Imma Mira Sempere ha decidido compartir su vida con la de las montañas del Pirineo de Girona. Nacida en Valencia. Se dedica a vivir mirando de tú a tú a la naturaleza. No hace como la inmensa mayoría: nos refugiamos en el trabajo porque no tenemos nada que hacer, como diría
Oscar Wilde. Vivir, a bosque abierto, mirando a los ojos a la cordillera, en compañía diaria de la naturaleza exuberante, no es nada fácil.
Marzo. El tren me saca del bullicio de la tarde dorada en Barcelona. Voy a encontrarme con una estirpe de personajes que vivieron, hipotéticamente, entre el siglo V y VI de nuestra era, si es que vivieron de verdad… En realidad, casi nunca nos han abandonado: el rey Arturo, su corte de caballeros, de hechiceros, de magos, y, también y sobre todo, un personaje oscuro: Sir Mordred, fruto de las relaciones incestuosas entre el rey Arturo y su hermana Morgana. Sir Mordred estaba tocado por un destino trágico, muy parecido al de Edipo.
El tren sale con retraso, le cuesta abandonar la ciudad: la angustia, el desánimo, la desorientación de una sociedad trabada en mil espejismos densifica la atmósfera, de tal manera que al tren le cuesta avanzar por ese océano de malos humos.
Conozco muy bien a Imma aunque sólo he hablado con ella una vez. Es una persona tan lúcida que ha podido desertar del escenario del desconcierto
urbanícola. En los Pirineos, la antena parabólica de la inspiración funciona como el telescopio Hubble, fantásticamente. Así que si a través de esta antena ha encontrado vida después de la muerte de sus héroes, será porque existe, porque están realmente vivos, porque tienen algún mensaje que decirnos.
Intento prepararme la presentación, y lo que digo siempre: mi obsesión es publicar literatura actual, que trate temas de palpitante vigencia, de los que duelan, de los que no dejen indiferente a lector alguno. Nada de literatura evasiva.
Sé que
Sir Mordred. Hijo de Ávalon (Ediciones
Carena, 2012) es un libro muy actual, simplemente porque Imma no es de las escritoras que buscan temas, sino de las que se dejan fecundar por los temas. Y cuando un mundo decide poseer a un artista es porque tiene cosas importantes --y, aún diría, urgentes-- que comunicar.
Imma Mira Sempere: Sir Mordred (Ediciones Carena, 2012)
Cuando el tren enristra desde Vic hacia Ripoll comienzo a comprender por qué la saga del rey Arturo ha escogido a Imma como médium. En realidad lo que ha escogido ha sido el paisaje, un paisaje colosal, digno de colosos. Digno de unos héroes que carecían de dioses o que tenían que ejercer ellos mismos de dioses. Una saga en peligro de extinción, seguramente por el acoso de un dios extranjero, con su carga de cruces y culpas. Ahora, los acosadores, los representantes del cristianismo emergente que acabaron con sus druidas, con sus hechiceros, y también con sus guerreros, son los que están al borde de la extinción. Quince siglos encerrados en su propio laberinto, quince siglos de incesto permanente, de autoreferencia permanente, de invisibilidad del otro, han de producir no ya mareo, sino histerismo crónico, como ese que dificulta el paso del tren.
Los distintos valles, los muros de montañas verdes que ha de horadar el tren, me recuerdan los reinos nórdicos que pugnaban en las leyendas artúricas. Ya sé por qué han querido personarse aquí. Han de sentirse como en casa. Y con Imma encargada del gran hechizo: revivirlos en las páginas de un libro o, mejor, revivirlos en la conciencia de la gente, mediante las páginas de un libro.
Deben estar contentos con el resultado, sus corazones se sienten palpitar, no hace falta nada más que cogerlo con la mano, cerrar los ojos, aguzar el alma, y, entonces, comienza a captarse la presencia de estos excepcionales seres.
Nunca se fueron del todo. Siempre han permanecido en el inconsciente colectivo. Aprovechando cualquier descuido, cualquier debilidad para proponerse como puntos de referencia.
Suelen hacerlo, especialmente, en las épocas de crisis. Sus valores han pervivido a su propia derrota; curiosamente, los valores en los que ha desembocado el cristianismo pujante y que ya no los conoce ni Cristo, y eso que es uno de los grandes implicados. Los valores de la sociedad occidental, o, mejor dicho, de las sociedades monoteístas, están tan devaluados que los escritores y los artistas han tenido que recurrir a otros, es decir, a los de siempre. A aquellos a los que recurrió el buen Quijano cuando quiso hacer algo en el mundo, bajo el sonoro nombre de Don Quijote de La Mancha.
El mundo crepuscular es lo que une a Sir Mordred con Sir Benedicto XVI, lo que une el reino de Arturo con el de Europa. Todo pasa y todo queda. Todas las civilizaciones han de morir, todas acaban por dar el testigo del relevo a otras. La diferencia es la dignidad con la que se haga. Y aquí sí que hay diferencias notabilísimas. Arturo y sus caballeros murieron como héroes, mientras que nosotros lo hacemos como villanos.
Tal vez, aunque sea sólo por eso, vale la alegría leer este libro. Sir Mordred ha sido rescatado de la oscuridad de los siglos y de la oscuridad de la leyenda.
Imma Mira Sempere ha desempolvado a un héroe que, al nacer, no cuenta con buenos augurios: hijo bastardo, del incesto, un hijo no reconocido de una madre bruja que carece de reino y de destino en un mundo de superhéroes. Las generaciones que nacen ahora tienen perspectivas semejantes a las de Sir Mordred. Por eso es tan actual este libro, porque nos puede inocular la fuerza de los héroes de verdad, esos que se hacen a sí mismos no sólo a pesar de los enemigos, sino, sobre todo, a pesar de quienes les rodean.
Y ahí está el milagro, ahí está la actualidad: Mordred puede ser un héroe, un guía atípico de las generaciones venideras.