El sello, la visión sureña, se desborda en cada verso, aunque el lenguaje está exento de retoricismo; es un lenguaje directo, más propio de la escuela catalana. Sin embargo, dentro de la poesía andaluza, Granada y Málaga reproducen dos tipos distintos de poesía.
Hasta finales del siglo XX, en el que las fronteras se volatilizan, Granada permaneció como un mundo autónomo, con su hermosísima vega regada por la imponente Sierra Nevada, con una hermosísima ventana tropical al mar que invita más a quedarse. Granada es un pequeño territorio que encierra en sí todos los climas y paisajes imaginables y, sobre todo, la garantía alimenticia de su regada vega. Su extremada hermosura, que suscita los más altos sentimientos líricos, tiene como contrapartida el ansia de disputa que su riqueza ha despertado siempre entre los pueblos ribereños. Granada ha sido siempre la hermosa joya que conquistar. Pasión viene del verbo
padecer, pero también significa vivir intensamente. Sangre y belleza. Amor y tragedia han pendido siempre en la historia granadina y, por tanto, en su poesía. Los romances fronterizos enfrentaban a vida o muerte a los caballeros hermanados por un amor común, irremisible. La tragedia es el núcleo permanente de los romances lorquianos, pero no una tragedia cualquiera: la tragedia irremisible provocada por un amor legítimo e inmanejable.
José Luis Ruiz es un poeta plenamente granadino al describir Nueva York. “Sintiendo la pasión, el miedo, el dolor de un mundo desmembrado. Bello, feo, reluciente, mítico, vulgar…” Los poetas granadinos pueden expresar en el mismo verso dos sentimientos contradictorios sobre el mismo detalle, extremadamente poéticos, extremadamente sinceros. El desgarro forma parte de la historia de la poesía granadina. Lo más permanente en el poeta es lo que heredó del aire, de la tierra, lo que no supo que aprendía, lo que amasó, sin saberlo, en la infancia. Su mirada trágico lírica sobre Nueva York es netamente granadina. Yo, que creo que gran parte de la historia de Andalucía se plasma en su música, identifico la estética granadina con esa “desgrasiaíta” gitana
María de la O, que llora “teniéndolo to” y que hace con su desgracia una exquisita joya musical.
José Luis Ruiz: Ida y vuelta a Nueva York (Ediciones Carena)Sin embargo, las primeras armas poéticas de José Luis Ruiz Castillo fueron elaboradas con material malagueño. Málaga es hoy tal vez la ciudad que más y mejores poetas acoge por metro cuadrado. En la
antología poética andaluza Entre el XX y el XXI el escritor
Francisco Morales Lomas, quien también ha vivido en Granada y Barcelona y que ahora lo hace en Málaga, incluye cuatro poetas granadinos y cuatro malagueños (casi la mitad de los 20 poetas escogidos vive en estas dos ciudades).
Frente a la sentimentalidad granadina, la vitalidad malagueña. La poesía malagueña mira al mar, llama, necesita que el viento empuje sus velas y busca la belleza en el mundo que desfila.
Tatuaje, la canción de aquella mujer que busca apasionadamente a su marinero tatuado, que a su vez busca a una mujer, sabiendo ambos que no van a encontrarse, es la canción que asocio con la poesía malagueña. Cuando Cádiz se vuelca en su propio mundo chirigotero, Málaga aprovecha para impulsar a toda vela los sueños sureños del más allá del charco. Málaga le proporcionó las alas a José Luis para marcharse a Barcelona y, para, desde allí, seguir volando a Nueva York o retornar a la propia Málaga. Málaga es la vitalidad que en un momento puede dotarte de esa mirada cúbica que tan bien representa
Picasso: se trata de ver el objeto simultáneamente por dentro y por fuera. Ver su forma y su significado, su piel y sus tripas, lo que es y lo que dice ser, lo que encierra y lo que oculta. Creo que esta mirada picassiana es la que despliega en su segundo poema, “La estatua de la libertad”
. Barcelona es la tercera estación en la vida de José Luis Ruiz Castillo. En ella confirma su oficialidad como poeta. En ella ven la luz sus obras poéticas, y si a los 12 años ya está configurado todo el magma interior del poeta, es su edad adulta, su entorno vital el que configura su temática y, en cierta manera, pule su estilo literario.
