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Pablo-Ignacio de Dalmases: <i>La esclavitud en el Sáhara Occidental</i> (Carena Ediciones, 2012)

Pablo-Ignacio de Dalmases: La esclavitud en el Sáhara Occidental (Carena Ediciones, 2012)

    TÍTULO
La esclavitud en el Sáhara Occidental

    AUTOR
Pablo-Ignacio de Dalmases

    EDITORIAL
Carena Ediciones

    OTROS DATOS
ISBN: 9788415681250. Barcelona, 2012. 202 páginas. 12.00 €



Pablo-Ignacio de Dalmases

Pablo-Ignacio de Dalmases


Tribuna/Tribuna libre
La esclavitud en el Sáhara Occidental
Por Pablo-Ignacio de Dalmases, jueves, 7 de febrero de 2013
La esclavitud es una lacra que ha estado presente en casi todo el mundo, y las sociedades cristianas e islámicas no han sido una excepción. A lo largo del siglo XIX se inició un amplio movimiento abolicionista que se materializó en la prohibición de la trata y en la extinción de la esclavitud en América, y la aprobación, en 1948, de la Declaración Universal de Derechos Humanos la ha proscrito definitivamente, pero lo cierto es que siguen quedando rezagos de esclavitud, más o menos solapados, en algunas zonas geográficas. Sobrevivió en el Sáhara Occidental durante la época española merced a la lenidad de una política colonial permisiva que se amparaba en el pretendido respeto a los usos y costumbres de la sociedad local. Y aunque la República Saharaui proclamó desde el mismo momento de su independencia, en 1976, la igualdad de todos sus ciudadanos, han persistido algunas huellas de servidumbre tanto en los territorios bajo su soberanía, como en los ocupados por Marruecos. La esclavitud en el Sáhara Occidental, de Pablo-Ignacio de Dalmases, recoge la huella literaria que la esclavitud ha dejado en los textos de numerosos autores españoles que vivieron o conocieron el Sáhara.


Emilio Bonelli

Emilio Bonelli

Comercio esclavista

   La ocupación española del Sáhara occidental tuvo, como es bien sabido, tres finalidades principales: la primera, que España no quedara relegada en el proceso de expansionismo colonial iniciado en África por las potencias europeas; la segunda, la protección de una actividad que se practicaba desde hacía siglos por los canarios, cual era la de la pesca en el banco sahárico; y la tercera, la apertura de una nueva vía para los intercambios comerciales entre Marruecos y el Sudán[1] y entre éste y Europa, que abreviase la que se utilizaba por el interior del desierto, mucho más larga y penosa. Pero para ésta última finalidad se alzaba un grave inconveniente: la importancia –que ya había detectado Cristóbal Benítez en Tinduf, durante su viaje con Lenz a Timbuctú- de las transacciones de esclavos en este comercio transahárico. Francisco Quiroga y Julio Cervera lo subrayan así:

“Una observación (se) nos ocurre, a propósito del comercio del Sudán. Uno de los artículos más importantes de su comercio consiste en esclavos negros; el mercado para ellos es Marruecos; y como en Río de Oro no habían de recibirlos los barcos españoles para descargarlos en los puertos del Mogreb, tal vez sea difícil, mientras en el vecino Imperio subsista esa abominable institución, desviar e la actual rutas a las caravanas del Sudán, que naturalmente llevan todo género de mercancías. Sin embargo, a Trípoli y Argelia siguen llegando, como antes, las caravanas, no obstante hallarse abolida la esclavitud en todos los países del Mediterráneo”.[2]

   Si el esclavo era considerado un bien mueble, más bien cabría decir un semoviente, podía ser objeto de compraventa, intercambio, regalo y cualquier otra operación comercial o graciable. Aunque la colonización supuso, desde luego, la desaparición de los mercados de esclavos, al menos en el Sáhara Occidental, no impidió –o prefirió ignorar– las transacciones y pignoraciones entre particulares.

