El objeto del
presente artículo es abrir el análisis del artículo anterior hacia el
marco más amplio del debate político francés en el cual el concepto identitario
esencialista y exclusivo, de raíz cultural y étnica, del FN se constituye
construyendo varios “otros” enemigos de la “nación” y de su “soberanía” en una
serie de discursos conectados entre sí. Estos discursos emergen en lo que
definiremos como campos discursivos particulares en los que el discurso del FN
construye el “nosotros” nacional, amenazado, en contraposición al “otro” o
“otros” amenazantes. En particular estos “otros” son representados por Europa y
por la globalización. Mientras los partidos clásicos, de izquierda y/o derecha,
que comparten un mismo concepto identitario político basado en los valores
republicanos legado de la revolución francesa, se enfrentan entre ellos con
respecto a las consecuencias políticas de sus programas, el FN se presenta con
respecto a ambos, y como alternativa a ambos, situándose en el plano de la
identidad, amenazada por esos “otros” externos a la nación, y necesitada de
protección que solo el FN puede asegurar.
El artículo concluye con un somero análisis de posibles consecuencias del triunfo electoral del
FN para Francia y, puesto que nos concierne directamente a los españoles y al
resto de europeos, para el proceso de integración europea que pueden ser
dramáticas.
Los conceptos
nodales de Nación, Estado y Europa se encuentran en el centro del debate público
en Francia (como lo están en otros países europeos). La Nación y el Estado
amenazados, la economía en declive, Europa como una de las amenazas o como
instrumento de salvación.
Conceptualmente, las amenazas a la Nación o al Estado son diferentes. La
Nación puede verse amenazada en su “Identidad” (cultura, etnicidad), en la
posibilidad de dejar de ser lo “que somos” (como en la teoría del Grand
Remplacement, mencionada en el artículo precedente. El Estado puede verse
amenazado en su “Soberanía”, la imposibilidad de actuar autónomamente en la
escena internacional (que un “otro” ejerza autoridad sobre el territorio y/o la
población, o que restrinja indebidamente el espacio de decisión
política).
En cada escena
política europea vemos a las elites políticas, en su lucha por el poder,
tejiendo discursos que articulan,
positiva o negativamente, en un todo coherente los conceptos nodales de Nación,
Estado y Europa, como fundamento de sus agendas políticas. Las elites políticas
europeístas deben construir una constelación del complejo Estado/Nación (y
conceptos ligados, patria, pueblo, cultura) compatibles con el concepto de
Europa. Los movimientos euroescépticos, al contrario, y el FN como arquetipo,
construyen como veremos constelaciones Estado/Nación totalmente incompatibles
con el concepto de Europa.
La peculiaridad del
caso francés reside en la genealogía de la República Francesa nacida de una
fusión, durante la Revolución, entre la Nación y el Estado, a través de la
asunción de la soberanía monárquica por parte del pueblo elevado al rango de
Nación y construyendo el Estado/Republica a su servicio (y no al servicio del
monarca). Esta fusión hace que la moderna identidad política francesa se
construya sobre una doble raíz. Una cultural, basada en la lengua, religión,
historia común, características étnicas, etc., que conecta con el pasado
pre-revolucionario. Otra política, basada en el momento generador de la
Revolución Francesa, caracterizado
por los valores “republicanos” y universales de libertad, igualdad, fraternidad.
Doble raíz entretejida que hace difícil distinguir en cada momento, por ejemplo,
cuando se hace referencia a los principios republicanos, si se está hablando de
los valores o de la cultura, y sobre todo cuando la “cultura” ha incorporado
como rasgos distintivos los valores “republicanos”, cuyo origen es
político.
En el artículo
precedente hemos visto la construcción del
discurso identitario del FN que fija como referente a defender
absolutamente la Nación, “lo que somos”, “el ser francés”, primando la raíz
cultural. En este discurso, un “Otro” amenazante a la identidad es constituido:
el “musulmán” culturalmente extraño y supuestamente resistente activo a la asimilación, a su
desaparición mediante su transmutación en un “ser francés”.
Paralelamente a la
crisis de la integración y la presencia ascendente de un “otro” crecientemente extraño, la
sociedad francesa se ha visto (no de forma muy diferente a otras sociedades
europeas) enfrentada al impacto de la crisis económica, iniciada en 2008 y aun
no superada, a la europeización, a la globalización, y a la emergencia de
amenazas globales que se multiplican (crimen organizado, epidemias, terrorismo
global, cambio climático, emergencia de nuevos poderes mundiales). Se percibe
igualmente una amenaza cultural, a la civilización francesa, atacada por la
dominante homogeneización cultural anglosajona inducida por la globalización.
Este complejo de amenazantes percepciones se amalgama en un discurso, generado
por ciertas elites intelectuales y
políticas, en torno al tema del declive nacional, y al desclasamiento
internacional y europeo de Francia, la Gran Nación.
El postulado de
este artículo es que el discurso identitario del FN y afines (intelectuales y medios favorables), responde a la
situación de “crisis” estructural y durable que sufre la sociedad francesa (el
“pueblo francés”), a la percepción de declive y desclasamiento internacional, a
través de una vuelta a los
orígenes, a los fundamentos de la nación, a una (re)construcción de la identidad
nacional, del “ser francés”, (cuyos elementos constituyentes son de raíz
europea), opuesta frontalmente a una identidad “islámica” que es construida
desde esta perspectiva fundamentalista, como enemigo existencial. En este
discurso, la Nación debe ser defendida del “Otro” que atenta a su integridad.
Este discurso central se despliega y articula a otros discursos complementarios
que toman como referente, a defender, el Estado y su Soberanía (conjugada en
varias dimensiones, cultural, económica, política), amenazados desde el exterior
(por Bruselas, por los Estados Unidos, por la anglo esfera, por la
globalización), instrumento esencial para la defensa de la Nación y su identidad
esencial. En esta serie de discursos se puede observar que simultáneamente el FN
utiliza el tema de Europa o los elementos culturales constitutivos de la
europeidad para forjar una identidad opuesta y en lucha contra el “otro” islámico en un
mecanismo de securizacion de la identidad nacional al mismo tiempo que en el
plano del Estado afirma la autonomía de este y su “soberanía” contra una Europa
que la somete y domina forzándola a asumir opciones político económicas y
estratégicas, globalizantes, que se oponen a las que corresponden a los
intereses vitales y estratégicos de Francia. Europa es utilizada en positivo y
negativo; en positivo afín de afirmar la identidad nacional, en negativo, con el
objetivo de reconquistar la soberanía nacional.
Este conjunto de
discursos articula la polarización “nosotros/otros” en torno a varios pares de
términos antagónicos entre los cuales se establecen pasarelas y equivalencias
discursivas que tiene como objetivo y resultado fundamental la negación de la
posibilidad de identidades múltiples, complementarias o superpuestas (es decir,
no excluyentes) tales como: “francés y musulmán”, “francés y europeo”, “francés
y occidental”, y la postulación de un “ser francés” sin tacha, que debe ser
“securizado” (anglicismo que pretende, falto de alternativa que no se me ocurre,
traducir el concepto de “securitization”, en la terminología de las Relaciones
Internacionales) frente a las amenazas a su esencia, a su supervivencia. El
objetivo es descalificar igualmente a las otras fuerzas políticas que son
constituidas como enemigos del “pueblo”, de la “patria”, “traidores” en suma,
hegemonizando en esta manera el debate político como premisa de la captura del
poder.
A esta estrategia
que conjuga, por un lado, la “des-estigmatización” del partido FN, pretendiendo
hacer olvidar el pasado y las ideas
fascistas, anti-semitas, y
anti-republicanas del FN, y por otro, de descalificación del conjunto del
sistema político francés como antipatriotas (la UMPS, fusión de las siglas de
los partidos hegemónicos de derecha, UMP y de la izquierda, PS), el FN
añade el viejo, pero no por eso
menos efectivo, esquema del distanciamiento entre el “pueblo” y las “elites”,
característico de todos los populismos (como lo vemos utilizado con eficacia en
España por Podemos con su buzzword
“la casta”). La ultima escisión político-familiar entre el viejo fascista Jean
Marie Le Pen y su hija parece ser un nuevo avatar de esta estrategia de
des-estigmatización que pretende convertir al FN en un partido “normal” al cual
el francés medio puede votar sin convertirse automáticamente en un racista o
fascista.
Estos antagonismos
discursivos, polarizantes, esculpidos por el FN, que se solapan y
retro-alimentan, se localizan en cinco campos discursivos en los que se
articulan construcciones particulares de la identidad y la soberanía nacionales.
Estos campos de lucha discursiva pueden describirse de la manera siguiente
(otros términos podrían utilizarse sin duda): a) Francés/Musulmán; b)
(Neo)-Liberalismo/Social democracia; c) Globalización/Anti-globalización; d)
Soberanismo/Europeización; e) Estado Nación/Estado
Miembro.
a) La identidad nacional
El primer campo
discursivo es el ya mencionado (y lo ha sido con más detalle en el artículo
precedente, Charlie Hebdo I) en el cual el FN define la existencia de un
conflicto existencial entre una “mayoría” constituida en torno a un “ser
francés”, laico y republicano, civilizado (elementos identitarios que no
pertenecen propiamente al ADN del FN pero que son recuperados en su discurso
hegemónico) y una “minoría” percibida como resistente a la asimilación, dominada
por la lógica religiosa, tradicional (por no decir tribal), en el seno de la
cual florecen grupos e individuos que, vinculados y manipulados por el “enemigo
exterior” (Al Qaida/ISIS), se constituyen en el “enemigo interior”, una amenaza
existencial para la seguridad y la identidad nacional que necesita la adopción
de respuestas y medidas excepcionales.
b) El régimen
político-económico
El segundo campo
discursivo está constituido por la lucha política en torno al régimen
político-económico y sobre qué política económica es necesaria para sacar el
país de la “crisis”, es decir que asegure el relanzamiento del crecimiento, del
empleo, de la prosperidad de la Nación, de la igualdad de oportunidades. Que
devuelva el país a su ideal de igualdad, libertad, fraternidad y a una
trayectoria de prosperidad; que frene el declive y asegure el retorno del país
al rango que le corresponde en el concierto internacional.
¿Qué conviene
hacer? : Dos posturas se oponen tradicionalmente. De un lado, la preservación
del Estado de Bienestar y la protección de los derechos sociales y económicos de
los trabajadores, la redistribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades
lo que impone una política impositiva progresiva e intensa y un alto gasto
público, una práctica de política económica keynesiana, en la que el crecimiento
resulta del crecimiento del poder adquisitivo y este depende de una política de
salarios altos (acordes o no a la productividad del trabajo); practica en el que
la evolución (en constante aumento) de la deuda nacional no constituye más que
un efecto secundario que el crecimiento resolverá un día. Del otro lado, se trata de poner remedio al exceso de
Estado (de Bienestar) y a la excesiva
carga fiscal que frena o mutila la iniciativa y la inversion empresarial,
al exceso de protección del trabajo, que impide el ajuste al ciclo económico y
destruye la competitividad, lo que
redunda en un freno estructural al
crecimiento económico y del empleo.
Este debate
tradicional, bipolar, que ha sido, con matices diversos, el debate protagonizado
por las izquierdas y derechas clásicas, en Francia como en el resto de Europa,
centrado entre un liberalismo o neoliberalismo y una social democracia o un
socialismo liberal, el campo de batalla, por excelencia, donde se ha jugado la
captura por el poder, se ha abierto, en la presente situación de “crisis”
estructural duradera y bajo la
presión de las posturas extremas a izquierda y derecha, hacia fórmulas que se
podría calificar de “populismo económico”. En la extrema izquierda este
populismo económico adopta tintes latinos (chavistas), como lo observamos en
Grecia y España, en la extrema derecha, en Francia, se observa por el contrario
un populismo de extrema derecha, una resurrección modernizada del “poujadismo” de los años 50. Cabe
recordar que Jean Marie Le Pen, fundador del FN, fue diputado poujadista en los
años 60.
El FN retoma,
modernizándolo, el conjunto de las viejas reivindicaciones del “poujadismo”, es
decir, la defensa de los “intereses” de artesanos, pequeños comerciantes,
agricultores, agobiados por un exceso de fiscalidad y regulaciones
administrativas, la enemistad con el gran capital, comercial e industrial, la promoción del proteccionismo, el
rechazo a la inmigración, la
oposición a Europa (al Tratado de Roma en los años 60).
En el otro extremo
del espectro político, el fracaso
de la extrema izquierda, fragmentada y retórica, (que observa con envidia los
“éxitos” de púbico de Podemos en España y Syriza en Grecia) es flagrante.
