Juan Antonio González Fuentes
En 1923
Franz Kafka tenía 40 años de edad y se encontraba ya bastante debilitado por la tuberculosis que acabaría con su vida justo un año después. Kafka se encontraba entonces viviendo con su amor
Dora Dymant en la capital del imperio alemán, Berlín, y consciente como era de su suerte, le había dejado encargado a su gran amigo
Max Brod que, cuando muriera, recogiese todos sus manuscritos y alimentara el fuego con ellos.
Kafka, en 1923, paseaba a menudo en solitario por el berlinés parque Steglitz, y un día se tropezó allí con una niña que lloraba completamente desconsolada. Sin saber muy bien qué hacer, Kafka se acercó a la pequeña dubitativo, aunque decidido a averiguar y aliviar de algún modo la causa de tanto infantil desconsuelo. ¿Se había perdido la niña en el gran parque?, ¿se había perdido su hermano pequeño?, ¿alguien le había causado algún daño? No, la niña no estaba perdida, la que se había perdido era su muñeca. Tal era el motivo del triste llanto, de aquel minúsculo universo infantil que se había derrumbado por la primera y terrible pérdida en la corta vida de aquella niña.
El dolor de la niña era de tal intensidad, que el escritor quedó conmovido hasta el punto de decirle que no, que la muñeca no estaba perdida, que se había ido de viaje y que le había enviado una carta que tenía él en su poder, pues él era “
cartero de muñecas”. La niña dejó de llorar fascinada, y exigió la carta que le había escrito su muñeca. Kafka salió del aprieto como pudo, y le dijo a la pequeña que se la daría al día siguiente, pues su jornada laboral como cartero de muñecas ya había acabado y no llevaba la misiva encima. Quedaron pues en verse al día siguiente en el parque a la misma hora.
Esa noche, angustiado por la responsabilidad del compromiso adquirido, y ante la incredulidad comprensiva y cariñosa de Dora Dymant, Kafka se dispuso a escribir la carta de la muñeca para la niña. La carta estaría enviada desde Londres, y el escritor puso en el sobre incluso un sello inglés despegado de la correspondencia que él recibía.
Jordi Sierra y Fabra,
Kafka y la muñeca viajera (Siruela, 2006)
Así dio comienzo una relación epistolar entre el escritor transformado en cartero de muñecas, y la niña a la que su muñeca mandaba cartas maravillosas desde cualquier lugar del mundo: Europa, América, África. Kafka escribía por las noches las cartas, y a la mañana siguiente, ya dedicado a su oficio de cartero de muñecas y sentado en un banco del parque Steglitz, le leía a la entusiasmada y crédula pequeña las cartas de su feliz y viajera muñeca. La aventura epistolar duró tres semanas, hasta que Kafka le supo poner el mejor fin posible para todas las partes implicadas: la niña, la muñeca y él mismo.
No, lo que he contado hasta aquí no es ningún cuento de hadas o un relato inventado. Es un acontecimiento histórico, fue completa realidad. Lo sabemos por el testimonio precioso de Dora Dymant, y
Klaus Wagenbach, uno de los mayores estudiosos de la vida y obra de Kafka, buscó durante años a la niña por los alrededores del parque, preguntando casa por casa e incluso poniendo anuncios en los periódicos. El resultado fue infructuoso.
Sin embargo, el cartero de muñecas existió, la niña desconsolada también, y lo que quizá es más importante, al menos contemplado desde un punto de vista literario, las cartas escritas por Kakfa un año antes de morir fueron redactadas y cobraron vida. ¿Dónde están las cartas?, ¿se conservan?, ¿fueron destruidas?, ¿dormirán aún un sueño profundo en cualquier cajón de cualquier piso de cualquier calle berlinesa o centroeuropea?
Max Brod no llevó a cabo el encargo que le encomendó su amigo. Y paulatinamente, convirtiéndose en hitos insoslayables de la literatura universal, aparecieron en hojas impresas las novelas inéditas del cartero de muñecas:
El proceso (1925),
El castillo (1926) y
América (1931). ¿Podemos establecer aplicando alguna lógica el supuesto valor literario de las cartas escritas por el cartero de muñecas después de que lo fueran estos tres pesos pesados? No, ahí sí entraríamos en la ficción especulativa, con todo lo que este entretenimiento puede tener de positivo o de simple e inútil vaguedad gaseosa.
Esta alucinante historia la ha recreado el escritor
Jordi Sierra y Fabra en un libro hermosísimo titulado
Kafka y la muñeca viajera. El volumen, editado por la editorial
Siruela en su colección infantil y juvenil
Las tres edades, está ilustrado por
Pep Montserrat y sólo puede ser calificado como de auténtica delicia. Jordi Sierra da un triple salto mortal literario y narra en las páginas de este libro imprescindible en cualquier biblioteca, cómo pudo desarrollarse el suceso histórico, incluso escribe algunas de las cartas y plantea un hermosísimo final a la historia, un final además con notables visos de credibilidad. Créanme, es este un libro ideal para la lectura de niños y jóvenes, pero desde luego es de visita obligada para quienes tenemos en Kafka un referente, y para todos aquellos que gustan de historias maravillosas y muy bien contadas. Anoche lo he leído de un solo tirón, y no creo que olvide nunca los instantes placenteros y emocionantes vividos.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .