Juan Antonio González Fuentes
El poeta y escritor Manuel Arce acaba de cumplir 80 años de edad, y con tal motivo, la Fundación Gerardo Diego y la editorial Icaria han decidido publicar una antología de sus versos, publicados todos por vez primera hace más de medio siglo. Me han encargado a mí la selección de los poemas, su edición y la escritura de un prólogo. Aquí les quiero ofrecer hoy un adelanto de dicha introducción, en la que me refiero a la juventud del poeta que escribió los versos antologados, y a la decisión que tomó de no volver a publicar poemas, decisión tomada más o menos en torno al año 1958, hace ahora medio siglo. Este texto complementa y cierra el que se pudo leer el lunes 31 de marzo en estas mismas páginas.
“Parece evidente que los esfuerzos y la dedicación que exigió desde un principio la puesta en marcha y consolidación de Sur algo debió influir también en la decisión. Y más evidente todavía es el hecho de que a partir del año 1956 Manuel Arce comenzase una sólida carrera como novelista que le ha llevado a dar a la imprenta hasta siete novelas en medio siglo de escritura. El novelista y el galerista de arte no dejaron espacio en la vida de Arce para el crecimiento y desarrollo del poeta. Pero me arriesgo a aventurar además otro motivo de índole a la vez estética y biográfica. Creo que a partir de la segunda mitad de los años 50 del pasado siglo, cuando España se encaminaba con decisión hacia los avatares del desarrollismo y sus diversas consecuencias, el poeta Arce comenzó a ser un extraño, un desconocido para el Arce hombre y novelista, y que el esfuerzo de seguir avanzando en la biografía poética de un desconocido, no le resultó a Arce tarea ni fácil ni apetecible en la nueva fase de su vida que estaba dando comienzo. Sencillamente el joven poeta de un marcado “existencialismo intimista e individualista” fue dejando de respirar, de ser una realidad para diluirse poco a poco en un creador embarcado en un claro compromiso sociopolítico que encontró mayores y mejores posibilidades expresivas en la fuerza intelectual y estética de la prosa. El poeta de inquietudes éticas y humanistas que, partiendo siempre de un posicionamiento existencialista, había logrado avanzar desde una poética entregada a la sencilla y triste angustia melancólica, hacia otra poética sustentada en la esperanza en el amor y en la solidaridad y libertad individual del hombre como protagonista colectivo de su destino, dejó paulatinamente paso expedito a un uso distinto de la palabra creadora como depositaria de verdad y de fuerza reveladora.
En torno a 1955 un cierto mundo santanderino y español había llegado a su término, un mundo que había surgido de la guerra civil y el posterior aislacionismo autárquico, grisura más grisura y pobreza y miseria de circunstancias enraizadas. El joven poeta Manuel Arce dejó escrita en versos con perfume existencialista y melancólico, con palabras sencillas y de ritmo libre, la personal crónica de su vida y la de buena parte de su generación en aquel periodo y circunstancias, en aquel concreto espacio físico y moral, ético y estético que le tocó en suerte como geografía de su primera juventud.
En trance de desaparecer el escenario global de su poesía, creo que Arce optó por no ser una sombra más entre las sombras. Situado ante la decisión de transfigurar o reinventar su escritura poética u optar por la aventura narrativa, más ajustada además a sus nuevas necesidades expresivas en torno a lo social, el autor dejó que el poeta sucumbiera a las circunstancias y se transfiguró con empuje en novelista. En definitiva, el poeta Manuel Arce desapareció de la escena una vez cumplido su destino, contar en verso la juventud de una España muy determinada.
Si a lo largo del último medio siglo el poeta se ha mantenido en silencio y no ha vuelto a hacer aparición en escena con nuevos frutos, sí lo ha hecho tanto el novelista y escritor como el infatigable “activista” cultural y político. Hasta tal punto ha sido así que, se quiera o no se quiera, hoy en día se hace muy complicado poner en cuestión el destacado papel desempeñado por Manuel Arce en la vida pública regional (presidente del Consejo Social de la Universidad de Cantabria, candidato socialista a la alcaldía de su ciudad…), y en la vida cultural cántabra y española de las últimas décadas, aunque el esfuerzo lo haya hecho siempre desde la poco atendida periferia.
Hoy Arce prosigue en el esfuerzo. Vive entregado a la redacción de unas complejas memorias que auguran aportar una ingente cantidad de datos y testimonios que, sin duda, vendrán a enriquecer de manera notable futuras incursiones en el análisis atento de la cultura española de las seis últimas décadas.
A mí, sin embargo, a la hora de redactar estas líneas destinadas a presentar a un lector de cualquier parte al poeta que escribió los poemas de aquí se contienen, en mi fuero interno me inquieta hacer cuentas de qué pensará de todo esto el joven poeta aludido. Qué le pasará por la cabeza cuando con los viejos versos coleando en tinta nueva en sus manos, contemple desde la terraza de su casa la vieja bahía santanderina, esa “bahía de cámara” como la bautizó el antiguo amigo y poeta muerto de nombre José Hierro. Me consuela saber que no estaré presente, que con él sólo estarán allí estos viejos poemas escritos hace mucho tiempo por un poeta joven que tuvo el valor, la osadía de decir adiós. Me consuela saber que los poemas hablarán por sí solos, que sabrán sostener la mirada de quien entonces fue su dueño.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.