Pienso que, en gran parte, el estilo literario como reflejo de la disposición del poeta ante la vida, se hereda y, quiéralo o no, se mantiene, pero la forma de expresar sí que puede pulirse. La técnica afecta, si no a la estructura del edificio poético, sí a la configuración de cada uno de los libros. Como aprendiz de poeta sureño que también contactó con la poesía barcelonesa, muchísimo más comedida y directa, sé los efectos de simplificación expresiva que tienen siempre sobre la tendencia manierista que aflora en la poética andaluza más espontánea. “Cómo pueden decir estos tipos las cosas tan sencillas pudiéndolas enredar”, pensaba al leer a
Gil de Biedma y a
Goytisolo. José Luis Ruiz Castillo mantiene su disposición desbordante ante la mirada, sus sentimientos invaden los versos “ubérrimos”, que diría el maestro
Rubén Darío, pero su lenguaje es más de
Fray Luis de León que de
Herrera. Sencillez, contención expresiva contrastando con la apasionada visión de la vida, no sólo en Nueva York, porque este libro podría titularse simplemente
Ida y vuelta: es un recorrido por los acontecimientos vitales que le marcaron.
Siguiendo el símil coplero, yo diría que Barcelona es los “ojos verdes” de la poesía. Y cuando digo Barcelona puedo decir exactamente igual, Madrid. Son ciudades que permiten al poeta despojarse de su atuendo (la gran mayoría de los poetas son profesores de letras) y visitar los barrios bajos donde siempre la humanidad es más alta. Porque humanidad es verdad, descarnamiento, y por la vida “oficial” vamos ocultos, tapados por títulos y profesiones. La noche nos desnuda, y en Barcelona o Madrid, por la noche, todos somos personas, clientes de los sueños, de los deseos, frente a personas que necesitan de esos sueños. El anonimato, el exilio de la propia imagen, el contacto directo con los sentimientos, con la amistad, con el sexo, con las decepciones… Esa masa con la que en el despacho se elabora la poesía ha de adquirirse con nocturnidad y alevosía, y en ello son ricos los mercados de las grandes metrópolis.
También, hablando ya como editor, sólo en las grandes metrópolis podemos soñar con la mercantilización en el buen sentido de la poesía. Los poetas son los cenicientos de la cultura, que es la cenicienta de las “partidas” políticas. Los poetas se ofenden si alguien les dice que escriben por dinero, y es cierto. Nadie escribe bien por dinero, pero nadie puede vivir bi
en sin dinero.
La poesía es un bien social, y el público lector ha de saber que el buen poeta tiene que vivir. El problema, más que de público, es del propio poeta, en general anclado en la imagen del trovador que se conforma con pasar la gorra después de cada sesión, o del noble del Siglo de Oro que no quería manchar su honor relacionándose con algo que tuviera que ver con el dinero, o con el jornalero que espera en la plaza del ayuntamiento a que un alcalde venga a ofrecerle una concejalía de Cultura a quien mejor sepa cantar sus excelencias.
Este es un tema digno de ser tratado en otra ocasión, pero decisivo en la expansión de la poesía.
En definitiva, en el libro
Ida y vuelta a Nueva York, al margen de poder palpar los sustratos poéticos del autor, al margen de poder recorrer bastantes episodios importantes en la vida del poeta, uno puede disfrutar con la degustación de un poemario alto en pasiones y en maneras originales de expresión.
La noche acabó, como no podía ser de otra manera, con una agradable conversación junto a una barra de un bar, degustando la atmósfera en la que el invierno daba su fresco beso de bienvenida a la radiante primavera que las aguas anuncian. Un presagio para futuros poemas, para futuras presentaciones…