   Los autores han reflejado también esta atípica actividad comercial y, en algunos casos, se han referido al precio de los esclavos que dependía de su sexo, edad, estado de salud, capacidad para el trabajo o la reproducción, equilibro o desequilibrio entre oferta y demanda, etc., así como del medio de cambio que se utilizara en la transacción, que en el siglo XIX no era todavía el dinero.

   Emilio Bonelli hace referencia en las memorias de su expedición, cuyo carácter oficial avala la publicación de ésta por el ministerio de Fomento, a la recolecta de cierto molusco, el conus pulicarius, como instrumento de cambio o dinero y su utilización para la compra, entre otros bienes, de esclavos en Ualata, Timbuctú y Benigram, y explica:


"La trata de siervos no podía tener más denigrante representación. ¡A cuántas supercherías, vejaciones e infamias se halla sometida la vida del hombre salvaje, especialmente la del hombre de color! Un millar de conchas de estos animales zoófagos (ciertos moluscos utilizados como moneda de cambio) representan el valor de un esclavo y todavía he oído a algunos sheriffs, sectarios del Profeta, lamentarse del subido precio que obtienen los de la raza sudanesa y de Guinea como consecuencia de la excesiva demanda en el mercado. Este repugnante tráfico aparece con los más horripilantes caracteres a medida que se descubre el fondo de ese inmenso continente, que tanto tiempo ha de transcurrir antes de que la civilización ejerza en él su verdadero dominio. Algunos individuos de la tribu Ulad Sbá [sic], que referían detalles de estas compras, recibían con burlesca sonrisa la indignación que su conducta me inspiraba, y cómo usaban, según ellos, de un derecho que el Profeta les había concedido, ensalzaban la ventaja de poder disfrutar, por 1.500 conchas de cefalidios, de una niña de diez años de robusta salud, sumisa y obediente a todo género de trabajos hasta la vejez, que aprecian en los 50 años próximamente".[3]

  
En este mismo sentido se expresaba Francisco Quiroga, aunque en su caso el instrumento de cambio es otro mucho más conocido y más frecuentemente utilizado como tal: la sal. Dice así:


“La sebja es una depresión del terreno en la que se reúnen las aguas de aquellos contornos después de las tormentas de invierno. Entonces no se puede atravesar, porque está hecha de un barro salado, en el cual perecería sin auxilio posible el infortunado que se atreviese a cruzarla. Cuando pasamos por ella, a mediados de julio, estaba seca la superficie, pero a un decímetro de profundidad ya se encontraba barro salado: la cubría una capa de sal blanquísima que causaba agudos dolores en la vista por la reflexión de la luz del sol y sonaba como la vajilla rota sobre la cual se caminase bajo los pies de los hombres y los camellos. La constituyen capas alternantes y horizontales de barro y piedra de sal. Los moros de esta región explotan esta sal para comprar con ella esclavos en el Sudán, pero no para usarla ellos como condimento, puesto que se alimentan casi exclusivamente de leche de camella y no la necesitan por tanto. El que consigue un pico de hierro en Senegal o en Marruecos pide permiso al dueño de la sebja –un moro bastante buen hombre, al parecer, por cuyas venas corre alguna sangre de negro- y arranca sal en forma de losas de 0’80 metros de largo por 0’20 de ancho y del grueso de la capa, que es de 0’07, dando al dueño una losa de éstas de cada siete que corta; la seis restantes constituyen la carga de un camello. En el Sudán y en Chinguetti adquieren una negra joven y bien formada por 14 o 16 losas de éstas; un negro joven y robusto, por 10 o 12; y una niña de seis a ocho años, por 4 o seis losas”.[4]

 

   La compraventa de esclavos admitía la práctica del regateo. Como el que se estableció entre la propietaria del niño esclavo que quería cristianarse en secreto y el modesto pescador canario empeñado en rescatarlo, a pesar de sus escasos medios económicos. Ocurría en los años 30 y el caso fue conocido durante su estancia forzosa en Villa Cisneros por el arcipreste Coll, impresionado seguramente por la posibilidad de no sólo de liberar un esclavo, sino también de “salvar su alma”. La historia del muchacho nos da varias claves para conocer no sólo el precio que podía alcanzar un adolescente varón, sino también otro origen de servidumbre diferente a los que hemos mencionado. En este caso concreto, el rapto.   


Pepito es un negrillo, simpático y vivaracho, como de unos diez años de edad, que quiere hacerse cristiano. Su historia parece una novela. Pepito nació en el interior del desierto, pero no sabe donde. No conoce a su padre ni a su madre.

Siendo muy chiquito —dice él— estaba un día debajo de una palmera, jugando con unas piedrecitas. Pasó un moro, montado en un camello, y lo llamó, y para estimularle a que se acercara le dijo que le iba a dar dátiles. Se acercó el niño al camello; inclinose el moro sobre él, en ademán de darle los dátiles prometidos, y tomándole de un brazo le subió al camello.

Pepito se echó a llorar, pero el moro, con una cara que le inspiró terror, le mandó callar en el acto, y sacando la gumía le amenazó con matarle si seguía llorando. El niño se asustó y no volvió a llorar.

Siguieron caminando. Cuando llegó la hora, comió con el moro y, siguiendo la marcha, llegaron a un sitio que no sabe si era zoco o poblado, y el moro vendió a Pepito. Este segundo dueño le vendió más tarde a una mora que vive en Lanzarote.

No se sabe cómo, sino pensando en la gracia de Dios únicamente, Pepito fue a una escuela cristiana de Lanzarote, y allí conoció a un sacerdote; tal vez fuese el maestro, que se llama Don Juan. Y a su lado Pepito aprendió la doctrina cristiana, la amó después de conocida y hoy quiere ser cristiano y llamarse Pepe.

Un buen hombre de Lanzarote, patrón de una barca de pesca, simpatizó con Pepito y, con permiso de la mora, se lo lleva varias veces con él, cuando sale de pesca. Y al conocer los deseos que tiene el negrito de hacerse cristiano, le ayuda en sus deseos y te protege con cariño de padre. Ha tomado el patrón tanto afecto a Pepito, que visitó un día a la mora y empezaron a negociar la compra del niño. La mora pide doscientos duros por él; el patrón no tiene o no le parece bien ofrecer más de ochenta. Y en este estado se encuentra actualmente el negocio de la venta del negrito. A todo esto el patrón tiene que ocultar a la mora de Lanzarote sus proyectos y los del niño, porque de saberlo la mora, o no le vendería o pediría más por él.                             

Este patrón, en una de sus salidas de un mes por los mares, para dedicarse a la pesca, trajo a Pepito a Villa Cisneros y lo dejó aquí, en casa conocida y de su confianza, mientras él andaba por los mares en su oficio, para recogerlo a su vuelta y decidir ya de una vez la compra del niño. Y Pepito, dando vueltas, ha venido a parar a ser criadito de Jaime de Arteaga, quien está dispuesto a salvar esta alma y ayudar al patrón.

Pepito vive en una casa mora. El día lo pasa empleado en los recados, que le recomienda Jaime, y, al llegar la noche, se va a la casa de los moros, donde le dejó el patrón. Pepito se persigna y reza el Padrenuestro todas las noches. Pero, para hacerlo, tiene que esperar a que se apague la vela que ilumina la raima en la que duerme. Y allí calladito, cuando no le ven los moros, le ve Dios hacer la cruz sobre su cuerpo.

Pepito, estando en Lanzarote, llegó una vez a tener una peseta. Y con sus buenos nueve años se le ocurrió gastarla en ir a una tienda y... comprar una cruz, que tiene ahora escondida para que los moros no la vean y se la destrocen.

¡Cuantísimas gracias inutilizamos nosotros, y en cambio, Pepito qué bien aprovecha las pocas que tiene a mano! Dios le ayudará y le salvará. Estoy seguro: me lo afirma la bondad de Dios sin límites y esta cara de este niño, negra, muy negra, pero indicadora de un alma muy blanca y angelical”.[5]

 

   Lamentablemente, el presbítero no aclara el final que tuvo esta historia, acaso por haber regresado amnistiado a la metrópoli antes de que concluyera.

    Bastante después debió de ser el caso de la compraventa que nos ha relatado Carlos Sáenz, bisnieto de Ignacio Sáenz Marcotegui, fundador de la factoría de Güera, en 1920, y cuyo hijo, su abuelo Carlos, continuó la actividad en dicho punto y fue, además, el propietario de la goleta "Maruja", que suministraba agua potable a la población española de cabo Blanco desde el archipiélago canario. En sus estancias, el abuelo compró por cien pesetas un esclavo que respondía al nombre de Hadrami. “Hadrami –explica Carlos Sáez– debía de ser menor de edad, y mi abuelo le dio la libertad, lo que inicialmente parece le suponía una tragedia. Hadrami estuvo trabajando un tiempo en la factoría y luego se trasladó con ellos a Gran Canaria, donde se le enseñó a leer y escribir y aprendió el oficio de practicante. Parece ser que al comienzo subía las escaleras a gatas porque le daban miedo. Allí vivió durante varios años y, finalmente, volvió al Sáhara. Hace algunos años mi padre entabló conversación con unos saharauis en Gran Canaria, que parece ser que lo conocían y que comentaron que estaba en el campo de refugiados de Tinduf, donde ejercía de practicante y que se hacía llamar Ignacio, en honor a mi bisabuelo”.[6]

   En todo caso, el comercio de esclavos parece que se practicaba en los años 30 y en Villa Cisneros sin ninguna traba y con cotizaciones muy moderadas para la “mercancía” disponible. El anarquista Cano Ruiz, que permaneció deportado en la colonia durante unos meses en 1932 como consecuencia de los hechos acaecidos en el Alto Llobregat, envió una crónica al diario Solidaridad Obrera, portavoz de la CNT en Barcelona, en la que se escandalizaba por la normalidad con la que la autoridad colonial toleraba la esclavitud y la habitualidad con la que se practicaba el comercio esclavista en una colonia de la República Española:


“El padre, la mujer y los hijos negros son esclavos del padre, la mujer y los hijos árabes verdaderos. Los compran por cuatro chavos. El pan, el tabaco, el vestido que recogen han de entregarlos intactos a sus amos. Si lo hacen al pie de la letra, éstos les pegan horriblemente, hasta dejarlos molidos. Sólo con el permiso de los señores, pueden permanecer donde pise uno de éstos. Si dos niños, señorito y esclavito, están juntos, es porque el primero tiene a bien tolerarlo. Y cuando el segundo perciba lo que reciba de un tercero lo pondrá a disposición del hijo del amo de su padre y del amo de su madre, amos también con derechos absolutos, incluso de infanticidio. Es algo incalculable y fantástico esta esclavitud dentro de otra esclavitud. Basta poseer unos céntimos para comprar esclavos, moros, negros y de todos los colores. Las autoridades del nuevo régimen saben que Villa Cisneros es un doble mercado de carne humana mediante la compraventa de estos infelices, condenados a ser para siempre cosa de alguien… Por humanidad, la miseria, la esclavitud, la corrupción y compraventa de negros no debe continuar”.
[7]

 

   Hemos dicho que una de las variables que podía determinar el precio era el sexo. Nos lo confirman dos autores. En la década de los 30 lo hace Ramos Charco-Villaseñor, para quien los esclavos “pueden casarse, previa conformidad de los respectivos dueños, que imponen las condiciones y hasta las personas; pero no varía por ello su triste condición. Cada cual sigue perteneciendo a su moro, y los hijos del matrimonio nacen ya esclavos del dueño de la mujer; razón por la cual siempre las negras tienen más valor que los negros”.[8]

    Caro Baroja, en sus Estudios saharianos, puntualiza a su vez:


 
“Es provechoso subrayar que, en un mundo en el que las mujeres están en proporción de inferioridad numérica con relación a los hombres, esta norma se rompe tratándose de negros. Puede buscársele a esto una explicación de carácter económico. Abolida la trata ya desde hace tiempo y estando en vías de extinción la servidumbre[9], parece más provecho cuidar y conservar a la mujer como productora de hijos, que al hombre, de la misma manera que el pastor en la hembra, en la camella, ve una fuente de riqueza mayor que en el camello. Casi todos los negros han nacido en la misma familia, no han sido comprados… (por lo que) se puede llegar a la conclusión de que es, en general, gente madura la que los tiene, conservando algunos negros (y sobre todo negras) muy viejos”.[10]

  
 
¿Cuánto podía costar una esclava jovencita? He aquí la valoración que se le dio de una pobre criatura en los años 60 sin que el testigo presencial, el soldado gitano Jesús, pudiese hacer nada por evitarlo: 
”De aquellos días del Sáhara tradicional recuerda el buen Jesús cómo presenció la compra de una muchacha de raza negra a cambio de una jaima, una cabra y un burro. “No te diré si era guapa o fea –añade- porque estaba con la cara tapada”[11].

   Y como cabe suponer con cualquier bien, su propietario tenía plena capacidad para desprenderse de un siervo a título gratuito. Dicho de otra manera, un esclavo podía ser objeto de regalo, como el que recibió, seguramente atónito, el para nosotros conocido teniente García Llinás:


“Después de haber estado soportando durante horas el azote de la terrible tormenta de arena, finalmente, el belicoso siroco deja de soplar, y la patrulla puede reanudar la marcha.

 

Mientras nuestros camellos dromedarios empiezan a andar, todavía sentimos nuestros cuerpos maltrechos por los efectos de la reciente tempestad, a cuya fatiga ahora se añaden los rayos que el ascendente sol deja caer a plomo sobre nosotros.

 

En medio del inmenso silencio y de las soledades del desierto, desde lo alto de la montura, y hasta donde la vista alcanza, todo es amarillo ocre, el color del Sáhara.

 

Al entrar en un terreno pedregoso vemos a una serpiente lefoa (sic)[12], de mordedura mortal, que se aleja describiendo rápidos y ondulados movimientos zigzagueantes. Los camellos también se han percatado de la presencia del reptil mostrando su nerviosismo.

 

- En esta zona abundan mucho las serpientes - me comenta el guía nativo.

 

Al rato pasamos junto a unas jaimas habitadas por pastores nómadas, a cuyo alrededor vemos varias cabras y camellos. Ante lo inusual de la presencia de viajeros, varios niños salen a saludarnos seguidos de su jovencita y esbelta cuidadora, cuya mirada se cruza con la mía.

 

Junto a la entrada de la tienda principal nos recibe el chej [13] del frig acompañado de su hijo mayor, quien nos ofrece su hospitalidad invitándonos a tomar el té, pero, sintiéndolo mucho, le manifiesto que no podemos pararnos. La tormenta de arena nos ha hecho perder un día sobre el itinerario previsto.

 

Al día siguiente, mientras proseguimos nuestro largo caminar, me avisan de que un desconocido jinete está haciendo todo lo posible para damos alcance. Es el hijo del pastor que encontramos el día anterior. Por las palabras del muchacho se denota que viene muy excitado y dando muestras de cansancio por la apretada marcha.

 

El guía me traduce su mensaje: "Necesitar médico, lefa morder su hermano pequeño, niño morir, su padre llamarte".

 

Después de dejar la patrulla a cargo del sargento Mohamed, me adelanto acompañado del sanitario y el intérprete. Cabalgamos a marchas forzadas, pues hay unas horas prescritas para poder suministrar el antídoto. Por el camino le pregunto al joven saharaui a qué hora ocurrió el incidente, pero sabe poco de husos horarios y no puede contestarme con exactitud.

