Juan Antonio González Fuentes
Los sábados de mi infancia, después de comer, resultaban un paraíso para el cinéfilo que entonces empezaba a conformarse. En aquella época, años setenta del pasado siglo, a eso de las cuatro de la tarde, siempre proyectaban una película en el primero de los únicos dos canales televisivos existentes. La película, programada para el público infantil de aquel entonces, solía ser de un género afín a su supuesto público, es decir, abundaban los western clásicos, el cine de aventuras, las películas de Tarzán, algún glorioso musical que se colaba de rondón, películas de submarinos y, cómo no, películas de piratas.
Me encantaban las películas de piratas. Las recuerdo protagonizadas por actores como Tyrone Power, Errol Flynn o Burt Lancaster, todos piratas alegres, magníficos espadachines, marinos expertos, corazones nobles y con algo de aristocráticos a los que las jugadas perversas de la vida les había llevado a capitanear un barco de piratas fanfarrones, valientes y nada perversos. Lo único que me fastidiaba de verdad de aquellas películas es que estos piratas fantásticos solían luchar a brazo partido, y siempre con éxito, contra unos malvados altivos, bastante chapuzas y tontorrones, siempre un poco pérfidos y taimados cuyo denominador común, además del fino bigotillo sin virilidad, es que eran españoles. Qué le íbamos a hacer.
Las películas de piratas me gustaban muchísimo, sí, es verdad. Entonces no sabía dar razones de aquel gusto, más allá de que eran películas en las que un grupo de tipos que hacían lo que les daba la gana, iban montados en veloces barcos con velamen blanco al viento, luchaban con sus espadas brillantes, comían suculentos pedazos de carnes asada con los mismísimos dedos, bebían de copas preciosas líquidos que les ponían contentos, cantaban canciones hermosas en la proa contra las olas de sus barcos, visitaban islas lejanas donde siempre hacía buen tiempo y la vegetación era abundante, combatían contra unos tipos antipáticos y gordinflones a los que debía dar gusto partir la cara y, para colmo, terminaban sus gozosas aventuras llevando en una mano el gran timón del barco y en la otra agarraban la cintura fina de mujeres hermosas que prometían bondades de todo tipo, mientras al fondo del plano el sol se ponía entre nubes de algodón y una suave brisa que aliviaba calores mil. Cómo no iban a gustarme esas películas.
Con el tiempo, he sabido que muchas de esas películas eran en efecto estupendas, y que estaba dirigidas por algunos de los mejores directores de cine de la historia (De Mille, Curtiz, Walsh, Tourneur...). He sabido, también, que algunas de las bandas sonoras de aquellas cintas estaban escritas por músicos tan grandes como Erich Wolfgang Korngold (El capitán Blood, Halcones de mar, El lobo de mar...), en fin, he descubierto que el niño de entonces y el adulto de ahora no andaban muy desencaminados a la hora de disfrutar tanto con el cine de piratas y de los viejos lobos de mar. Lo último y más llamativo dentro del género es la exitosa saga de tres películas bajo el título genérico en español de Piratas del caribe, cintas que presentan toda la parafernalia propia del género, más algún que otro acierto, como la condición espectral de los piratas, con el inefable y rollingstoniano Jack Sparrow de Johnny Deep a la cabeza.
Phillip Gosse: Historia de la piratería (Renacimiento, 2008)
Ah, los piratas, o dicho con más precisión y justeza, ah la visión romántica e idealizada de los piratas que todos nos hemos tragado gracias a Hollywood y, cómo no, gracias también, entre otros, a ese monumento de la literatura universal que es La isla del tesoro de Stevenson, donde el otrora maleficio y sanguinario John Silver El largo acaba transformándose en el mago de la iniciación vital del adolescente Jim Hawkins.
Con esta confesión de por medio a nadie le extrañará que en cuanto tuve noticia de la reedición del libro de Philip Gosse, Historia de la piratería (Renacimiento, Colección Isla de la Tortuga, Sevilla, 2008), me lanzase a por él con verdadera ilusión, algo que ya no es nada frecuente en mis últimas compras de libros.
El inglés Philip Gosse (1879-1959) fue nieto del naturalista Philip Henry Gosse, e hijo del conocido escritor Sir Edmundo Gosse. Ha pasado a la historia de la erudición sobre la piratería como uno de sus más amenos y entretenidos divulgadores, un referente esencial sobre el tema a lo largo de todo el siglo XX. Su obra sobre los piratas, su origen y su historia, está construida en cuatro volúmenes: un Quién es quien en la piratería (1924), editado también por Renacimiento en esta misma colección, My pirate library (1926, Mi biblioteca sobre piratas), Hawkins scourge of Spain (1930, Hawkins, azote o plaga de España), y este The History of Piracy (1932, Historia de la piratería) compendio de todo su saber sobre el tema en cuestión.
En nuestros días es muy probable, casi seguro, que la Historia de la piratería de Philip Gosse esté un tanto desfasada con respecto a estudios académicos mucho más recientes. Pero juzgo que estas páginas siguen constituyéndose, en el verano de 2008, como una de las mejores, más divertidas y entretenidas aproximaciones al asunto, un magnífico, y probablemente, inigualable herramienta para iniciarse en la piratería y sus elementos. La edición que ahora saca Renacimiento cuenta además con varios puntos a su favor que hacen de la adquisición de este libro una obligación para los aficionados. Me refiero a la preciosa y cuidada edición (qué ejemplo para el resto de editoriales y colecciones de nuestro país, que editan en muchas ocasiones como quien produce salchichones), a la profusión de imágenes que ilustran las páginas, al breve y precioso prólogo del cinéfilo y filólogo Luis Alberto de Cuenca, y a la excelente traducción del hispanocubano Lino Novás Calvo, un ejemplo de bien hacer.
Larga vida a la colección Isla de la Tortuga especializada en literatura sobre piratas. ¡Y larga vida a estos piratas de los libros, la historia y el cine, cuyas aventuras y vicisitudes nos asombran, ilustran y entretienen. Pero líbrenos Dios de los piratas de los todos los días, los que nos asaltan desde los bancos, las administraciones, los negocios turbios, la mercadotecnia, y el afán de lucro. Piratas sin espada, sin navíos, sin islas caribeñas y sin mares navegables. Piratas de los que no dejan ni supervivientes ni títeres con cabeza.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.