadas por lo mejor de la sociedad parisina, y por más que lo intentó, no consiguió dar en su memoria con las formas aristocráticas de la pobre y desaparecida duquesa.
Honoré de Balzac
Y es que el amigo del gran novelista francés no podía conocer de nada a la duquesa de Langeais, pues la duquesa de Langeais no se contó nunca entre los vivos. La señora duquesa de Langeais era tan sólo uno de los muchos personajes de la novela que en esos momentos redactaba su amigo el escritor señor Balzac, quien, cuando escribía entregado por completo a sus ensoñaciones narrativas, vivía en otro mundo, en el otro, en ese que él creaba y recreaba todos los días en su imaginación, y del que volvía perplejo cuando lo sorprendían las visitas.
Nota bene: ¡Ah, se me olvidaba!, antes de poner el punto y final a este breve cuento, tan sólo quiero dejar constancia de que todo lo que en él se narra es verídico y ocurrió en la realidad, al menos en la realidad que un día compartieron un gran escritor y su inesperado visitante hace mucho, mucho tiempo.