Juan Antonio González Fuentes
La temprana muerte del poeta José de Ciria y Escalante (Santander, 1903-Madrid, 1924) de la que en 2009 se cumplen 85 años, tiene el atractivo de poder especular sobre lo que pudo haber sido su carrera literaria. Sin embargo, más allá de eso, deberíamos ser capaces de leerlo ahora desde el escritor que realmente fue. No encontramos en Ciria un autor de madurez ni un autor con un sólido proyecto, sino la semilla de una escritura en estado puro, de un vitalismo que dejó asombrados a nombres que van desde Federico García Lorca (quien le dedicó un conocido poema a su muerte, dejando a Ciria ya para siempre con el sobrenombre de “Giocondo”), hasta Gómez de la Serna, quien lo acogió bajo su ala en el Ateneo de Madrid. Y todo sin haber llegado prácticamente a la entonces mayoría de edad. Es más, estos, junto a nombres como Azorín, Juan Larrea, Moreno Villa, Luis Buñuel, José Bergamín, Pedro Salinas..., y un larguísimo etcétera, tras la repentina muerte del joven poeta y escritor en el Hotel Palace de Madrid (donde vivía gracias a sus adinerados padres), aunaron esfuerzo y dinero para publicar la obra dispersa de Ciria, editando así un tomito que hoy es pieza perseguida por los coleccionistas. La estima hacia su obra, hacia su vitalismo vanguardista, y por extensión, hacia su persona, quedaron constatados con evidencia gracias a aquel gesto. Sus amigos reunieron fundamentalmente su obra ultraísta, sin duda, lo más importante e interesante de su producción. Sin embargo, es necesario releer todos sus escasos trabajos en conjunto para poder acercarnos con algún acierto a su personalidad y a sus ideas, por ejemplo, sobre el arte.
El mejor ejemplo de esas ideas son los dos artículos que José de Ciria y Escalante publicó en el santanderino y desaparecido periódico La Atalaya dedicados a dos “pintores montañeses”: Pancho Cossío (el 31 de diciembre de 1920) y Solana (el 5 de febrero de 1921). Son dos trabajos “impresionistas”, en absoluto teóricos, en los que sin embargo sí se dejan vislumbrar los intereses pictóricos del autor, y en los que se plasman algunos datos y detalles sin duda interesantes para los estudiosos de la pintura y la personalidad tanto de Francisco Gutiérrez-Cossío como de José Gutiérrez Solana. Aquí reproducimos el artículo dedicado a Solana. A mediados de este mes de noviembre el poeta y filósofo Alberto Santamaría y yo mismo dedicamos un ciclo de conferencias monográfico al Ultraísmo y a José de Ciria en la santanderina Fundación Botín. Y a la vez, en la revista Trasdos del Museo de Bellas Artes de Santander, recuperamos el texto sobre Solana y sobre Cossío. Esta breve introducción formará parte de nuestro artículo para esa revista.
José Gutiérrez Solana: La tertulia de Pombo (1920)
EN CASA DE JOSÉ GUTIÉRREZ SOLANA
La sección de Artes Plásticas del Ateneo montañés invitó, no hace aún muchos días, al ilustre pintor santanderino José Gutiérrez Solana para que celebrara una exposición de sus lienzos en el nuevo local, y que sería la que diese comienzo a la serie de proyectos, prontos a realizar por la antedicha Sección.
Nada sabíamos de la contestación que Solana había dado al Ateneo, cuando el otro día le encontramos en la tertulia literaria y artística que en el Antiguo café y botillería de Pombo se celebra en las noches del sábado. (Esa admirable tertulia, de ambiente tan cordial, que formó Ramón Gómez de la Serna, y que ha sido consagrada por las crónicas apologéticas de este original escritor y últimamente por el espléndido lienzo que, con el título La tertulia de Pombo, ha pintado Solana, cuadro que fue expuesto en el Salón de Otoño, y últimamente adquirido por el dueño del café y colocado en el salón donde se reúnen los pombianos).
El pintor montañés semeja una fuerte y tallada columna de granito. Solana es un tío con toda la barba -escribe Ramón Gómez de la Serna- un tío que tiene una sonrisa siniestra, una sonrisa como de borracho que se da cuenta de todo de un modo desatado, una sonrisa de una crudeza y una claridad como la del rayo, una sonrisa que no se parece en nada a esas sonrisas encubiertas, galantes, dulces, blandas, de una ironía mezquina, que no merece la vida, más fuerte, más aciaga, más vibrante y más real de lo que parece. La sonrisa de Solana, llena de un resplandor zahiriente y tajante, esclarece con su luz fría y agria las cosas y las acusa como nada. (Se ve ante su resplandor que estamos a oscuras).
