Hace escasas semanas la Alemania de la canciller
Merkel terminaba de pagar las deudas de guerra que los aliados le impusieron en el Tratado de Versalles, nada más terminar la Primera Guerra Mundial. En dicho Tratado se consideraba a Alemania la máxima responsable de la guerra y sus desastres, y en consecuencia, se le impusieron múltiples sanciones, entre ellas pagar una cuantiosa cantidad de dinero a modo de indemnización. Ahora solo falta que paguen las sanciones que se le impusieron tras el otro gran conflicto bélico del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, de la que Alemania también fue considerada principal responsable.
El pago definitivo de la vieja deuda coincide en el tiempo con al menos tres hechos muy relevantes:
Primero, se cumplen ahora 20 años de la reunificación de Alemania, es decir, del renacimiento de la gran Alemania, el país más poblado de la Europa Occidental situado en el mismísimo centro geográfico del mapa europeo.
Segundo, Alemania de nuevo se ha convertido en el gran motor económico del Viejo Continente; es la única gran economía occidental que está dando claras muestras de recuperación y crecimiento, y es la economía que está poniendo condiciones al resto de las europeas para salir en su defensa en caso necesario. Pero esa “ayuda” a modo de respaldo no es gratuita. Alemania hará de nuevo de locomotora económica europea a condición de que el resto de economías de su entorno sean subsidiarias, es decir, que ejerzan de amplio mercado de consumo y cautivo para los productor
made in Germany. A medio y largo plazo se trata de que Alemania imponga sus intereses económicos al resto de socios comunitarios a cambio de ejercer de garante final de la economía europea. Toda Europa, salvo Francia, en parte Inglaterra y sectores concretos de la economía italiana, acabaremos siendo solo consumidores de lo producido en Alemania, y nuestro futuro quedará reducido a ser los “camareros” de los alemanes cuando decidan visitar nuestros países en sus vacaciones.
Angela Merkel (fuente: wikipedia)
Tercero. Estos días los titulares de los periódicos anuncian que Alemania da por finalizado el “multiculturalismo”, y que Angela Merkel asegura que el modelo social implícito al multiculturalismo “ha fracasado totalmente”. A esta noticia se añade el que el gobierno alemán prepara ya una lista de inmigrantes que rechazan los cursos de integración, que anuncia que quien no aprenda alemán no será bienvenido al territorio teutón y que Alemania está vinculada a los valores cristianos, y quien no lo acepte, no tiene ningún acomodo en el país. Curiosamente, a los pocos días de estas declaraciones, la Unión Europea coordina por toda Europa, incluida España, claro, una “caza de sin papeles”.
Quiero decir que estoy completamente de acuerdo con la filosofía que sostiene parte de estas declaraciones. Los inmigrantes deben someterse a las reglas, leyes y costumbres del país que los acoge. Los inmigrantes deben aprender el nuevo idioma, deben conocer de qué manera se funciona en su nuevo país y deben adaptarse, sí, en ocasiones haciendo esfuerzos y algunas renuncias. No es posible que los inmigrantes lleguen a su nuevo país y exijan que se respeten y apoyen todas sus creencias y todas sus costumbres, algunas abiertamente contrarias incluso a las leyes del país de acogida.
Pero lo que me preocupa y me lleva a reflexión es la suma de ingredientes aquí someramente expuestos. Coincide el 20 aniversario de la eclosión de la Gran Alemania con su gigantesca potencia económica en un momento de crisis económica global y generalizada, y especialmente en el propio entorno geográfico alemán. Y estos dos factores coinciden en el tiempo con el fin de deudas que hablan del
atroz papel histórico de Alemania en el siglo XX, y con la verbalización desde el gobierno alemán de que quien no se someta a sus “imposiciones nacionales” no tiene cabida en el país.
¿Se puede convertir Alemania y su recurrente e histórica deriva nacionalista en un verdadero problema a medio y largo plazo? ¿Puede volver a convertirse la Gran Alemania en una fuente permanente de conflictos intraeuropeos? ¿Es conveniente la eclosión de un nuevo Imperio Alemán en el seno de la Unión Europea? A este respecto la historia de Alemania de los últimos dos siglos es más bien preocupante, y debe llevarnos a todos a la reflexión y al análisis frío y detallado. Quizá no le convenga a nadie una Alemania en exceso fuerte, en exceso locomotora. Insisto, la experiencia histórica no es desde luego la mejor.