Juan Antonio González Fuentes
Durante el bachillerato tuve la enorme fortuna de contar con algunos profesores excelentes. Enseñaban y aficionaban, te obligaban a pensar y a ser crítico, a no asimilar sin reflexión lo que te ofrecía el exterior.
Entre aquellos profesores figura muy especialmente Juana Victoria Gallego, mi profesora de lengua y literatura en 3º de BUP en el santanderino Instituto José María de Pereda. Juana era y es soriana, y puedo decir sin reparos que ella es una de las columnas sobre las que se levanta mi afición a los libros y la escritura. Además de ser una excelente profesora, Juana nos animó, por ejemplo, a editar una revista literaria, Palabras, que tuvo una vida no muy larga pero sí fructífera. Gracias a esa revista conocí a varios escritores y profesores de cierto renombre local, y escribí y publiqué mis primeros artículos que ahora imagino por completo torpes y horrorosos, pero que sirvieron para inocularme en sangre el gusto por la palabra escrita, por el folio en blanco y las letras negras. Juana organizó también durante mi estancia en el instituto diversas ferias del libro en una gran sala del primer piso, junto a la capilla, sino recuerdo mal del todo. En esas ferias comencé la creación consciente de mi biblioteca, adquiriendo los libros que podía permitirme en ediciones de bolsillo de sellos como Bruguera o Alianza.
Después de dejar el instituto y matricularme en la Facultad de Letras de la Universidad de Cantabria, recuperé la relación con Juana Victoria y sumé la de su marido, hoy, y desde hace años, uno de mis más cercanos referentes intelectuales,
Dámaso López García, un madrileño con raíces familiares en la zona sur de Cantabria. Dámaso había sido profesor de inglés en diferentes institutos de Cantabria y Santander, y cuando empecé a tratarlo con más asiduidad ya daba clases en la Universidad de Castilla-La Mancha y había dado comienzo una sólida carrera como traductor. Desde hace años Dámaso y Juana viven en Madrid, aunque conservan su piso santanderino y, cómo decirlo, son “veraneantes” a piñón fijo, pasando varios meses del año en Santander. Juana sigue dando clases de lengua y literatura en un instituto madrileño, y Dámaso es el decano de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense. Dámaso es un reputado traductor al español de autores como
T. S. Eliot, Seamus Heaney, Conrad, Stevenson. Larkin, Virginia Woolf, Lytton Strachey…
A ambos los veo con asiduidad durante mis fines de semana madrileños. A ambos los quiero mucho, ambos son para mi ejemplos positivos de muchas, muchas cosas.
Guillermo López Gallego: El faro (Pre-Textos, 2008)
Dámaso y Juana tienen un hijo al que conozco prácticamente desde que llegó al mundo: Guillermo López Gallego (Madrid, 1978). Guillermo es un tipo cuya formación intelectual muchos hubiéramos firmado a ojos cerrados. Domina varios idiomas (entre ellos el inglés y el francés), es licenciado en Derecho por la Complutense y la Sorbona, y muy recientemente se ha incorporado al cuerpo diplomático del estado español a la espera de un destino que no tardará mucho en llegar. Mientras estudiaba, viajaba, vivía en París y luego preparaba las oposiciones para ser diplomático..., leía, escribía, traducía y ejercitaba un “activismo” cultural de resultados solventes. Por ejemplo: dirigió la revista de creación literaria Entonces que se “tiraba” en la santanderina imprenta Bedia; publicó las plaquettes De vez en cuando (Límite, Santander, 1997), Hammarlund (Entonces, 1999) y A la bim bom bam (Librolí, 1999); tradujó a autores como Ovidio (Pre-Textos), J.-K. Huysmans (Valdemar), J. F. Elslander, o S. Gainsbourg; y fue coeditor de la antología Veinticinco poetas españoles jóvenes (Hiperión, 2003).
Ahora acaba de lanzar a la calle su primer libro de versos, su primer libro de poemas, El faro (Pre-Textos, 2008), un libro llamado sin duda a ser importante en la más reciente poesía española contemporánea. Y esa importancia nace del hecho de que es un espléndido libro construido en una tradición poética que no cuenta hoy entre nosotros con muchos seguidores de la excelencia de López Gallego.
El faro no es ni un libro que persiga aprehender y plasmar el pulso nativo y sentimental de la realidad, ni uno que se prodigue en el uso de la palabra como herramienta exploratoria para iluminar las “zonas oscuras” del sentir y pensar a las que no puede llegarse a través del lenguaje normalizado. No, El faro de López Gallego se inscribe en la poética de trabajar con sutileza la palabra para revelar mediante ella lo que subyace al acecho no evidente tras la cotidianeidad de mirar y vivir. “Miro (y siento), luego existo”, es una divisa que bien podría definir alguna de las caras de la poliédrica poética del autor.
Los poemas de este libro demandan a voz en grito segundas y terceras lecturas. El faro es un libro de línea clara que no cae en los tópicos ni en las imágenes manoseadas. Es un poemario del yo constante dirigido al nosotros más global. Un libro con materia del ayer iluminando el aquí y ahora y proyectándose en cada verso hacia los territorios del mañana.
Acérquense a su librería favorita y pidan este breve libro de poemas. Les aseguro que no les defraudará en absoluto. Es más, la lectura de este libro es una excelente oportunidad de reconciliarse con la poesía si como lectores se alejaron en algún momento de ella. Un libro joven y sabio, maduro y fresco. Estamos sin duda ante una voz muy personal y reconocible de la nueva poética española contemporánea.
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de
Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.