Si algo caracteriza al mundo actual es la coordinación con la que actúan los grandes capitostes de la economía, la perfecta agilidad en sus pies danzarines a la hora de burlar impuestos (Appel, según noticias de los diarios, factura en Irlanda el 90% de las ventas de España), el juego de brazos con el que van conduciendo sus negocios a “paraísos” fiscales con sus correspondientes infiernos laborales y su habilidad sinfónica para introducir billetes-migajas en las carteras de los políticos para que mantengan en alto las espadas del enfrentamiento entre los débiles: enfrentamiento político, ideológico, territorial, cultural y artístico.
El mundo está patas arriba: la producción de bienes que debería estar en función de las características climáticas, geológicas y sociales de cada territorio, se deslocaliza; y la cultura, que se desenvuelven en el ámbito de la creatividad, de lo que nos une, de lo más prístino de nuestra condición, se territorializa, interesadamente para neutralizar sus efectos liberadores.
El día 23 de abril, Sant Jordi, el santo asesino de monstruos, también hincó su lanza contra otra monstruosa criatura: la jaula que mantiene el aislamiento regional entre artistas, escritores, pintores… En el puesto que
Ediciones Carena tenía en las Ramblas de Barcelona se obró un pequeño prodigio de esos que difícilmente se olvidará. A las dos de la tarde la poeta
Montserrat Samper (Murcia, autora
Mi corazón espera), que se había desplazado a Barcelona con motivo de la fiesta, me llamó: estaba en la Plaça del Pi, con diez o doce autores más -la inmensa mayoría se había visto ese día por primera vez-. “Ven que está pasando algo muy bonito”. Al principio solo vi un coro de personas tomando tapas, pero cuando me senté entre ellos vi que se intercambiaban teléfonos, correos e invitaciones. Hacían planes de futuros encuentros como si de una panda de buenos amigos de toda la vida se tratase. Nunca sabré explicar tanta armonía súbita en un grupo de gente que se acababan de conocer, convocados por una editorial mediana.
Misteriosamente, Ediciones Carena está siendo receptora de una serie de autores que, desde diversos ámbitos, géneros y puntos de vista, confluyen en una misma convicción: “Hasta aquí hemos llegado. Hemos de reinventar la vida. Estamos legitimados para ello. Estamos hartos de que nos traten como a imbéciles”.
La impresión es que Wikileaks, sin aportar nada nuevo, ha confirmado descarnadamente cómo desde altísimas instancias supranacionales, se burla la justicia, la dignidad de las personas, se provoca la miseria, se especula con carburantes y alimentos, en función de unos intereses rastreros. Ha supuesto el último o penúltimo desengaño. Curiosamente ninguno de nuestros autores ha optado por la indignación, sino por el intento de esbozar caminos compartidos de implicación en un nuevo proyecto cultural que tiene mucho que ver con la suma de libertades, con el reinicio de otra etapa, sin ira y sin culpabilización, confiando al instinto el timón que tan desastrosamente han conducido unos dirigentes políticos y financieros que, según todas las encuestas suscitan el rechazo ciudadano, aunque es cierto que no hay una alternativa dibujada a corto plazo.
Existe la convicción entendida de que la “vaca del viejo mundo ha pasado su triste lengua” parafraseo a
Lorca, y ha barrido todo cuanto de robable existe. Afortunadamente nos queda la palabra, que era la que obraba el milagro de confraternización, la que juntaba en un juvenil río, los hilos de ilusiones comunes.
Y el nuevo verbo ya se está haciendo carne. Por lo pronto papel. Ahí estaban las y los poetas
Araceli Palma (Águilas-Barcelona) (
La sinfonía del hombre),
José Luiz Ruiz Castillo (Granada-Barcelona) (
Una sombra, una ilusión),
Montserrat Samper (Murcia) (
Mi corazón espera),
Milagros Martín (
Descubriendo mi tiempo),
Felipe Aranguren (Memoria del no poder) indagando en las profundidades, contrastando la autenticidad, buscando el grano humano en el pajar verborreico.