Su discurso disonante, que conjuga
anti-liberalismo, anti-elite, anti-capitalismo, anti-globalización y anti-Europa
(soberanista), se confunde con el del FN del cual se distingue únicamente por el
escaso interés que presta al tema identitario; encuentra así escaso eco en los grupos sociológicos
que pretende representar, en particular los obreros, cuyo voto se ha desplazado
hacia el FN, Este discurso se solapa con el de la izquierda del Partido
Socialista Francés, en el seno del
cual una minoría pretende seguir manteniendo viva la llama de la aspiración a
una revolución anticapitalista y de
la defensa a ultranza de pasadas conquistas sociales, privando al
PS de una línea político-económica clara y creíble social-demócrata (social-liberal, según
los críticos de extrema izquierda).
Frente a las
posturas de la derecha e izquierda clásicas, el Front National construye un modelo de
política económica alternativo que promete (como los populismos de izquierda) un
aumento del poder adquisitivo de las clases más modestas a través del aumento
del salario mínimo, un incremento sustancial de las pensiones, sin nunca
explicar cómo cuenta financiar sus recetas económicas (exactamente como los
populismos de izquierda, que se ven privados de la exclusiva de tales propuestas
“sociales”), ni cómo reducir el desempleo, relanzar el crecimiento o mantener la
competitividad internacional del país (en principio reducida por la subida de
salarios). Se trata de un chavismo
económico de extrema derecha del que cabe esperar los mismos resultados
económicos catastróficos que se observan en Venezuela. Con la diferencia,
respecto a la extrema izquierda, que los beneficios a distribuir serán acordados
según la “preferencia nacional” y limitados a los
“franceses”.
El debate político en este campo
discursivo está estrechamente ligado a los que tienen lugar en los dos
siguientes: el debate sobre la globalización y el debate sobre Europa. Ambos
definen la relación de la sociedad y economía nacional con el mercado
mundial.
c) La globalización
El tercer campo
discursivo se centra en la visión de la globalización y sus consecuencias,
económicas, sociales, culturales y securitarias sobre la nación. La
globalización que se representa
como amenaza o como
oportunidad. La conveniencia de abrirse o cerrarse a la globalización, adaptarse
a la nueva división del trabajo o luchar contra ella. Proteccionismo o libre
cambio.. Proteger a toda costa los salarios reales o buscar la competitividad a
través de la flexibilización de los mismos para mantener el empleo. Someterse al
imperio cultural anglosajón o reclamar la excepción cultural.
En este campo el
discurso del FN, asumiendo una vez más propuestas y análisis de la extrema
izquierda, se desmarca del discurso propio de los partidos clásicos, los cuales
convergen gradualmente (aunque con resistencias internas particularmente en el
PS) sobre la necesidad de adaptar el modelo económico al imperativo
internacional, a fin de participar en las ganancias del crecimiento mundial, al
mismo tiempo que, aunando soberanías en el marco europeo, pesar
internacionalmente para regular los mercados mundiales, en particular el sistema
financiero internacional.
El discurso del FN
es un discurso anti-globalización sin matices, que fagocita totalmente el
discurso de la extrema izquierda, y que pone al mismo nivel y equipara los
discursos de la izquierda y derecha clásicas (ambas igualmente responsables de
la crisis y del fracaso de la “política”), proponiendo el cierre de fronteras, el aumento de
tasas aduaneras y el freno a los movimientos internacionales de personas,
bienes, servicios y capitales, buscando el constituir una “fortaleza económica
Francia”, la recuperación de la “soberanía económica”, negando la realidad de la
interdependencia económica a nivel mundial y persiguiendo in fine la autarquía.
En este programa el freno a la inmigración, y el retorno, más o menos forzados
de los inmigrantes presentes en el suelo francés, son un componente principal
del programa económico del FN que conecta con su objetivo central identitario:
Francia para los “franceses”.
