A
unos 25 kilómetros de la central nuclear, en la población de Minamisōma, dentro
de lo que el gobierno nipón denominó la “zona de exclusión”, un profesor de
español jubilado, Takashi Sasaki
(Hokkaido, 1939), decidió narrar en su blog Monodiálogos su día a día y el de su
ciudad. Su blog registró desde entonces miles visitas y recibió el apoyo de
lectores de todas partes del país, además del de amigos de otros lugares del
mundo.
Una experiencia tan valiosa como la de este profesor
nipón necesitaba ser difundida fuera de Japón. Por ello, la editorial especializada en
cultura japonesa Satoriha
querido publicar Fuskushima. Vivir el
desastre, un volumen que
recoge las mejores reflexiones de este profesor especialista en Unamuno, quien,
con humor y mucho sentido común, explica la vida en una ciudad casi fantasma (el
80% de sus 30.000 habitantes la abandonó poco después del desastre) y las
dificultades a las que tuvo que enfrentarse durante los primeros meses tras el
accidente nuclear.
Con la inmediatez que supone la escritura en una
bitácora, el profesor Takashi Sasaki plantea diversas cuestiones que se derivan
de un desastre de la magnitud del terremoto y del tsunami acontecidos en 2011.
La principal virtud de la escritura de
Sasaki es su sencillez y
claridad, en la que se analizan aspectos que van más allá de lo local y que
demuestran que sus reflexiones y críticas sobre la desinformación de los medios
de comunicación, las promesas incumplidas de los gobernantes, los efectos del
desastre en la vida cotidiana y las propias reflexiones sobre la identidad y el
futuro energético de su país son universales y pueden interesar a lectores de
todo el mundo.
Críticas y
reflexiones sobre un país paralizado
Uno de los principales blancos de las críticas del
profesor Takashi Sasaki a lo largo de sus “monodiálogos” es la desinformación y el sensacionalismo que los
medios de comunicación nipones desarrollaron durante los primeros meses tras
el desastre. El análisis de Sasaki es directo y no utiliza “paños calientes”
para criticar a los medios de comunicación en general y a la televisión en
particular: su manera de hablar del desastre y de la situación de las zonas
afectadas fue para él parcial e inexacta. Así, en una entrada del 29 de marzo
indica: “…me gustaría que la televisión
difundiera una vez cada hora, valiéndose de gráficos de líneas u otros métodos
que permitan comprobar su evolución, los tres datos a los que siempre me refiero
(radioactividad ambiental, radioactividad en el agua potable y dirección de los
vientos en la región de Tōhoku). Son informaciones imprescindibles para quienes
estamos aquí.” (1) Así, para el autor es importante que se transmita la
realidad mediante datos, desterrando el sensacionalismo de las
informaciones.
Por otra parte, los políticos y responsables de la central
nuclear de Fukushima Daichii también son zarandeados en su ineptitud y
lentitud para dar respuesta a las necesidades inmediatas de los ciudadanos. La
desorganización y la exigencia de responsabilidades son aspectos que aparecen de
manera reiterada en las entradas de Sasaki: “…el terremoto ha desenmascarado a
auténticos monigotes que se encontraban en muchos puntos de nuestra sociedad,
que eran pura fachada, que guardaban hábilmente las apariencias, pero que,
llegada una situación tan crítica como esta, han resultado ser unos ineptos y
unos irresponsables, incapaces de mover un dedo sin recibir instrucciones de su
aparato organizativo o del gobierno.” (2)
En
esta línea, Sasaki expone en diversas ocasiones que los políticos y gobernantes
distorsionan el concepto del verdadero
patriotismo, que el profesor desvincula de lo institucional: “…el verdadero patriotismo no es la lealtad
hacia un Estado, sino la profunda añoranza hacia la tierra y la sangre de los
ancestros, el sentimiento de profundo cariño hacia estas cosas.”
(3)
Pero quizá uno de los aspectos más interesantes del
conjunto de reflexiones que componen Fukushima. Vivir el desastre es el
curioso juego de diálogo consigo
mismo que el autor utiliza para reflexionar sobre las cuestiones más
diversas valiéndose de la segunda persona del singular, expresando de esta
manera una suerte de dualidad del
individuo con la que Sasaki, siendo uno de los principales especialistas de
Miguel de Unamuno en Japón, muestra la inevitable conexión con el filósofo
español. No obstante, que nadie piense en un texto introspectivo plomizo. El
análisis de sí mismo y de la posición que ocupa en el mundo no está exenta de
cierta ironía, y a menudo el autor resta peso a su condición de reflexivo
profesor jubilado: “Es el enfado de un
abuelete de setenta y un años, exhausto de fuerzas, y que además es un verdadero
principiante en todo, menos en eso de vivir con toda el alma. Un abuelete de
inteligencia media o quizás inferior al promedio que tilda de tontos a
gobernantes y a la elite científica.” (4)
Fukushima. Vivir el desastre es un
magnífico ejemplo de cómo la información en los tiempos de Internet viaja mucho
más rápido y es mucho más honesta que la de los medios de comunicación
tradicionales gracias a la labor de los pequeños cronistas. No serán
profesionales, pero su punto de vista es necesario para comprender una realidad
calidoscópica y compleja que los medios de comunicación no siempre consiguen
abarcar.
De
este modo, la experiencia del profesor Takashi Sasaki es muy válida y sus
entradas se leen con avidez gracias a su inteligencia, su sentido común y, en
muchos casos, su ironía y humor. La necesidad de escribir y contar como afectado
un desastre de la magnitud del terremoto, el tsunami y el desastre nuclear tiene
como motor la necesidad de plasmar por escrito esta experiencia. El profesor
Sasaki lo resume de manera clarividente: “en realidad, escribiendo, trato por todos
los medios de obtener mi fuerza vital, mi ritmo, dentro de un día a día que, si
no escribiera, se derrumbaría ante mis ojos. Dicho de forma más aparente, el
escribir como equivalente del vivir”. (5)
NOTAS
(1)
Takashi Sasaki, Fukushima: vivir el
desastre, Gijón, Satori, 2013, página 63.
(2) Ibidem, página
110.
(3) Ibidem, página
78.
(4) Ibidem, página
79.
(5)
Ibidem, página 261.