No sé si debería contarles la historia que hoy les tengo preparada. Dudo porque es una historia cuya veracidad no está plenamente confirmada, y puede responder tan sólo a un bulo, una pura invención o leyenda malintencionada, y porque las negras sombras que en ella proyecta lo terrible es muy posible que pesen más que lo extraordinario y llamativo del asunto. Pero voy a arriesgarme a perecer en el intento.
La historia me la narró ayer por la tarde mi compañero del Centro de Estudios Montañeses Virgilio Fernández Acebo, factotum del archivo del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla y uno de esos arqueólogos y eruditos no profesionales a los que el patrimonio, la ciencia y la historia de nuestro país tanto debe y con los que mantiene una deuda que jamás podrá pagar.
Entre otros muchos trabajos Virgilio está preparando una extensa biografía del padre Carballo, un personaje absolutamente singular e interesante que muy recientemente ha sido otra vez noticia por el traslado de sus restos al panteón de Personajes Ilustres de Cantabria. ¿Quién fue el padre Carballo? Recurramos por una vez a la wikipedia, y traslademos hasta aquí los datos de la voz, redactados y lanzados a la red por el propio Virgilio.
Jesús Carballo García (Santiago de Compostela, 1873-Santander, 1961), también conocido como Jesús Carvallo García y Jesús Carballo Taboada, nombres que utilizaba en distintas ocasiones, fue un arqueólogo que desarrolló su principal actividad en Santander (Cantabria) a lo largo de más de medio siglo.
Estudió originalmente la carrera eclesiástica como salesiano, pasando luego a la clerecía secular incardinado en el obispado de Burgo de Osma, y formándose en Ciencias Naturales, en las que llegó a doctorarse por la Universidad de Madrid. Además de conocido arqueólogo en el ámbito local santanderino, era también virtuoso músico y políglota, y escribió algunas novelas históricas sobre escenarios prehistóricos y protohistóricos.
A su llegada a Santander le fue encomendada la dirección del nuevo colegio salesiano, que se encontraba aún en construcción. Fue el creador en Santander de la Sección de Espeleología de la Real Sociedad Española de Historia Natural y ostentaba ser el primero en España que utilizó esta terminología para llamar a la ciencia encargada de estudiar las cavidades naturales. Una de sus principales aportaciones culturales fue la creación del actual Museo Regional de Prehistoria y Arqueología de Cantabria, inaugurado en 1926. Estudió diversas cuevas y yacimientos paleolíticos, protohistóricos y romanos, y algunos yacimientos paleontológicos del Cuaternario, principalmente de Cantabria. Son destacables sus actuaciones en la Cueva de El Pendo (con el doctor Blas Larín) y en la ciudad romana de "Julióbriga” (con la colaboración del arqueólogo Vicente Ruiz Argilés), ambas en Cantabria. En uno de sus viajes por motivos de salud descubrió una serie de pinturas en la Cueva de Ibeas (Sierra de Atapuerca, Burgos). Fue miembro del Centro de Estudios Montañés, Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas, director del Museo Provincial de Prehistoria y miembro de entidades relacionadas con el patrimonio arqueológico. Murió en Santander el 30 de noviembre de 1961, con 88 años de edad, tras una larga y prolífica trayectoria profesional y literaria, de destacada vocación divulgadora. Entre sus obras destacan: Prehistoria Universal y Especial de España. Madrid (1924); El Rey de los Trogloditas. Santander (1949); Descubrimiento de la Cueva de Altamira. Santander (1950); Marcelino Sanz de Sautuola. Santander (1950); Fida, la hija del último druida galaico. Santander (1951); La Cueva de Altamira y otras cuevas con pinturas en la Provincia de Santander. Santander (1951); La caverna de Las Monedas y sus interesantes pinturas. Santander. (En colaboración con Alfredo García Lorenzo) (1953); Investigaciones Prehistóricas. Santander (1957); Investigaciones Prehistóricas, II. Santander (1960)
Bien, quien haya leído esta nota bibliográfica se ha tropezado sin duda con un nombre que a casi nadie dirá nada. Me refiero al del doctor Blas Larín, protagonista de la historia que quiero contarles desde hace ya un buen rato, y que Virgilio me transmitió queriendo saber si yo la había escuchado alguna vez y si podía darle más datos referidos al doctor. Pero yo ni siquiera había oído hablar alguna vez del doctor Larín, y no sé nada, absolutamente nada de él. Sin embargo ahí va la historia.
