El polémico nombramiento, como nuevo Obispo de San Sebastián, del donostiarra
José Ignacio Munilla, en sustitución del septuagenario
José María Uriarte, ha tenido como primera y benéfica consecuencia el que una parte de los clérigos vascos se hayan quitado, por fin, la máscara del rostro, pudiéndoseles ver al descubierto su verdadera jeta, la de aquellos que no sólo son y han sido permisivos con los asesinos etarras y su salvaje política terrorista, sino la de los que han apoyado de pensamiento y obra, con vileza inaudita, los asesinatos y a los asesinos del tiro en la nuca.
Que parte de la iglesia en el País Vasco aplaudía las acciones de ETA, las encubría e incluso las facilitaba dando, por ejemplo, cobijo y amparo a los asesinos, era algo que estaba en mente de todos. Se
han escrito libros y libros al respecto, y desde fuera muchos jamás entendimos que los Papas de Roma permitiesen cobardemente tal ignominia. Todo el mundo sabe que han sido y son muchos los curas vascos que no quieren saber nada de las víctimas de ETA, y que son y han sido muchos los que han mirado hacia otro lado o incluso han vitoreado la barbarie etarra.
José Ignacio Munilla Aguirre (foto de José Ignacio Munilla Aguirre, wikipedia)Ahora, a muchos curillas vascos con la conciencia manchada de sangre y la sotana negra de desvergüenza, les ofende que les pongan un patrón que no comulga ni con los asesinatos ni siquiera con el
nacionalismo más o menos civilizado, si juntar dichos conceptos, nacionalismo-civilizado, no conforma un nuevo oximorón de estilo barojiano. No, algunos curillas vascos, cobardes escondidos tras el cómodo burladero de la iglesia católica con capital terrenal en la ciudad eterna, quieren ser ellos los que pongan y quiten a sus jefes aquí en la tierra, los que decidan quienes predican en las provincias vascas y, sobre todo, qué se predica en el País Vasco, dando prioridad, desde luego, a la palabra de ETA por encima de la palabra de
Jesús.
Sí, el nombramiento de Munilla ha escocido mucho a los curas proetarras, y en general a todo el Nacionalismo vasco, sea este extremista o moderado: los dos aplauden a su manera el tiro en la nuca, el secuestro y el sacudir el árbol para recoger los frutos. Los curitas vascos que se ordenan en los feudos nacionalistas recibiendo la hostia del radicalismo etarra con fe inusitada, están molestos, muy molestos, porque les han obligado a quitarse la careta y se les ve el plumero, es decir, se les ve el pasamontañas negro que todos ellos lucen con montaraz entusiasmo. Muchos curas vascos van a tener que dar un paso al frente o tres hacia atrás, van a tener que retratarse al descubierto en el día a día, y eso, claro, ser cristiano, sacerdote, hombre de Jesús en la tierra, y a la vez reír el paquete bomba, alentar el enfrentamiento, cobijar a los asesinos, sermonar a favor de unos y en contra de otros, negarse a acoger y confortar el dolor de las víctimas. Sí, ahora se ven los colmillos de los lobos bajo la piel de los corderos, y ahora, es muy probable, sepamos abiertamente de sus repugnantes dentelladas.