Francesc Mercadé (Reus) y Yoly Hornes (Buenos Aires) proclamando que
Nosotros Mismos, tenemos poder, dones y fortaleza para reinventar otras relaciones de amorosas, vitales y afectivas a cualquier edad. Ahí estaba
Miquel Adrover (Mallorca) que, con
Ganda Salom, nos animan en
Así de simple a atrevernos a comenzar una nueva senda de la que ellos esbozan sugerencias, aliento vital, ideas, para que dejemos de mirarnos al ombligo y emprendamos un camino indagando en la fuerza que nos otorgan los propios fracasos.
Mucho más loable fracasar en una buena causa que triunfar al servicio de lo innoble.
Toni de la Rosa (Badalona) nos dice que
Los que no importan son capaces, aún baldados por la pobreza y el desprecio, de vivir gestas propias de héroes griegos, tanto por la dimensión de las desgracias como por la dignidad con la que la afrontan. Allí estaba
Carmen Plaza (Burgos) que da una vuelta de tuerca a los cuentos clásicos en sus
Cuentos de lumbre y pesadumbre, demostrando que el genio Aladino puede estar en cualquier esquina, siempre que estemos abiertos para recibirlo, que entre los tres cerditos y los que pueblan una consulta médica tampoco hay tanta diferencia… No pudo venir Fernando Lozano (Soria) pero en sus
Cerezas, demuestra que la frontera entre el más allá y el más acá es brumosa y que el romanticismo y la pureza del amor no es patrimonio de los heteros. En la misma línea
José Antonio Baños (Murcia) nos demuestra en
Catulo, poeta latino: las contradicciones de Eros que la revolución interna puede manar de un grupo de niños pijos, adinerados y viciosos, siempre y cuando estén tocados por el don de la inspiración.
Del yo esencial hace surgir
Eva María Ruiz (Barcelona) su
Verdad Scarlata una verdad íntima, total, por encima de parafernarlias, instituciones y miedos “si crees que tu destino está escrito, sáltate el guión y sal a buscar la verdad” En la misma línea de replanteamiento placentero está
Más allá del Recuerdo de
Dolores de la Cámara.
José Urbano revive en
Criaturas del Piripao un fragmento de la sociedad decadente y pícara del siglo XVII, terriblemente semejante al actual,
Juan Manuel López Los mil días con una dosis de memoria de la que los historiadores no quieren saber nada.
Raquel Andrés (Alicante) en
Los ángeles no tienen Facebook, nos advierte que, a veces, compramos productos “gratuitos” pagando un alto coste de intimidad, control social y, sobre todo, dejándonos deslumbrar por la forma sabiendo que la toneladas de información y contactos pueden ser un camino para el aislamiento y la pérdida de puntos de referencia.
Jesús Martinez y Gustavo Franco con el inquietante reportaje novelado de
Molly abren un sangriento interrogante en la confluencia entre conceptos justicia, infancia y autoridad ¿competente?
Pilar Bellés (Castellón) llegó antes que su libro
Diario mágico con su bisturí sobre los “amores hogareños” que sufren algunas mujeres.
Jorge Lara (Argentina-Valencia) aprovechaba que su libro (
El invitado) está en la imprenta, para organizar reuniones futuras en las que el placer, el intercambio de ideas, estuviera a la altura del compromiso de los artistas con su tiempo.
Guillermo Castro que ha viajado a los tiempos de Silverio para otear en los orígenes de un arte indómito como es el flamenco, fue de los últimos en abandonar la nave, en un restaurante de las Ramblas a altas horas de la noche, después de un día tan intenso. El flamenco es esencialmente nocturno e indagador en los dolores del alma, pero al mismo tiempo curativo, como toda expresión verdaderamente artística. El problema es que hay que atreverse a hincar el bisturí para que el pus acumulado fluya.
Y eso es lo que tramamos el día de S. Jordi, en eso consistió el milagro en el que unos desconocidos, en un ritual artístico decidieron hincarse el bisturí anímico exponer ante los otros ilusiones y miserias. San Jordi bendijo el acto y al final quedó esbozado un horizonte de colaboración plasmado en
Puentes Culturales, una asociación que trata de establecer puntos, con fechas de encuentros y amistad bajo la bendición de la diosa literatura.