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miércoles, 23 de septiembre de 2009
Ha muerto un auténtico poeta, Diego Jesús Jiménez
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[8792] Comentarios[0]
Ha muerto un poeta. Ha muerto Diego Jesús Jiménez. La noticia apenas ha tenido trascendencia mediática, y lo encuentro lógico. Va en la naturaleza del oficio un cierto arrinconamiento, el que las luces más mundanas enfoquen siempre hacia otros lugares, el que los titulares de prensa y los mejores minutos de televisión y radio los ocupen goles, divorcios, amores y desamores, desfalcos, asesinatos, guerras y crisis. Ha muerto un poeta grande


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Ha muerto un poeta. Ha muerto Diego Jesús Jiménez. La noticia apenas ha tenido trascendencia mediática, y lo encuentro lógico. Va en la naturaleza del oficio un cierto arrinconamiento, el que las luces más mundanas enfoquen siempre hacia otros lugares, el que los titulares de prensa y los mejores minutos de televisión y radio los ocupen goles, divorcios, amores y desamores, desfalcos, asesinatos, guerras y crisis. Ha muerto un poeta grande y su desaparición no ha sido percibida por prácticamente nadie, tan sólo por los que dentro de la tribu ya empezamos a ser talluditos. Y sin embargo la obra de Diego Jesús Jiménez, su infatigable labor con las palabras durante años y años de trabajo, quedará ahí ya para siempre, una aportación a la salud y senderos del idioma español que utilizan para expresarse cientos de millos de seres humanos en el mundo. Diego Jesús Jiménez, sin que apenas nadie lo sepa y reconozca (ni falta que hace, probablemente!!!), ha enriquecido con sus poemas el paisaje, las formas y los horizontes de todo un idioma: un espacio mental en el que habitaron, habitamos y habitarán un número casi infinito de historias, de vidas.

Diego Jesús Jiménez nació en Madrid en 1942, y murió en la misma ciudad el pasado 13 de septiembre. Fue pintor, periodista y, sobre todo, poeta..., si es que dicho oficio puede ponerse en una tarjeta de visita. En 1964, el año en el que The Beatles cantaban Can’t by my love, ganó el entonces prestigioso premio Adonais de poesía con el libro La ciudad, y en 1968 el Nacional de Poesía por Coro de ánimas. A estos premios le siguieron el Juan Ramón Jiménez por Bajorrelieve (1990), y el Jaime Gil de Biedma, el de la Crítica y de nuevo el Nacional de Poesía por Itinerario de náufragos (1997). Con Diego Jesús Jiménez sólo coincidí en una ocasión, hace ya muchos años, juraría que en los Encuentros de Verines que coordina Luis García Jambrina, o tal vez en algún encuentro de poetas en tierras del sur de España. Leí ya no recuerdo qué poemas y él, con fama de lector benévolo y generoso, se me acercó al final de la lectura y me dijo con inolvidable amabilidad “me han gustado chaval, me han gustado”. Qué curioso, no recuerdo ni la fecha ni el lugar del encuentro, pero sí las palabras alentadores del maestro.



Diego Jesús Jiménez (clicar en la foto para leer la entrevista para www.canal-literatura.com)

Ha muerto Diego Jesús Jiménez. La inmensa mayoría no sabe quien es. Poco importa, lo trascendental en todo poeta importante (y Diego Jesús lo es) es que ensancha el idioma, lo enriquece, le da colores y aromas que luego todos usamos sin saber su procedencia. Ha muerto un poeta, pero se queda en el idioma, en las palabras. Ahí va tan sólo una muestra.

Arcángel de ceniza
Homenaje a Federico García Lorca

I. Los lagartos dibujan en el tiempo
su muerte mineral. Hay mastines que sueñan con rocío en los ojos
y que entornan las noches ante el infortunio. No sé por qué
tras las últimas casas de los barrios extremos
imagina uno el mar. La luz es un estanque
que habita la memoria, un estanque con algas y secas humedades
donde los días yacen en sus salas de espera.
                    Los cementerios de automóviles
atraviesan urgentes madrugadas
de hospitales y de óxidos. Deja la claridad, entre las flores,
un mundo submarino abierto. Sueñan los dormitorios
enfermedades plateadas, y hay un temblor difuso en las paredes
y muñecas sin ojos arrastrando
su universo olvidado. Hay vacíos océanos
y animales pacientes que ahogan el insomnio.
La tortuga invernal, entre la lluvia,
avanza más aprisa que los trenes
que atraviesan los cielos. Nadie
recuerda nada aquí. Todo está aislado en su inseguridad; la luz es un naufragio
de hogueras apagadas. De humo estrellado
son las sombras, y hay navajas que brillan de incertidumbre
como un escalofrío. Hay testigos de espuma en los alrededores
y recodos de horas que no terminan nunca. Hierve la Historia
en una sola página. La ciudad,
a lo lejos, tiene un maduro resplandor
de palacio de invierno.

