Juan Antonio González Fuentes
Desconozco si algún ocioso aficionado a la ópera ha elaborado alguna vez una lista con los argumentos más desenfrenados del género. De existir dicha lista, a buen seguro que el argumento de
Il Trovatore, basado en la homónima obra de
García Gutiérrez, ocupará uno de los primeros lugares de la misma. Entre otros ingredientes rocambolescos el argumento ofrece, por ejemplo, un conde que manda quemar viva a una gitana, mientras ésta le pide venganza a su hija, quien secuestra a uno de los hijos del conde y acaba haciendo de su madre; una novicia que escapa del convento para reunirse con su amante pero termina suicidándose por amor; dos hermanos que desconocen que lo son y luchan entre sí por la misma mujer hasta que uno acaba mandando matar al otro; un hombre que corre a morir por salvar a una gitana pensando que es su madre cuando en realidad es alguien que busca vengarse de sus verdaderos padre y hermano...
En fin, la historia de
Il Trovatore representa en estado puro las ideas más convencionales, reconocibles y transmitidas generación tras generación de lo que “el común” de la sociedad parece que entiende es la ópera, es decir, un melodrama sin tasa en su generalizada demencia argumental, propenso al cartón piedra y a la puesta en escena confeccionada en un “todo a cien” conceptual; la quintaesencia de un género artístico cuando menos extravagante, por no calificarlo de irritante, casposo, polvoriento y trasnochado. A nadie puede extrañar, por tanto, que la descacharrante noche en la ópera marxista transcurra durante una representación de
Il Trovatore, o que
Danny Kaye hiciese su cinematográfico debut operístico con esta obra, dando un cómico traspiés cuando entra en escena vestido de mamarracho.
Teatro Real de Madrid
Un problema añadido de esta ópera es que no admite nada bien las actualizaciones, en contra de lo que sucede, sin ir más lejos, con
Macbeth, Stiffelio, Rigoletto o
Un ballo in maschera. Por todo lo dicho, creo que la mejor forma de que tanto artistas como espectadores nos acerquemos a este drama verdiano, como a buena parte del género, es no sólo admitiendo el desenfreno original, sino sumándonos con entusiasmo al mismo.
Verdi hubiera echado a patadas a los directores modernos que intentan hacer “razonable” su
Trovador; él eligió esta historia de romanticismo hiperbólico, como atestiguan algunas de sus cartas, precisamente por su carácter salvaje y, sobre todo, porque encontró en los cuatro protagonistas de la historia una alucinada disposición a cumplir su destino hasta la muerte, abandonándose para lograrlo a la irracionalidad y al juego contradictorio del amor-odio y la venganza. En esta dirección, y como ha señalado
Gabriele Baldini, el Verdi de mediados del XIX se sitúa muy cerca de la apuesta dramática de
John Webster, elaborada apoyándose en una estructura típica de las tragedias de venganza, inmersas siempre en una atmósfera de anarquía moral y de irrefrenable desvarío.
Además, el desenfreno argumental de
Il Trovatore no es ni mucho menos gratuito para los intereses musicales de Verdi. Por el contrario, es muy beneficioso y necesariamente consustancial a la implacable variedad rítmica con la que el músico estaba entonces trastocando las estructuras musicales que sostenían el viejo edificio operístico italiano. En
Il Trovatore todo transcurre a una velocidad endiablada, saltándonos encima, como escribe
John Rosselli, las secciones de cabaletta de las arias, los duos, los tríos, los coros. Lo de menos es la verosimilitud o interés de lo que sucede en escena, lo importante para Verdi era contar con una entramado argumental que le facilitase ejercitar esa riquísima variedad rítmica que le hace uno de los genios indiscutibles en su manejo.
Pero con toda seguridad el más alto valor de
Il Trovatore reside en la línea vocal de los cuatro personajes principales. Un diseño vocálico mediante el cual Verdi confiere a cada uno vida propia, dotándoles de una carta de naturaleza anímica y espiritual inconfundibles y definitivamente eficaces en el desarrollo dramático de la historia. Quizá esta sea la explicación más acertada por la que
Il Trovatore, desenfrenado y demencial melodrama, se mantiene en la cima del repertorio, y por la que cada vez que escuchamos al trovador
Manrico atacar el
Di quella pira, no podemos resistir las ganas de desenvainar una espada y lanzarnos con él al rescate de su impostora madre, siempre infeliz e implacable por amor de venganza.
Otros textos de
Juan Antonio González Fuentes sobre
Giuseppe Verdi:
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Tutto Verdi!!!
Simon Boccanegra, un Verdi de tintes oscuros en Valencia
Verdi 1874, de José Hierro
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.