Estrechamos la mano del autor de El carnaval de la aldea, maravilloso cuadro adquirido recientemente en una exposición de Londres, y al preguntarle si por fin iba a enviar sus obras al Ateneo, nos contestó:
-Precisamente, hoy he contestado a Ángel Espinosa, que me invitó en nombre de la Sección de Artes Plásticas, agradeciéndole su deferencia y comunicándole además mi deseo de retrasar mi exposición hasta mayo. No tengo nada nuevo; lo único que podría mandar serían cosas viejas y muy conocidas del público. La España negra me ha robado mucho tiempo y apenas si he pintado mientras he estado escribiéndola. A Santander quiero enviar mis últimas obras y exponerlas allí por vez primera. Emplearé estos tres meses en preparar la exposición.
¡Lástima grande que no se pueda celebrar en este mes de febrero, coincidiendo con la inauguración del Ateneo! Un día escribió Gómez de la Serna: "La exposición general de los cuadros de Solana se debía verificar bajo el cielo de febrero, bajo la comprensión de febrero y coincidiendo con el Carnaval, para que las máscaras entrasen a ver los cuadros. En esa exposición podría haber también concurso de pobres típicos, cantadores de flamenco, música de la calle, y yo daría una conferencia ante cada cuadro".
-Venga usted mañana por casa -nos dijo Solana al despedirnos- así podrá ver las obras que tengo en preparación.
Al día siguiente, nos encaminamos a casa del pintor, enclavada hacia el medio de la calle de Santa Feliciana, y que consta solo de dos pisos, con un aspecto que tiene algo de chalet elegante y otro poco de casa humilde de aldea.
Atravesamos un largo y estrecho pasillo, en el que se abrían puertas a ambos lados, y que estaba completamente atestado de cuadros y bastidores con lienzos aún sin pintar.
La criada nos pasó al comedor, y mientras iba a avisar a los dos hermanos, observamos la estancia. Unos curiosísimos cuadros colgaban en las paredes. Eran unos cromos -hasta cuatro— representando escenas pueblerinas unos de ellos, con un paisaje sencillo: un grupo de casas agolpándose alrededor de la iglesia, en cuya torre marcaba la hora un reloj auténtico; otros representaban una escena marinera, con la perspectiva de unos buques atracados, y al fondo el cuadro se veía un edificio que poseía también un magnífico reloj. De los marcos de todos ellos colgaba una cadenita de hierro, rematada por una anilla. Cuando más extasiados estábamos en la contemplación de los cromos, entró José Gutiérrez Solana, acompañado de su hermano Manuel, alma de aquella casa.
Pronto advirtieron mi curiosidad, y tirando de las cadenitas que pendían de los marcos, comenzaron a funcionar los mecanismos de los relojes, tocando cada uno una marcha diferente. De una pared de la habitación colgaba también un reloj de cuco, que pronto comenzó a tomar parte activa en el concierto. La casa de los Solana está por completo abarrotada de juguetes con mecanismos musicales.
Después pasamos a ver los cuadros. En el otro comedor de la casa, más amplio y claro que le que sirve de albergue a los cromos filarmónicos, es donde trabaja Solana. Allí tenía un lienzo a medio pintar. El asunto es divertidísimo; se trata de una gallina vestida de vieja, con unas gafas colocadas en la punta del pico y con una toca sobre la cabeza. Al lado de ella un pato con traje y aparejos de pescador la acompaña, y completa el cuadro una pecera, en la que nadan unos peces encarnados.
- Estos modelos, nos dijo Solana, los compré en el Rastro hace ya mucho tiempo. Me han hecho gracia y los he aprovechado como asunto para un cuadro. En él estoy trabajando ahora.
En la estancia donde nos encontramos se halla casi en su totalidad la obra de Solana. Una gran cantidad de vírgenes y santos góticos dan a la habitación un aspecto inquietante, que, uniéndose a la impresión que producen los cuadros (capeas en las plazas de los pueblos, entierros de la sardina, figuras de cera, vitrinas del Museo Antropológico, procesiones bajo un cielo negro, etc., etc.) y a la luz tímida del atardecer, que entra en el cuarto atravesando unas persianas verdes colocadas en los balcones, producen un efecto lúgubre.
Nos despedimos de los dos hermanos con la grata impresión de aquel rato inolvidable, y deseando que las nuevas obras del pintor montañés, que han de ser expuestas en el Ateneo, proporcionen nuevos triunfos a su creador.
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Últimas colaboraciones (NOVIEMBRE) de Juan Antonio González Fuentes en la revista electrónica Ojos de Papel:
LIBRO: Miklós Bánffy: Los días contados (Libros del Asteroide, 2009)
CINE : Woody Allen: Si la cosa funciona (2009)
-LIBRO (octubre): Luis García Jambrina: El manuscrito de piedra (Alfagaura, 2008)
-CREACIÓN (octubre): La lengua ciega (DVD, 2009)
-CINE (octubre): Isabel Coixet: Mapa de los sonidos de Tokio (2009)
-LIBRO (septiembre): P.D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)
-LIBRO (julio): Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009)
-PELÍCULA (julio): Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009)
Más de Stieg Larsson:
-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)
-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.