Los sueños pueden embellecer la realidad, pueden ensombrecerla, pero nunca envilecerla. A veces son maestros luminosos, como ocurre con los personajes de Siempre habrá un lugar para soñar; otras veces se trata de maestros oscuros cuyo mérito consiste en fundirte los plomos, como en el caso de Devuélveme a las once menos cuarto.
En todo caso los personajes de las novelas anteriormente citadas se debaten entre los sueños y la realidad, se fortalecen o caen, triunfan o se destruyen, pero sin perder nunca la referencia, conscientes de que se trata de dos mundos con fronteras precisas.
En Huevos Ana, sin embargo la realidad y lo onírico aparecen mezclados irremisiblemente. En su larga carrera como pintor, Pere Puiggròs, ya ha tenido ocasión de fundir los dos mundos en el lienzo, pero una cosa es la pintura y otra es que cuando cascas un huevo Ana salga una niña con una regadera. El mundo onírico se ha encarnado en el de la lógica y no hay manera de deshacer el lazo.
Posiblemente, antes de acometer a los agricultores del Prat que tiran lechugas contra la Generalitat, un miembro de la escuadra de antidisturbios, tiene la flaqueza de emigrar en el túnel de los sueños infantiles en donde cantaba al corro, unido a sus amiguitos y amiguitas la canción del Conde Laurel. Pere Puiggròs pasaría por allí, le leyó el pensamiento y, a continuación, decidió hacerlo realidad y he aquí a un escuadrón de viriles mozos bailando blandamente con las manos unidas en untuosa reverencia musical, en la esquina de una página magistral.
Pere Puiggròs: Huevos Ana (Ediciones Carena, 2012)
El hilo de unión entre el mundo onírico y el material es la metáfora, que consiste en identificar elementos que tienen algo en común. Pere la maneja como nadie: “un poco alejado, en el otro extremo del bar, un señor con traje y corbata, sentado en un taburete alto, con las piernas encogidas, parece una gallina sobre el palo de un gallinero. Está tomando una tapa de gambas al ajillo. No sabía yo que a las gallinas les gustasen las gambas”.
Podría pensarse que la imaginación todo lo transmuta, pero también que la mirada común es miope, incapaz de ver las intrínsecas relaciones existentes entre todo. Le ocurría algo parecido a la ascética Santa Teresa cuando veía a Dios entre las cazuelas. Los personajes de Huevos Ana no se limitan a habitar el cuerpo, habitan el ambiente y un amante abandonado ha de destruir la vajilla que tanto amaba su ex para poder reanudar su vida sentimental.
Se trata de una mística, aparentemente descreída, pero su actitud ante la vida es idéntica a la de San Juan de la Cruz que va buscando el “Amado” en cualquier rincón de la naturaleza. El poeta lo llamaba Dios, Puiggròs lo podría llamar razón de vivir, hálito, pero en cualquier caso ambos autores tiran de la metáfora para tratar de encontrar remedio a las tres heridas que, según Miguel Hernández, desangran el corazón humano: el amor, la muerte, la vida.
Veo en Huevos Ana una búsqueda constante, un diálogo permanente, una interrogación, siempre abierta, en forma de bisturí que descuartiza cualquier rincón de la memoria o de la vida buscando vericuetos de luz. Cada cuento es “una cuchillada del amor”, que diría Fito Páez, un desgarro, de apariencia descreída, pero impregnado de lucidez.
Es imprescindible el sentido del humor para poder adentrarse en estas páginas, pero no es un libro de humor propiamente dicho; más bien es un grito luminoso y desgarrador, una búsqueda permanente y densa de ese otro yo que pulula en los objetos, que se va derramando en cada instante, en cada acción; es una carta lanzada al infinito, un SOS, reclamando a quien corresponda una clave para el desciframiento de estas tres sencillas preguntas: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?
NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.