El Sena suena en mi memoria a
Charles Trenet con acordeón; a
Yves Montand susurrándole al oído de
Marilyn Monroe dulces inconveniencias; a
Maurice Chevallier acompañando con frac a una viuda alegre de nombre
Gigi, o siguiendo con un violonchelo al hombro a
Audrey Hepburn por las calles grises de un París
con faldas y a lo loco, rendido a la mirada audaz y ya enferma de
Gary Cooper... El Sena me suena también a
Edith Piaf cantando en un rosa herido de muerte por el infortunio. Y es que el Sena es de color rosa, rosa afortunado como sólo puede serlo la vida en una tarde de abril en
París teniendo los bolsillos llenos. Llenos de ilusiones y algunos euros. Ah, "April in Paris" cantado con terciopelo por
Sinatra en
Come fly with me.
Sí, ya imagino que ni para
Godard, ni para
Sartre, ni para
Yourcenar, ni para
Chabrol, ni para
Foucault, ni para tantos y tantos otros tipos serios, la música del Sena brota de ninguna postal americana
made in Hollywood. Ya sé que el Sena no es un río diseñado por
Minnelli para que
Gene Kelly y
Fred Astaire hagan acrobacias en sus orillas imaginando una cara de ángel al ritmo de
Gershwin. Y sé también que cuando París era una fiesta aún
Ben Webster no besaba su saxo tenor en algún tugurio de la
rive gauche con las nieves del Kilimanjaro al fondo. Sé que mi evocación sonora del Sena en París está trufada de cine, de cine americano por más señas. Pero poco puedo hacer al respecto. Mi educación sentimental es deudora del cine, y el cine amigos míos, el cine de palomitas, cabalgadas al atardecer, éxitos de Broadway, aventuras en el Amazonas, alaridos de Tarzán, séptimos de caballería al galope, o tipos realmente duros en plano casi negro…, es americano. Sólo americano.
Frank Sinatra: "April in Paris" (vídeo colgado en YouTube por gufgah7)
Si dejó un poco de lado el Sena tópico y hollywoodiense de mi imaginación infantil y juvenil, y me concentro en el de mi madurez, en ese Sena
vivido de cerca y en pleno directo, nacen inmediatamente otras notas. Escucho, por ejemplo, la música que
Reynaldo Hahn le puso a los versos de
Verlaine o
Baudelaire. O también el piano racionalista, trazado con tiralíneas, del vasco
Ravel; o la melancolía un tanto oriental de
Debussy; o el
Wagner tan francés y cartesiano de
Pierre Boulez; o la visión del fin de los tiempos de
Olivier Messiaen: metafísica, sencilla, en voz baja, impresionante en su desolación y esperanza en
Jesús.
La música del Sena acoge cientos de ritmos y melodías. Sus intérpretes se cuentan a miles a lo largo de toda la historia. Pero a quien no me es posible escuchar ahora mismo en las aguas del río parisino es a ese veneciano de nombre Antonio y apellido
Vivaldi (1678-1741). Y eso que el decenio de 1720, su “decenio francés”, es uno de los más importantes en su carrera, en explícita coincidencia con la estancia en Venecia de
Jacques-Vincent Languet,
conde de Gergy, representante del rey de Francia en la República inundada. Durante esta etapa el embajador encargó al compositor tres serenatas para la casa real francesa. La primera se titula
Dall´eccelza mia reggia, RV 687, también conocida por el nombre de sus personajes,
Gloria e Himeneo. De esta obra sólo se conserva la partitura, puesto que el libreto desapareció. La pieza fue compuesta para celebrar la boda de
Luis XV con
María Lesczynska, en 1727. La segunda serenata lleva por título
L´unione della pace e di Marte, RV 694, obra para tres voces cuya partitura se perdió tal vez para siempre. Fue escrita por Vivaldi para celebrar el nacimiento de las gemelas reales.
La tercera y más importante de todas las escritas por el veneciano es la serenata
La Senna Festeggiante (
El Sena en fiestas), RV 693, obra a tres voces que en la actualidad se encuentra entre los manuscritos de Turín, en la colección Fao. No se sabe a ciencia cierta la fecha de composición y ejecución primera de la obra, aunque la crítica especula con que ésta tuvo lugar en Francia. En esta serenata, que con acierto Vivaldi pensó no supervisaría personalmente en su primera puesta en escena, hay gran número de alusiones a la música francesa, tanto en la Sinfonía inicial, como en la overtura con la que da comienzo la segunda parte de la obra.
Antonio Vivaldi: La Senna Festeggiante (vídeo colgado en YouTube por MuziektheaterInVitro)
En nuestros días no es inusual que las dos serenatas,
El Sena en fiestas y
Gloria e Himeneo, se representen juntas como una sola ópera en tres actos. Esta “nueva” ópera queda así protagonizada por tres personajes:
La Edad de Oro, La Virtud y el
Sena. El argumento es muy simple: las dos primeras llegan hasta el río y anuncian la felicidad de sentirse en él llenas de paz, tras haber vivido sufrimientos y miseria a mansalva. El Sena las recibe con solemnidad y afecto, anunciándoles que si se quedan en su ribera serán felices para siempre. Una multitud de cigüeñas blancas vuelan sobre las dos nuevas huéspedes del río, y las ninfas bailan a su alrededor.
La Senne festeggiante precisa de una pequeña orquesta de cuerda, viento y bajo continuo, y de dos voces femeninas (
mezzo y soprano) más una masculina (bajo).
Que se sepa Vivaldi jamás vio ni de cerca ni de lejos el Sena, aunque así todo le dio la voz profunda de un bajo. Pero lo que sí hizo don Antonio, el “cura rojo”, fue dejarnos a todos como herencia en partitura (incluidos París y el Sena por los siglos de los siglos), el sonido musical y barroco de las cuatro estaciones del año: un otoño, un invierno, un verano y una primavera que forman parte implícita ya de nuestra memoria más resplandeciente. Amén.