Juan Antonio González Fuentes
Mi compañero de página y fatigas, Justo Serna, ha reseñado ya en este número de julio de Ojos de Papel el último libro de Javier Marías, Aquella mitad de mi tiempo (Al mirar atrás), publicado en atractiva edición por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Durante mi última estancia en Madrid compré el libro por cinco motivos, aunque dudé en hacerlo por casi igual número de ellos. Empezaré señalando las dudas: no soy un asiduo lector de los trabajos de Javier Marías, no me gustan las compilaciones de artículos, y la reseña de Justo Serna no me lanzaba de cabeza a su lectura. Ahora voy con las motivaciones, aunque algunas sean bastante peregrinas: me apasionan cada vez más las páginas biográficas y memorialistas, conozco personalmente al autor del prólogo (el hermano de Javier, Miguel), me encanta la fotografía de la cubierta (tres niños disfrazados distraídamente de cowboys, imagen que yo tengo parecida junto a mis hermanos), conozco a algunos personajes del relato (Luis Antonio de Villena, por ejemplo), necesitaba un libro para ir leyéndolo durante el viaje de vuelta en tren, y la lectura de la reseña de Justo Serna me dejó algunos indicios de que quizá el libro sería de mi agrado.
No he terminado aún la lectura del libro, pero quedan ya pocas páginas, quiero decir que desde luego ya tengo una idea formada al respecto. Este es un libro sobre la muerte, sobre las muertes de amigos y de seres queridos de Javier Marías y sobre las reflexiones que al socaire de dichas muertes le han ido naciendo en forma de escritos con ese algo de volanderos que tienen todos los escritos destinados a las revistas y demás prensa periódica. Marías ha construido en estas páginas una especie de autobiografía en negativo, es decir, se ha contado así mismo a través de la desaparición de los otros, de los demás, y lo hace con dulzura, con ternura y una pizca de melancolía, pero sin caer para nada en la noñería empalagosa y atosigante.
En este sentido el libro de Marías, construido de forma oblicua por Inés Blanca como “seleccionadora” de los trabajos, está escrito en un tono de voz que se me antoja ideal para el empeño, logrando que el lector se sienta un poco como un viejo amigo del autor al que éste, después de mucho tiempo sin contacto, le pone al tanto de su vida recordando la despedida de personas que fueron importantes en la vida de ambos.
Javier Marías: Aquella mitad de mi tiempo. Al mirar atrás (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2008)
Marías habla fundamentalmente de sí mismo en este volumen que, según su hermano Miguel, de momento viene a cumplir el papel de ese libro de recuerdos o de memorias que lo más probables es que jamás vea la luz. El truco o recurso literario de Marías para hablar de sí es poner personas interpuestas para hablar de ellas pero siempre en relación a sí mismo, al papel que esas personas han desempeñado, de un modo u otro, en su vida. Así este es un libro elaborado párrafo a párrafo con la suma de los recuerdos e impresiones de Javier Marías sobre otras personas, muchas de ellas ya fallecidas. Lo que ocurre es que el resultado final de la suma de los datos y experiencias referidas a unos y a otros, la imagen final que surge cuando se han unido convenientemente todas las piezas del puzzle es la de Javier Marías, la memoria indirecta de sí mismo.
Entiendo que quien haya leído hasta aquí este comentario lector, sobre todo si no es seguidor acérrimo de Marías, decida no acercarse al libro ni por asomo. “O sea –puede pensarse-, ¿que el tal Marías en esencia nos cuenta los recuerdos que tiene de gente muerta para autorretratarse? Pues vaya”.
En gran medida está en lo cierto quien haya llegado a dicha conclusión, sólo que nadie, creo, debe juzgar este libro por lo que en mi opinión sólo es un legítimo hilo conductor, un recurso narrativo que, además, a mí me parece bastante inteligente y acertado. El asunto final del libro, lo que lo hace flotar e incluso navegar ligero y eficaz en el proceloso mar de la literatura actual, es su forma de mirar, entender, sopesar, querer..., el tiempo pasado de uno mismo, la propia historia y la de los que de alguna forma tienen en ella papeles reseñables. Sí, mirar el propio tiempo, saber echar un vistazo atrás para contemplar y pensar el tiempo que a uno ya se le ha ido, ese tiempo que cuando a uno le da por mirar por vez primera, generalmente, ya es más de la mitad del tiempo que uno cree que le queda.
Y este mirar de Javier Marías no es ni cursi, ni ñoño, ni políticamente correcto, ni hagiográfico, ni en exceso fantasioso, ni revanchista, ni dulzón, ni triste, ni nostálgico, ni frío, ni burlón, ni agrio... Es un mirar entrañable, es decir, con entrañas. Un mirar con las medidas justas de ironía, cariño y dulzura, simpatía, sentido común y sentido del humor, sentido incluso bastante menos común que el otro. Por así decirlo, este mirar de Javier Marías no puede retratarse ni con lágrimas ni con carcajadas, ni con lamentos ni con alborozos locos..., creo que sólo se retrata con la media sonrisa burlona y noble de quien ha entendido, si no todo, sí muchas cosas. La sonrisa que sólo sabían sacar los grandes actores de la época dorada de Hollywood cuando tras la cámara estaba todo un maestro.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.