José Membrive
Todavía, cuando me pongo a pedalear con mi bici estática practico una costumbre que he conservado desde hace unos 35 años: ponerme música de Alfredo Zitarrosa o Daniel Viglietti. Son las referencias musicales de mi juventud rebelde que aún hoy continúan transmitiendo esa fuerza dulce pero contundente que emana del arte uruguayo.
No se trata sólo de un reducto de añoranza, “entonces todo era canto, agua, lluvia, monte, sol, entonces todo cantaba, porque iba cantando yo”, se trata de una música, muy ligada a la tierra “lo que la tierra no enseña, nadie lo puede aprender”, que liga la lucha contra las adversidades políticas a la plenitud sentimental. Eran unas voces que venían de un mítico Uruguay, varias veces campeón de América en fútbol, que años atrás había humillado a Brasil arrebatándole en su propio estadio el campeonato mundial y con un Peñarol de Moneivideo que hacía temblar incluso al todopoderoso Real Madrid de entonces.
Uruguay se proyectaba en mi imaginación como un gran país de dimensiones míticas que siguieron ampliándose a través de gigantes como Onetti que disputaba, en mi fuero interno, a Borges el cetro de la literatura, tumbado en su cama, por su excesivo conocimiento del mundo.
El día que me enteré que Uruguay era unas 48 veces más pequeño que Brasil se me cayeron los palos del sombrajo, como se suele decir. Resulta que Uruguay deslumbra cultural, deportivamente con sólo tres millones y medio de habitantes. Una nimiedad. Si en todos los países se diera una creatividad semejante, el mundo sería una obra de arte casi completa. Pero donde hay belleza siempre hay una bestia tratando de apoderarse de ella.
El canibalismo financiero de las dictaduras militares se estaba ensañando con la Suiza de América y sus músicos, poetas, escritores, -como siempre ocurre en estos casos- engrosaban cementerios, cárceles y vuelos clandestinos, pero convertían el infierno en profundísima literatura y en canciones memorables. La diáspora Uruguaya enriqueció el mundo, lo dotó de matices, de música, de reflexión y, por qué no, también, de dolor y de fuerza.
Varios autores: Los árboles sin bosque (Ediciones Carena-Malabia, 2010)
Daniel Vigletti, el juvenzuelo flacucho, nos desalambraba mentalmente y en cada actuación ponía a las fuerzas del orden al borde de un ataque de nervios. Pero las dictaduras navegan contra la corriente histórica. Recuperada la democracia, con medio país desangrándose en el exterior, Uruguay vuelve por sus fueros literarios. Ni en los peores años de la dictadura, Uruguay bajó los brazos. Benedetti, a quien considero un buen poeta, pero, ante todo, un divulgador del gran sustrato cultural uruguayo, mantuvo el nombre de su país como referencia de primer orden.
Los árboles sin bosque (Ediciones Carena-Malabia) es una muestra, que no antología, de la altísima literatura nacida de corazones uruguayos en plenitud de palpitaciones. No es antología, porque no implica un concurso selectivo, puesto que la abundancia de grandísimos escritores, da para mucho más, y sabiamente, Federico Nogara, el coordinador del proyecto, no ha querido establecer orden jerárquico entre los que son y los que no están en este primer volumen.
El título es acertadísimo, porque no se trata de un grupo homogéneo, ni con criterios estéticos o ideológicos que le aporten uniformidad creativa, no obstante comparten dos circunstancias comunes en estos escritores: el país de origen y la huella de Onetti, y digo huella y no magisterio. Onetti representa un modo de entender la literatura relacionada con un profundo y desolador conocimiento de la condición humana. Empuja a sus posibles imitadores a un pozo oscuro a construir su propio universo. No se puede ser discípulo de Onetti si no eres sabio y si eres sabio has de investigar por ti mismo. Así que en esta muestra nos encontramos con veintitrés creadores en busca de nuevas formas de expresión literaria. El estilo, el contenido, el argumento, la forma… son palabras menores. O estableces tu mundo o dejas de escribir. Así de fácil, así de terrible. Es la maldición de la auténtica sabiduría, el creador puede dejar que te bañes en sus aguas, pero prepárate a nadar.
“¿Dónde la verdad? ¿Qué espacio le queda a la palabra poética que podría redimirnos? –se pregunta Rodríguez Padrón en el epílogo. Y continúa. “¿Por qué tengo la impresión, querido Héctor, de que hoy se malgastan las palabras, se dilapidan a manos llenas, para no llegar a nada? He afirmado muchas veces que la escritura literaria, en estas últimas décadas, se apresura a servir disciplinadamente a un decir general del todo ajeno a la reflexión sobre el lenguaje; y lo que me parece peor, voluntariamente ajeno a la memoria… y solo dado a la suma de recuerdos más o menos entrañables, para consumo nostálgico y poco más. Se escribe sin que haya detrás un pensar… La escritura poética está… para reconocer la soledad del individuo en este tiempo de penuria, digo de penuria espiritual y moral; para entrar en la memoria de la que forma parte y sin la cual nunca podrá ser de verdad libre”.
La lectura de estos autores agranda efectivamente nuestra propia memoria. Nos transforma en seres memorables. Estos son los autores que forman parte de la presente muestra. En un próximo artículo, trataremos de aproximar la lupa a sus textos: Germán Machado, Álvaro Ojeda, Selva Casal, Hugo Fontana, Álvaro Miranda, Circe Maia, Federico Nogara, Amanda Berenguer, Javier Etchemendi, Tatiana Oroño, Silvia Guerra, Rafael Courtoisie, Alicia Migdal, Mariella Nigro, Héctor Rosales, Enrique Bacci, Henry Trujillo, Cristina Peri Rossi, Roberto Genta Dorado, Miguel Motta, Alfredo Fressia, Melba Guariglia y Luis Bravo.
NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.