Para el FN se trata
concretamente de oponerse a todo acuerdo internacional que aumente la
interdependencia económica y de denunciar los acuerdos pasados que la han
facilitado. Los enemigos son sobre todo las grandes organizaciones económicas
internacionales, el FMI, la Banca Mundial y sobre todo la Organización Mundial
del Comercio, todos al servicio del gran capital anglosajón. En este campo la
gran equivalencia establecida por el FN
es entre las ideas de globalización y Europa. Europa es el instrumento y
el canal a través del que la globalización subordina la “soberanía nacional”,
somete Francia al imperio del capitalismo internacional
anglosajón.
d) La europeización
Esto nos conduce al
cuarto campo discursivo, el de la relación Francia-Europa. ¿Es Europa una
amenaza, una cortapisa al desarrollo del país o una palanca en la que apoyarse y
construir un futuro común con los otros pueblos europeos? ¿Constituye el proceso
de integración europeo una palanca o un freno al proyecto nacional francés? ¿La
pertenencia a la Unión Europea (el mercado único, el euro, las instituciones,
Schengen) genera un “más” o un “menos” para la nación?
Sobre estas
cuestiones europeas el espectro político francés, si hacemos excepción por el
momento del FN cuyo discurso es monolítico, aparece totalmente fragmentado, con
varias líneas de fractura en el interior de cada partido político. Una primera
entre soberanistas y europeístas. Una segunda entre estos últimos: es decir,
entre nacional-europeos o gaullista-europeos, mayoritarios, para los que Europa
es un instrumento al servicio de Francia, y los idealistas o federalistas, muy
minoritarios, que ven a Francia construir con los otros Estados Miembros una
comunidad política única e innovadora. Estas fracturas atraviesan tanto la
izquierda como la derecha.
En el seno de la
izquierda, supuestamente europeísta (pero con una amplia minoría soberanista
también), aparece una tercera fractura en la forma de una facción que insiste en
que si debe haber Europa, ésta debe ser socialista, o al menos “social” y no
“neo-liberal”. Es decir lo contrario de lo que actualmente parece ser (es esta
posición dentro del PS la que ha pesado en el éxito del no en el referéndum
sobre la Constitución europea en 2005). Para esa fracción del PS se trata de
forzar, institucionalmente (de preferencia
inscrito en los tratados europeos), un programa socialista al nivel
europeo, sin tener en cuenta la opinión política de los otros Estados Miembros,
y a pesar de que les es imposible imponer dicho programa al nivel
nacional.
En este contexto de
una frágil mayoría de la opinión publica favorable a Europa, la crisis y la
responsabilidad de la misma que las elites gubernamentales atribuyen a las
“imposiciones” de Bruselas (el gran chivo expiatorio de las elites
gubernamentales europeas) han alimentado un euroescepticismo, de ya larga
tradición en Francia, confuso y acrítico que socava gradualmente esta mayoría
pro-europea.
Este
euroescepticismo en aumento se explica igualmente, en parte, por la divergencia
gradual, constatada, entre los resultados económicos franceses comparados con
los alemanes. La constatación es de desclasamiento progresivo de Francia, como
potencia económica, con respecto a Alemania, el gran referente. Constatación que
está en la fuente del tema del declive nacional. Retraso y declive que afectan fundamentalmente la auto-imagen
de Francia (de las elites francesas), es decir la identidad nacional, lo que
genera una ansiedad socio-política a la cual hay que poner remedio de
urgencia.
En esta búsqueda de
diagnóstico, de soluciones, de responsabilidades, es grande, en todo el espectro
político francés, pero particularmente en la extrema derecha y la extrema
izquierda, la tentación de explicar el declive relativo de la nación por causas
externas. Estas se encuentra fácilmente: Europa, Alemania, Merkel, el euro, el Banco Central Europeo, la ampliación
a los países del Este de Europa, Schengen, la explosión de la inmigración, el
exceso de apertura comercial y financiera promovido por la UE (bajo influencia
germánica y anglosajona), la globalización neo liberal. Estas se resumen en una
única y gran causa responsable: “Bruselas”.
Estas dudas sobre
el proyecto europeo, la exportación de las causas del declive nacional, que
proliferan en todo el espectro político francés, conectan con el discurso
permanente, constante, antieuropeo del FN, que se ve así vindicado. Los “otros”
(el otro enemigo interior) responsables de la debacle son naturalmente los
partidos políticos que repartiéndose el poder desde los años 50 en un sistema
bipartidista, la UMPS, han abdicado la soberanía nacional, cediendo el control
de la economía a Bruselas.
