La obra de Klassen (véase también Yo quiero mi
gorro, en editorial
milrazones) gira alrededor de ese complejo eje central que es la
mentira, la apariencia y los deseos más primarios (yo, mío, quiero…). En Este no es mi bombín, Klassen recurre de
nuevo a microestructuras hiperrepetitivas, al minimalismo más acendrado y a la
aventura concisa pero narrada con un buen puñado de detalles significativos,
todo ello para abordar un tema enorme, justo a la altura o del tamaño (inmensos)
de la inteligencia y el humor infantiles. Resumen argumental: un diminuto pez le
roba un bombín a un gran pez y huye a esconderse a un bosque de algas, pero es
delatado por un cangrejo en el que el pequeño pez confiaba. (Nos ahorramos aquí
el spoiler).
Esto no es una fábula moral sobre
ladrones y delatores. El lector conoce ya desde el título la impecable
honestidad del pececito, ladrón confeso, que además es demasiado inofensivo como
para ser malo, así que le deseamos que el bosque de algas le sirva de refugio y
ahí acabe todo. Deseamos, con él, que el pez grande no despierte, no se dé
cuenta del robo, no lo persiga; anhelamos (pero a esas alturas ya hemos empezado
a comprender…) que las algas sean, de verdad, lo suficientemente grandes, altas
y juntas para acogerlo. Y aquí entra en juego esa grieta del universo entre la
realidad y el deseo, el gran intersticio entre el ojalá y el así fue por donde
se despeñan nuestras expectativas por más valientes y hermosas que las
hubiéramos diseñado. Página a página, cada una de las ilustraciones va
desmintiendo el texto que la acompaña, rompiendo cachito a cachito el discurso
verbal del protagonista y sus intereses (que son los nuestros). Dice el pez
pequeño narrador que el pez grande no se despertará, pero vemos a continuación
su ojo, antes dormido, ahora bien abierto; dice el narrador que no se dará
cuenta de que le falta el bombín, y vemos cómo ese ojo detecta al momento la
falta del bombín… Ahí salta la chispa, justamente en la contradicción entre
texto e ilustración (entre palabra y hecho), una contradicción que el lector
puede observar “desde fuera”, con la ventaja emocional que da la perspectiva
irónica.
Afirmábamos que Este no es mi bombín no es una fábula
moral de buenos y malos, pero tampoco es una tragedia griega: este álbum
ilustrado es un tratado de ironía cargado de un profundo y finísimo humor. Hagan
la prueba: intenten reprimir una sonrisa al ver cómo el cangrejo,
inexorablemente, levanta su pinza delatora para indicar el escondite del
protagonista. Pero ¿por qué nos reímos si todo va de mal en peor? ¿Por qué nos
reímos tanto cuando empezábamos esta reseña hablando de una vieja herida mal
cicatrizada? Precisamente por eso, porque los mejores libros (infantiles o no,
de humor o no) lo que consiguen es restañar esa herida, situándola en un lugar
ajeno, fuera de nosotros, un espacio en el que, a pesar del fracaso y la
frustración, todavía es posible la narración. Bien, el pez pequeño finalmente se
quedó sin su bombín (ni siquiera era suyo, y puede incluso que perdiera algo
más), pero, en vez de enrabietarnos, podemos disfrutar con su historia, ver
todos los frentes, distanciarnos con la ironía e imponernos así a la mísera
realidad y a su empecinado principio (de realidad).
Está claro que Este no es mi
bombín no funcionaría como un reloj atómico sin su perfecto engranaje entre
texto e ilustración. La propuesta plástica es sutil, delicada y muy, muy
efectiva; recurre a la sencillez de volúmenes y a una paleta reducida, donde
impera el negro del fondo marino (¡oh, mundo cruel!) con colores grises y ocres.
La repetición de imágenes y esa tonalidad apagada recrean magníficamente la
atmósfera obsesiva y de tensión que contrasta, armónicamente, con los continuos
guiños humorísticos del ya aludido juego entre texto e imagen. Como es bien
sabido, nada mejor que una buena dosis de tensión para propiciar una buena
carcajada.
Klassen lo ha vuelto a conseguir: sin
importarle nuestra edad, ha hecho malabarismos con nuestras emociones, nuestras
empatías, nuestras heridas, nuestros deseos, nuestra ingenuidad y nuestra
experiencia para ofrecernos, en bandeja irónica, un consuelo rebozado de humor y
de sagacidad. Quizá hayamos perdido algún bombín (ni siquiera era nuestro, y
puede que incluso hayamos perdido algo más), pero siempre nos quedarán ciertos
álbumes ilustrados.
Booktrailer del original
inglés