También recuerdo la
madrileña calle Antonio Maura-14, la residencia de María. Era la primavera de
1988. Un encuentro entre el Ministro de Cultura, Jorge Semprún, y la filósofa
andaluza. A María se le había concedido el Premio Cervantes. Regresó tras un
exilio de 40 años en 1984. El Premio había generado reconocimiento y polémica.
El aspirante a Nobel y al Cervantes, Camilo José Cela, afirmó de la conveniencia
de ser exiliado para ser acreedor al premio. Olvidaba, en ese momento, los
apoyos recibidos y la amistad compartida con la filósofa. Al año siguiente lo
recibiría Roa Bastos. El ya Nobel repitió incorrectas manifestaciones, si bien
recibió el máximo galardón de las letras en español en
1995.
En la visita, que
pronto dejó de ser protocolaria (ministro-galardonada) y pasó a ser entre dos
habitantes de una matria compartida: el exilio. Jorge y María recordaron amigos
comunes: José Ángel Valente y José Miguel Ullán, también ya idos. Hubo recuerdos
para Araceli, hermana de María. María, después de breves alusiones a la
ceremonia del Premio Cervantes informa de su imposibilidad para recoger el
premio y de las dificultades para elaborar el discurso protocolario para el
acto. El Ministro la tranquiliza y le promete todo tipo de apoyo. Jorge le
pregunta por los proyectos en los que se halla. María le informa de que está
revisando una obra memorialística y biográfica: Delirio y destino. Esta referencia
bibliográfica fue el origen de un diálogo intenso sobre la memoria, la escritura
y el exilio.
María defendía el
exilio como su patria de destino, había perdido la de origen: la España
republicana. Jorge le comunicaba la pérdida de certezas y el mantenimiento de
las ilusiones. Ambos coincidían en la necesidad de escribir para soportar la
soledad en la que se habita, para evitar la amnesia, para recuperar el recuerdo,
para avivar la memoria. Para María “vivir es resistir” y resisten los que luchan
contra el olvido (Jorge). María y Jorge comparten la patria (mejor llamarla
matria, pues ésta sustantiva y nutre); y el lenguaje será su matria común. El
lugar de su creación que necesitó, en ambos casos, recurrir a todos los géneros
y formas de expresión para dar cauce a tanta necesidad de
confesar.
María y Jorge
comparten este lugar de destino y en él instalan las razones, ciertamente las
cordiales, el sin-rencor. Son sabedores, como señala el Viejo Testamento, que en el corazón
habitan la inteligencia y la memoria. Así re-cor-dar, a-cor-darse, portan el término cor (lat: corazón). Son las razones
cordiales, las necesarias y a las que se accede desde la con-cor-dia. Sin rencor, sin olvido. Estos
dos heterodoxos saben que la lectura, si es inteligente, se desarrolla en el
tiempo y en la memoria, tras las razones cordiales o poéticas, más allá de la
pura racionalidad, más acá del cansancio y de la monotonía, en el mundo de las
ilusiones. Son vidas y testigos que discurren en el dramático siglo XX. Son dos
habitantes de una Europa adoradora del dios Ares y que se convierte en ara de
sacrificio en la que sus hijos pierden lo mejor: la sangre; es decir, la
libertad. También saben que en este drama unos fueron cegados por los
totalitarismos diversos y se empeñaron en matar; otros, comprometidos en la
defensa de la libertad, vivieron para morir. Las víctimas son los hijos
pertenecientes a “la generación del toro”, los llevados al sacrificio. Son los
que necesitaron beber en la memoria, fuente inagotable que fortalece y
fertiliza, para revivir, no para sobrevivir.
El desgrane de
reflexiones que se escucharon en aquella mañana primaveral resonaron desde el
hondón de sus almas. Lugar propio del prisionero 44.904 de Buchenwald, el
prisionero estucador y de “La dama peregrina”, cargada con la experiencia de
cuarenta años en el exilio.
“El olor a carne
quemada y el frío en los pies” siempre acompañaron a Jorge. El vértigo, la
desnudez y la adoración a los dioses del silencio, a María. Y ambos se vistieron
y protegieron detrás de las metáforas de la escritura, el modo de engañar a los
designios señalados por el demiurgo para poder ser persona, todavía. Necesitaban
revivir, resistir y escribir para denunciar, anunciar y superar la soledad, para
dejar avivar y sobresalir el rizoma memorialístico, al cual es imposible de
acallar.
Jorge y María
coinciden en sus reflexiones sobre Europa para la que es necesario recuperar su
agonía (griego, agonos: lucha) desde la cultura, para
tratar de no volver a llegar tarde a los males causados por Ares, el dios de la
guerra, y dar malas soluciones. La cultura, en sentido amplio, es la respuesta.
Jorge y María mueren octogenarios tratando de defenderse de la humedad y de la
herrumbre que producen el olvido y el rencor. Uno se quedó en Gerenville, la
otra en su Vélez natal, para fertilizar el humus que nutre el rizoma compartido: la
memoria, y para reencontrarse con “Ana Carabantes” y con “Federico Sánchez”, sus
heterónimos, que también se han ido a entregar su óbolo a Caronte para poder
cruzar la laguna. Estigia, pero sin odio, sin rencor.
Nota de la
Redacción: agradecemos a Rogelio
Blanco Martínez su generosidad por permitir la publicación
en Ojos de
Papel de este texto, originalmente aparecido en
la revista República de las Letras (nº 124, noviembre 2011) y recogido
ahora en su libro La
recua de Abigaíl (Endymión, 2012).