La solución del FN
es la desaparición de la Unión Europea. Esta desaparición permitirá a Francia,
con su “soberanía económica” recuperada, emanciparse de la globalización y
aplicar la “preferencia nacional”. En este discurso Europa asume el papel de
“enemigo próximo”, la globalización el de “enemigo
lejano”.
e) El rango
internacional
El quinto campo
discursivo se sitúa en el dominio de las relaciones internacionales. En este
campo, la “identidad internacional” del “Estado/Nación”, construida a lo largo
de la historia como un conjunto de ideas, significados y culturas (“cultura
estratégica”) establecidos por discursos de las elites políticas y
administrativas (en particular los cuerpos diplomático-militares), constituye el
fundamento del “papel” (script) que la nación “se debe” a sí misma, jugar en la escena internacional. Este “papel”
depende y reestablece su posicionamiento, su “rango”, en la jerarquía de las
naciones y reconfirma su identidad. Esta identidad internacional busca dar
sentido, y al mismo tiempo busca extraer sentido, de la historia de la nación en
su relación al sistema/sociedad internacional. Como en el caso de la “identidad
nacional”, la relación al “otro” (al amigo, al aliado, al rival, al enemigo) es
su elemento constitutivo. La transformación/transmutación de esos “otros” (de
enemigos en amigos (por ejemplo como resultado de la integración europea) altera
los fundamentos de la relaciones internacionales en cada momento histórico.
Concluida la
Segunda Guerra Mundial, la dura realidad de la descolonización (traumática en
Indochina y Argelia), la Guerra Fría, y el necesario rearme alemán han
constituido un entorno internacional en el que Francia ha construido, bajo el
liderazgo de De Gaulle, una identidad internacional (o cultura estratégica)
basada en el mito de la Gran Nación, portadora de los valores universales de la
Revolución Francesa que asume una misión civilizadora hacia el resto de la
comunidad internacional y afirma, al mismo tiempo, intereses geoestratégicos
propios en ciertas partes del mundo (antiguas colonias en particular) intentando
afirmar una posición autónoma (construida en torno a la posesión del arma
nuclear), una tercera vía, con respecto a la bipolaridad de la Guerra Fría.
Presencia y liderazgo europeo e internacional, autonomía estratégica y de
decisión y preservación del rango internacional, constituyen los pilares de la
doctrina gaullista.
Esta búsqueda de
autonomía estratégica y liderazgo europeo facilitó en los años 60, la emergencia del
movimiento europeísta, anti-geopolítico, encabezado por Jean Monet y Robert
Schumann, que junto a otros líderes europeos dieron nacimiento al proyecto
europeo que, como es bien sabido y más frecuentemente olvidado, tenía como objetivo político esencial pacificar las relaciones entre las
naciones europeas, en particular la relación entre Francia y Alemania. Es decir,
para ser más preciso, eliminar la geopolítica, y la visión estratégico-militar
que este enfoque implica, de las relaciones entre Estados europeos,
constituyendo la Unión Europea en un área de seguridad común en la cual la
utilización o la amenaza de utilización de la fuerza entre socios es
impensable.
Al nivel europeo,
el fin de la Guerra Fría, que ha permitido la reunificación alemana, ha
reemplazado la competencia
geopolítica bipolar por un problema geoestratégico no menos complejo, resultado
del desgaje de antiguos y nuevos países de la esfera de dominación soviética y
un potencial de conflicto intra-estatal e inter-estatal que el proceso de
ampliación en el área de integración económica, valores comunes y seguridad
común de la UE ha permitido, globalmente, resolver o pacificar, testimonio del
gran “poder normativo” de la
UE.
Por el lado
negativo, la ausencia de Europa, es decir la división de los Estados Europeos en
la cuestión de los Balcanes, ha alimentado la guerra civil y la partición de
Yugoslavia, demostrando a contrario el impacto de dicha desunión. Más recientemente, el resurgir
internacional de Rusia bajo el liderazgo de Putin, que persiguiendo la
constitución de una zona de hegemonía en su vecindad, construye una relación antagónica,
estratégica, en la que la UE (y concretamente sus políticas de vecindad) es el
enemigo, devuelve Europa a un contexto de conflicto geopolítico (crisis de
Georgia y actualmente en Ucrania).
