Juan Antonio González Fuentes
“Siempre nos quedará París”, ésta es una de las frases cinematográficas que mayor fortuna ha cosechado en la educación sentimental de los occidentales desde que se estrenó la película que la contiene,
Casablanca.
Y es que París es un palabra que evoca o representa una idea cargada de símbolos que remiten con frecuencia inconscientemente, a algunas de las cosas buenas que tiene la vida, el existir, tanto en el terreno digamos espiritual como en el puramente material: el amor, el arte, la literatura, la filosofía, la ilustración, la bohemia, la música, el diseño, la arquitectura, el pensamiento, la historia, etc..., parecen citarse de manera plena en la capital francesa a lo largo de los últimos siglos de historia, pero también lo hacen la excelente comida, la buena ropa, el lujo, los perfumes, la elegancia, la belleza física...
París aúna en el imaginario colectivo lo mejor de centenares de años de cosechas del espíritu y de la carne, y siempre, además, con un indefinible toque de sofisticación, con un aroma de esencia lujosa y sibarita. Ni que decir tiene que en la creación y desarrollo del mencionado ideario colectivo ha tenido mucho que ver, al menos en las últimas seis o siete décadas, la visión que de la ciudad del Sena ha exportado, paradójicamente, desde la soleada California la industria en technicolor hollywoodiense, y todos, en mayor o menor medida, hemos sucumbido a ella, convirtiéndonos en algún instante en americanos en París, o dejando que el simpátio
Maurice Chevalier que muchos llevamos dentro, se dé un paseo a sus anchas por nuestra mente despejada.
Julien Green
Me gusta París, siempre me ha gustado. Me gusta la mezcla que ofrece al visitante, una mezcla que oferta muchos mundos contenidos en unos pocos kilómetros cuadrados, abarcables mediante un largo y sostenido paseo. Desde las grandes avenidas a las callejuelas minúsculas y medievales de la isla de San Luis, pasando por las calles burguesas, modestas y casi provincianas de algunos de los barrios cercanos al Sagrado Corazón.
Este año que ababa de empezar me he propuesto regresar a París, y hacerlo con Ella por vez primera. Quiza este deseo haya tenido algo que ver con que sus Majestades de Oriente le hayan dejado a Ella, junto a sus zapatos de tacón alto, un libro firmado por la casa Taschen en el que, en edición primorosa y de auténtico lujo, con pasmosas imágenes a todo color, se hace un fiable y útil repaso a algunos hoteles parisinos y a algunos de los locales (cafés, restaurantes, tiendas) más recomendables de entre los que existen en la capital de Francia.
Pero las ganas de volver a París, ciudad a la que deberíamos viajar al menos una vez cada dos años por prescripción facultativa, se han afincado de manera permanente en mi mente tras la lectura de otro libro, el que lleva por título
París y va firmado por uno de esos escritores secretos y maravillosos que están siempre por descubrir o redescubrir,
Julien Green, de quien jamás podré olvidar su prodigioso libro
Suite inglesa, páginas que leí hace ya años en la antigua y benéfica colección Taurus.
París está editado por la valenciana
Pre-Textos, y ofrece una serie de textos breves sobre la ciudad, sobre sus calles, sus recovecos secretos, sus esquinas, sus tiendas, su atmósfera, sus colores, sus estatuas, sus fachadas... Julien Green escribe sobre un París que los años que siguieron a la II Segunda Mundial acabaron de borrar casi por completo de la realidad, y lo hace con el amor de un gran escritor que rememora con cierta melancolía sí, pero también con espíritu y mirada crítica, unos años, una época, una etapa histórica que coincide con su infancia y primera juventud, es decir, con una forma de contemplar la existencia, la propia existencia, y sus paisajes (en este caso un determinado París), que se constituye en reducto irreductible de un paraíso (o un sentirse en el paraíso) que jamás regresará.
Libro hermosísimo este
París de Julien Green que acaba conformando también el ideario sentimental parisino de quien se ha acercado con algún provecho a sus páginas. Sí, tengo que volver a París con las páginas de Green bajo el brazo, aunque ya tengo por certeza absoluta que
Bogart tenía razón: siempre nos quedará París (y Roma también, que conste).
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .