Pero aquel relato es ya agua pasada y es, además, inencontrable
– solo en las librerías de viejo se le puede dar caza. Pues bien, en esta ocasión Ángel Rupérez
ha vuelto a la narrativa con Sensación de
vértigo, editada por la nueva y prometedora
editorial Izana
Editores, dirigida por Javier Gil, un animoso editor que,
al parecer, está dispuesto a hacerse un hueco en el complejo mundo editorial
español. Si el valor de un libro depende del eco que deja en nuestra conciencia
lectora, éste perdura demasiado como para ignorarlo entre toda la oferta
editorial española. Es grato, por tanto, encontrar en buen estado de forma en el
género narrativo a este consolidado poeta nacido en Burgos y residente en
Madrid.
Sin duda, uno de los temas centrales
de este libro es el deseo, que es el motor que mueve, hasta el final, la
conducta de su protagonista y narrador, un tal Alejandro, asesor de un chirriante ministro de
cultura, de nombre Lucas en la novela. Tradiciones religiosas y culturales muy
diversas y alejadas unas de otras, Grecia y Epicuro, Buda y Oriente, o el
cristianismo occidental, han recelado del deseo. Sin embargo, su irresistible
hechizo se apodera del protagonista de esta novela en un viaje sin hijos que realiza junto a su esposa
a Italia. Primero Venecia y después, ya de vuelta, Milán, ciudad en la que se
desata la tormenta del deseo de la manera más imprevista e inesperada. A partir
de ese momento, el narrador
protagonista no podrá hacer nada por librarse de esa tiranía sino, más bien al
contrario, se entrega a ella por completo, en una suerte de alegre espíritu
aventurero lleno de sobresaltos y promesas. He mencionado el viaje del
protagonista y narrador y habría que recordar que no hay mejor catalizador existencial que el de los viajes y que de ello mucho sabe la literatura. En este caso, el
autor ha hecho que sus personajes emprendan tres, el que ya he citado, otro a Berlín
y otro en el que regresa a Italia –
pero ahora solo a Milán -, en este caso con la misteriosa María, como si así
quisiera cerrar el círculo de su existencia, guiado – una vez más – por el
indomable deseo, su guía y, a la vez, su bestia agazapada. Este último viaje de
vuelta a los lugares impregnados con ese arrebatador perfume de la nostalgia y
del deseo es un prodigio narrativo.
A lo largo del libro las
interrogaciones íntimas, exhaustivas, insistentes que se hace a sí mismo
desnudan a Alejandro delante de nuestro espejo en su búsqueda desenfrenada por
saciar la pasión que se ha desatado en aquel viaje que compartió con su mujer
Susana, pero no solo con ella. Sus preguntas destapan las nuestras acerca del
deseo carnal: si hay manera de gestionarlo racionalmente o si por el contrario
se desnaturaliza cuando se domina, o por qué razón se presenta a veces asociado
al amor y otras no quiere saber
nada de él. Esta novela es más que un tour de force sexual que deja satisfecho
y exhausto al lector, ofrece una indagación sobre la naturaleza misteriosa del
deseo a través de un personaje al que el autor es capaz de sonsacar todos sus
secretos y las atractivas mujeres que el autor encuentra para él y de paso para
nosotros. Un sensual regalo por el que tendrá que pagar un precio.
Alejandro,
el asesor del ministro de cultura que es raptado por el deseo en Italia, cierra
en falso un trato entre su razón y su deseo o su “corazón loco” como decía el
clásico bolero de Machín, lo que le condena de manera permanente al cinismo, que
además se extiende a todos los personajes de este libro bello y desolador que se
debaten entre el éxito profesional de sus vidas confortables y el derrumbe
íntimo y sentimental de sus relaciones. Sus secretos e intensos encuentros
eróticos con distintas mujeres en las correspondientes relaciones ilícitas,
resueltos con franqueza y maestría literaria, son tan excitantes que le ocultan
lo que deberían revelarle, demasiado tarde ya porque la ruina y la catástrofe
han empezado hace tiempo su cuenta atrás, la emboscada definitiva que nos tiende el deseo, porque tan funesto es
darle satisfacción como dejarlo marchar para siempre. La iniciación del
personaje no acaba ahí, aún le queda por pasar la última prueba que le permitirá
comprender, cuando se disuelva por completo el espejismo de sus relaciones
personales, la soledad a la que estamos condenados perpetuamente. Agarren un
bolero de traición y desamor, el más desgarrador que puedan, verán cómo mientras
leen esta novela se erizan sus sentidos, y, cuidado, porque es posible que
también se despierte el deseo.