El final de la
Guerra Fría ha abierto la puerta a otros cambios geopolíticos que han
transformado la escena internacional en profundidad, pasando de la unipolaridad
a una multipolaridad (con un primus inter pares, los USA) compleja: la emergencia de nuevas potencias de
rango mundial (China, India, Brasil) y el desplazamiento del centro de gravedad
económico mundial hacia la zona Asia-Pacifico, la aparición de amenazas
transnacionales (crimen organizado, terrorismo global, riesgos sanitarios,
cambio climático) potenciadas por la apertura de fronteras resultado de la
globalización así como la emancipación con respecto al sistema de Estados Nación
de una economía global desnacionalizada y de la aparición de una sociedad civil
global con intereses transversales (cambio climático, derechos del
hombre).
Frente a estos
nuevos retos, al nivel europeo y al nivel global, el problema que se presenta a
los Estados Miembros de la UE, en particular a los tres grandes, ninguno de los
cuales (a pesar de su peso económico y/o militar), objetivamente, alcanza una
talla crítica suficiente para jugar un papel en solitario, es cómo posicionarse
con respecto a Europa en el área de las relaciones internacionales. En
particular con respecto a la ambición de la UE, inscrita en los tratados, de
devenir en actor internacional
pleno a través de la constitución de una Política Exterior y de Seguridad Común,
PESC, y de su brazo armado la Política Europea de Seguridad y Defensa,
PESD.
Limitándonos a
Francia, el nuevo contexto internacional
ha abierto tres alternativas entre las que ha oscilado su reciente
política exterior: a) Continuar persiguiendo el mito gaullista de la Gran Nación, con
presencia e intereses geopolíticos de alcance mundial, actuando con autonomía y
unilateralidad cuando sus intereses lo piden, en el nuevo contexto multipolar en
el cual parecen abrirse nuevas oportunidades y nuevos “papeles” a los
Estados/Nación; b) Promover una acción exterior de la UE que asuma los valores
encapsulados en el mito de la Gran Nación, es decir promover la construcción de
una identidad internacional de
Europa a la Francesa, que preserve, bajo el liderazgo francés, los intereses geopolíticos franceses; c)
Aceptar, renunciando a su aspiración de Gran Potencia, un “papel” de Estado
Miembro de la Unión Europea (uno entre otros, aunque no todos del mismo peso),
constituida como actor global con una política extranjera y de defensa
unificada, capaz de pesar en el concierto mundial multipolar
emergente.
Para no extendernos
en demasía, cabe resumir la experiencia de las ultimas décadas de los Estados
Miembros en el marco del desarrollo de la PESC/PESD como de fracaso de las
tentativas de hacer asumir por la UE, es decir por los otros Estados Miembros,
los intereses geopolíticos nacionales, encubiertos bajo diversos pretextos
(humanitarios, sostenimiento de la democracia, prevención de conflictos), es
decir la opción b. Podemos constatar, al menos al dia de hoy, el fracaso
repetido de realizar la opción c) ambicionada por el Tratado de
Lisboa.
En la arena
política francesa, el bloqueo, por parte de otros Estados Miembros, de las
tentativas de instrumentalizar la PESD en beneficio propio, fruto de su
desconfianza en la visión geopolítica francesa, conjugada con el discurso nacionalista de las elites
francesas, en el poder o en la oposición, izquierda como derecha, ha conducido
al retorno gradual a una política exterior
de base gaullista, fundamentalmente geopolítica, y al rechazo claro de la nunca ejercitada
opción europea.
Este discurso
nacionalista, anclado en la preservación del rango internacional de la Nación,
encuentra eco favorable en la opinión pública francesa, a través de unos medios
mayoritariamente críticos hacia Europa, que cultivan el euroescepticismo y hacen
así el juego del Front National. En este campo discursivo el nacionalismo y
soberanismo primario del Front National, que recupera una versión del gaullismo
y de esta forma una cierta
legitimidad, no debe hacer mayores esfuerzos para hegemonizar el debate, que le
es servido en bandeja de plata por sus oponentes políticos, tanto de derecha
como de izquierda.
Si consideramos las
simpatías manifiestas de Marine Le Pen, que comparte con otros actores políticos a derecha e izquierda,
por V. Putin y su agenda geopolítica en Ucrania, reflejadas en su propuesta de
abandonar las estructuras de integración europea y la OTAN y sustituirlas por un
pan-europeísmo ligero, voluntario, abierto a Rusia, no es difícil anticipar el
contenido identitario y claramente geopolítico (anti-europeo, anti-alemán,
anti-americano, anti-OTAN, pro-ruso) del discurso y la política extranjera de un
gobierno francés liderado por el FN.
El espectro de
Francia, bajo un gobierno FN, con el
dedo de Marine Le Pen sobre el botón nuclear y disponiendo de un poder de
veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (alineado con presumible
frecuencia con las posiciones rusas o chinas), destruyendo el régimen común de
seguridad europeo, el mercado único, el euro y la interdependencia económica
europea, erigiendo barreras de todo tipo en torno a sus fronteras, no podrá por
menos que suscitar alarma, inquietud y hostilidad profunda en su vecindad
próxima y reacciones simétricas de los otros Estados Miembros en respuesta al
desafío francés.
No es difícil
pronosticar cuál podría ser la reacción de los vecinos europeos de Francia, en
particular Alemania, Italia, pero también España ante esta alternativa. En
cuanto a Alemania no es aventurado presumir la emergencia paralela en este país
de una cultura estratégica (abandonando su
identidad internacional, laboriosamente construida durante la
post-guerra, de potencia económica, anti-militar, anti-geopolítica, europeísta y
multilateralista, consecuencia de la debacle de la Segunda Guerra Mundial) y de
una agenda geopolítica hostil a la de Francia y un rearme paralelo, incluido en
el dominio militar, construyendo en torno a su economía dominante una zona de
hegemonía (mittle-europa) excluyente de los intereses franceses. Es un escenario
que Europa ha conocido en los dos periodos previos a las dos guerras mundiales
del siglo XX y que curiosamente la política extranjera francesa ha intentado
evitar por todos los medios pero que sin cesar, a través de su juego político
interno y de la (re) construcción de su identidad internacional, parece
condenada a recrear.
Conclusión
Para concluir, el
Front National ha sabido construir, en “su” respuesta a los desafíos sociales,
económicos y políticos de la crisis, de la inmigración, de la europeización y de
la globalización, una serie de discursos conectados que constituyen una
narrativa coherente que encuentra eco en acontecimientos particulares y en una
interpretación particular de la relación entre las nociones de Nación, Estado y
Europa. Este meta-discurso que pivota en torno a la construcción de una identidad nacional, articulada en
una serie de dicotomías antagónicas Nosotros/Ellos se opone, en el teatro
político francés, a una oferta política de la derecha, UMP, y la izquierda, PS,
que sufren de incoherencia y muestran una disonante cacofonía, lo que permite al FN asentar como hemos visto
una serie de equivalencias entre sus dos oponentes, subsumidos en la misma
casta, UMPS, corresponsables del
fracaso de la política y del declive de Francia. Corresponsables de traición a
la “Nación” y de abandono de la “Soberanía” del Estado.
Es esta coherencia
discursiva obtenida mediante la recuperación de valores, temas, y narrativas
provenientes del resto del espectro político, lo que puede explicar, desde mi
punto de vista, la aceptación creciente de la oferta política xenófoba,
anti-europea, autoritaria, populista, intolerante, autárquica del Front National por la opinión
pública francesa. Esta es la respuesta tentativa a la pregunta inicial que nos
hicimos: ¿Cómo y por qué razones encuentra eco en una sociedad tolerante,
civilizada, democrática, republicana, europeísta, socio fundador de la Unión
Europea, como la francesa, el discurso del Front
National?.
Por último, este
escenario de triunfo del FN en Francia, todavía improbable pero cada vez menos,
y sobre cuyas probabilidades de éxito jugaran un papel considerable los
desarrollos paralelos en el Reino Unido (Brexit) y en Grecia (Grexit), no
constituye una peripecia más o menos interesante dentro de la escena política
francesa que los europeos pueden contemplar con cierta curiosidad y
distanciamiento. Es, por el contrario, para españoles y europeos en general
materia de profunda preocupación, dadas las consecuencias incalculables, tanto
económicas como diplomáticas y securitarias, que dicha victoria ocasionaría en
la escena política europea y, por ende, con respecto a España. En las elecciones
presidenciales de 2017 en Francia se juega el futuro de
Europa.