Todo ocurrió, al parecer, tras la guerra civil española, allá por los años cuarenta del siglo pasado en algún pequeño pueblo de Cantabria, entonces provincia de Santander. El doctor Blas Larín era un médico competente con una más que importante fortuna personal que le había llegado a través de algún pariente cubano o, en último caso, de alguna estancia personal en Cuba. La cuestión es que su riqueza tenía origen en la antigua La Española. En algún momento de su vida, el doctor entró en contacto con el padre Carballo, y en su compañía y bajo sus enseñanzas se aficionó de manera casi obsesiva con la arqueología y los descubrimientos arqueológicos, participando, por ejemplo, en las importantes excavaciones llevadas a cabo en la famosa Cueva de El Pendo.
Hasta aquí todo normal. El caso es que la desmesurada afición por las excavaciones y los estudios arqueológicos acabaron actuando en la mente de Blas Larín como los libros de caballerías en la de Don Quijote, y la mente del doctor, según parece, empezó a dar síntomas de haberse perdido de forma irremediable. El doctor desapareció de la circulación después de haber llevado a efecto alguna que otra singular y disparatada actuación relacionada con el Museo de Prehistoria de Santander. Refugiado en algún remoto pueblo del interior de Cantabria, se concentró en dar rienda suelta y alas a sus crecientes desvaríos, culminando su sinrazón en un hecho absolutamente terrible.
Según le contaron a Virgilio en una vieja tertulia santanderina integrada por viejos amigos y conocidos del padre Carballo, en una ocasión el quijotesco doctor se topó por los caminos del lugar con un pobre pastor sordomudo. Imaginémonos por un momento cómo podía ser un humildísimo pastor sordomudo en la famélica y oscura España de la posguerra. Imaginémoslo de vuelta por los montes casi salvajes de un minúsculo pueblo de la Cantabria rural: sin afeitar, desgreñado, vestido con pieles informes, expresándose solo con sonidos onomatopéyicos...
Los complejos desvaríos arqueológicos y científicos del doctor se toparon al parecer con el pobre pastor, y como el personaje de Cervantes que vio gigantes en molinos de viento, Blas Larín vio nada más y nada menos que el ejemplar pluscuamperfecto del eslabón perdido, consiguiendo reducirlo con diversas tretas y estratagemas. El calenturiento método científico seguido por el doctor le llevó a preguntar a aquel pobre hombre si era el eslabón perdido, con tan mala fortuna que la discapacidad del pastor no hizo otra cosa que confirmar las dementes sospechas del arqueólogo disparatado. Confirmada la sospecha, y tras retenerlo el tiempo necesario para “estudiarlo” con algún detenimiento, el doctor Larín, siempre según la leyenda transmitida de forma oral y sin corroborar, descerrajó dos tiros de escopeta al pobre pastor, con la intención ultima de disecarlo y exponerlo en algún museo del mundo como el mayor descubrimiento científico en el campo de la historia de la antropología.
Ahí la historia se pierde y se acaba. Se dice que la Guardia Civil acabó interviniendo en el asunto, pero que el dinero del chiflado doctor y la influencia de algunas relaciones familiares evitaron en aquel tiempo el juicio, la condena y el escándalo público, llevándolo a dar con sus huesos en algún hospital especializado en la geografía aragonesa.
Nada de lo escrito se me ha contado como hechos comprobados, y el propio Virgilio, fascinado como ahora yo y espero que ustedes por el relato, sospecha de alguna manera que la leyenda ha cargado las tintas sobre los sucesos. Sea como sea, aquí dejo plasmada esta historia inverosímil, a medio camino entre el cuento de terror y un retazo de humor muy negro, tan negro, que todo se vuelve oscuro a la hora de querer saber más sobre el doctor Larín y el caso del eslabón perdido.