Juan Antonio González Fuentes
Los amores de adolescencia y primera juventud nunca se olvidan del todo, pero sobre ellos suele caer una gruesa capa de polvo que con el tiempo cría moho y algún tufillo dulzón difícil de respirar. Sin embargo, puedo decir casi con estupefacción que uno de mis amores de adolescencia se mantiene incólume e inasequible al paso del tiempo, es más, diría que sus latidos son perfectamente audibles a pesar de las profundidades en las que lo enterré, y que su perfume aún revuelve en escalofrío y un pellizco de auténtica pasión mis carnes adultas y mi trabajado espíritu de Matusalén. Mi amor se llama Cyd Charisse, y por ella no pasan los años.
La descubrí un sábado por la noche en la televisión franquista de mi querida España (Cecilia dixit). La recuerdo levantando un pierna interminable ante la mirada estupefacta y pasmada de un Gene Kelly alucinado. No pude ni parpadear. Mi joven corazón inmediatamente le hizo un sitio a Cyd para que se instalase en él a sus anchas y de por vida (aún continúa habitándolo), y en mi salvaje entrepierna de potro desbocado y lanzado libre a las grandes praderas (perdónenme la confesión las mentes más marcesibles) un impulso indomable se rebeló a grito pelado con una fuerza cegadora y furiosa.
Cyd Charisse y Gene Kelly en From singin' in the rain (vídeo colgado en YouTube por roquitoyyo)
Me enamoré de Cyd Charisse, de sus piernas, de su rostro bellísimo, de su cuerpo de escándalo, de sus movimientos a mitad de camino entre la inocencia natural y la lubricidad más cultivada y estudiada. Y me enamoré de una mujer, de un tipo de mujer sobre todo, que a mis ojos de niño en progreso hacia lo ignoto y fascinante de la vida, representaba lo soñado, lo anhelado: la feminidad radical y prometedora de los placeres carnales más abiertos, contundentes y misteriosos, y a la vez la fémina que podía ser cálida compañera de la alegre y triste cotidianeidad de una vida normal y sosegada, con visitas al dentista, cenas con amigos, películas de sábado por la noche en el sofá de casa... Cyd, Cyd Charisse.
Cyd Charisse en "Baby You Knock Me Out" de la película de Gene Kelly y Stanley Donen, It's always fair weather (Siempre hace buen tiempo, 1954) (vídeo colgado en YouTube por BestArtsDance)
Mi amor de púber glotón de feminidades por descubrir no sólo se mantuvo después de descubrir a la diosa en una noche franquista de sábado cantando bajo la lluvia, sino que se acrecentó como una explosión de mil bombas nucleares en cadena tras volverla a ver en esa obra maestra absolutamente genial de mister Minnelli llamada Band Wagon (Melodías de Broadway, 1953), en la que mi amor se marca un baile de boca abierta con un Fred Astaire al que desde aquí le hago la ola. Y la cosa no quedó ahí. Más tarde el amor se multiplicó al verla en esa extraña, ácida, sarcástica y maravillosa película de Gene Kelly y Stanley Donen titulada It's always fair weather (Siempre hace buen tiempo, 1954), bailando entre fornidos boxeadores y amando con control a punto de descontrolarse a un fracaso interpretado por Kelly. Y la pasión fue creciendo como una marea desbocada tras verla con falda escocesa en Brigadoon (1954), y en esa maravilla cuya sola evocación me hace saltar las lágrimas de cinéfilo impenitente y apasionado, la obra de Mamoulian La bella de Moscú (1957) en la que acompaña en su apoteósica despedida del mundo de la danza filmada al grandioso Fred Astaire.
Fred Astaire y Cyd Charisse en Melodías de Broadway (vídeo colgado en YouTube por maryad4)
Ahí me quedó. No me cabe más amor para Cyd en el pecho. Una gota más y su espacio en mi corazón rebosaría y acabaría muy probablemente con mi vida. Debo contenerme, debo amar en otras direcciones. Sé que Cyd está espléndida en Chicago años 30 de Nicholas Ray y en Dos semanas en otra ciudad, de nuevo con Minnellí, haciendo de perra lasciva y mala, afanada en destruir a un Kirk Douglas que se busca y no se encuentra. Pero insisto, no le puedo conceder más amor a Cyd, todo el posible se lo entrego a la bailarina y cantante que aprendió a moverse haciéndose pasar por Felia Sidorova o María Istomina en los Ballet Rusos de Diaghilev, y que junto a Gene Kelly o Fred Astaire se acercó más que nadie a hacer visible y casi palpable la materia de la que están hechas los sueños.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.