II. Oigo desde aquí los aljibes, los desagües
desde donde las ratas y los pobres comparten sus negocios
de cartón y de humo; ya los ejecutivos,
con la seguridad de los prestidigitadores,
ascender por el aire; ya los asentadores,
ya los intermediarios de todo cuanto un día en los campos
                    fue bello; o a los que distribuyen
su mercancía invisible y, poco a poco, adquieren
esa pátina helada de los santos, en los ojos el frío
de los peces que han muerto.
                    Ved que el robo es defensa
y la piedad mentira; que en estas calles
donde es dolor la Historia y la vida pecado,
por las que se presume
tanto de libertad como de pobreza,
ya no se lucha a muerte. Baja del Guadarrama un viento
de rendición. Entre los árboles
deja la espuma de la noche sus párpados abiertos.

III. La ciudad
brilla como una ola de ceniza sobre la lejanía. Es agosto
y, desde aquí, ves tenderse
el fatigado cuerpo del silencio en las lomas, la quemadura
vegetal de los parques que, a lo lejos, encienden con sus llamas
lentas flores de sombra.

                    En las afueras
hay un olor portuario
de mercancía muerta; es un muelle la tarde
donde yace la lluvia en apagados trenes; y hay hélices y anclas
de barcos que no existen, y ruidos que se esconden
en las profundidades de las sombras como animales ciegos.
Lo mismo que en los puertos
ves frutos que se pudren como auroras calladas
y restos de periódicos que vuelan, sin razón,
por los aires.

                    No es el silencio aquí
como el de las murallas o como el de las frondas
de los ríos abiertos. Una edad medieval
discurre en los contornos, sueña en los alrededores de las cosas.
Hay una luz de atardecer entre las fábricas
que dura todo el día. Huele a fatiga ya cartón, a riesgo, a vida peligrosa
en estos barrios donde
no tiene el cielo crédito ni la infancia fortuna.
                    Abre la calma de la tarde sus puertas
de calor a la noche; y atraviesan
en vuelo errante, como cenizas de la luz, el silencio
los pájaros.

IV. De la noche desciende como un ángel huido de los cielos.
Desciende de sus pétalos grises y de sus manos muertas.
Sueña por los fríos sepulcros de los invernaderos
donde el rocío no existe y está el tiempo callado.

Llega desde la muerte,
desde negros océanos deshabitados, con veloces caballos purísimos y errantes;
sus caballos glaciares cuyo galope eterno pisotea las flores,
las flores que penetran ahogándose en las clínicas, donde
hay un llanto eléctrico por las enfermedades.

Regresa de las lágrimas de los amaneceres, perdida en la marea de sus ojos vacíos
donde eligen los árboles sus insectos dorados y los ricos sus pobres.
Desde sus sienes abrasadas por extraños arcángeles de ceniza y de niebla desciende,
regresa enfurecida a sus más bajos fondos.

¡Oh, altísima ciudad, flor de infortunio, luz disecada entre las páginas
donde llora la Historia arrepentida! ¡Altísimo pecado de cristal y silencio!
Dime que no es verdad la noche, ni la muerte ni el llanto
                    con los que te disfrazas de papeles y líquidos.

Hay un lóbrego viento de submarinos invisibles y manzanas podridas.
La soledad busca sus cuerpos destrozados por los rincones de los hospitales
donde ascienden heridos por las blancas paredes de sus habitaciones
solitarios difuntos que, de pronto, se nublan
y su duelo consiste en su propio cadáver.

Está en las madrugadas que abandonan los parques,
entre vómitos pálidos y cisternas amargas, donde hay pájaros muertos
y fermenta el sonido de sus viejas heridas
entre algodones y tijeras que han abierto los ojos.
Con su dolor se nutren los poetas; sus versos le traicionan entre las mariposas y las nubes.
¡Ay, dime que no son ciertos tus dioses con gusanos ni tus cuerpos de estiércol!
Dime tú que no existe el pan de cieno que no tiene memoria y has dejado mordido.
Llegas de las afueras y los túneles, de metales cerrados y fábricas en llamas.
Estás en la garganta de las larvas que oxidan a los años.
Dime que no es verdad el día de tus negros espejos
ni tus desheredados con asma interminable, ni el eterno silencio
de los que más humillas: a los que robas cada día, cuando los atardeceres
yacen en los suburbios, y navegan los pobres en barcas naufragadas
tu olvido.

Itinerario para naúfragos (1997)

***

Últimas colaboraciones de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-LIBRO (novedad septiembre): P. D. James: Muerte en la clínica privada (Ediciones B, 2009)

-LIBRO: Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009).

-PELÍCULA: Niels Arden Oplev: Millennium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009).

Más de Stieg Larsson:

-Millenium 1. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino, 2008)

-Millennium 2. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino, 2008)


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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