 

Al llegar, el padre que nos estaba esperando ansiosamente, nos dice que su hijo está muy grave. Entramos en la jaima, donde encontramos al niño muy cargado de fiebre y observamos que los remedios habituales del desierto no han surtido ningún efecto; mientras, sin pérdida de tiempo, el sanitario le inyecta el antiveneno.

 

Mientras esperamos la reacción del medicamento, el saharaui me lleva a ver la serpiente que ha sido abatida por los certeros disparos efectuados por su hijo con una vieja escopeta. Allí me cruzo por segunda vez con aquella jovencita que junto con los niños también está observando el cuerpo del reptil.

 

Soraida, que así se llama aquella joven cuidadora de los niños, acababa de servimos otro té, cuando irrumpe la madre del pequeño para notificamos que su hijo evoluciona favorablemente. El padre se pone muy contento y nos lleva a comprobar por sus propios ojos lo que le ha dicho su mujer.

 

En la otra tienda encontramos al resto de la familia.

 

En el interior, al ver a su benjamín ya curado, el padre no puede disimular su alegría y no sabe cómo agradecemos que se lo hayamos salvado.

 

Acto seguido, y de forma decidida, el saharaui pone el brazo sobre el hombro de la joven, como si quisiera adelantarla unos pasos, mientras se dirige a mí con unas palabras cuyo significado no comprendo.

 

- Dice que estarte muy agradecido y que darte a Soraida para llevarte contigo - me traduce el guía.

 

- ¡Pero... ! Yo no puedo aceptar a una persona como regalo - respondo estupefacto.

 

- Mi teniente, tener que aceptarla. Son nuestras costumbres. Lo contrario significar el peor de los desprecios me increpa el guía con voz convincente.

 

De regreso al campamento observo a la joven saharaui que marcha hacia el nuevo horizonte que acaba de tomar su vida. Cabalga ligera de equipaje hacia un mundo nuevo desconocido para ella, donde quizá le espere un futuro más prometedor del que le deparaba la vida nómada en medio de las soledades del desierto.

 

Su bello y juvenil rostro es el de una mujercita. Pero apenas me han hablado de ella, tanto es así que ni siquiera sé si ya es mujer”[14].

 

   El joven teniente no aclara qué destino dio al hermoso, pero comprometedor regalo que le habían hecho…

 

El caso “Jatri-Quenti”: un parlamentario español del siglo XX propietario de esclavos

  

Otro caso de “donación”, aunque bien diferente, fue el que vivió el delegado gubernativo en Tichla cuando vinieron ciertos familiares de la tribu de Jatri uld Said uld Yuimani a reclamar unos esclavos que eran nada menos que la mujer y los hijos del conserje de la escuela. Se planteó entonces una situación verdaderamente surrealista puesto que en pleno siglo XX un funcionario español se enfrentó a un caso de esclavitud en el que el principal implicado era el Presidente del Cabildo provincial de Sáhara –es decir, de una corporación de la Administración Local, puesto que el Cabildo era en Sáhara el nombre que recibía la Diputación- y que, además, unía a esa condición la de procurador en Cortes, por lo que disfrutaba, como parlamentario, de la condición de aforado. Para mayor inri, la reclamación venía avalada por un documento oficial cheránico traducido al español y cuya ejecución ordenaba ¡el delegado gubernativo de la provincia!.  El caso, cuyo eco llegó nada menos que al entonces ministro secretario general del Movimiento, José Solís, es relatado pormenorizadamente por Alonso del Barrio en sus memorias. Todo empezó con la cita que recibió un día el oficial a cargo de la oficina administrativa del puesto de Tichla para que se presentase a despachar en Villa Cisneros con el delegado gubernativo de la región sur, a la sazón el comandante Hipólito Fernández Palacios:


“Con tu permiso, mi comandante.

-Pasad y sentaos. ¿Quieres un  güisqui o prefieres otra cosa? -Servidas las bebidas, Hipólito empezó el diálogo- En la estafeta pasada no has recibido instrucciones porque están aquí -dijo, abriendo un sobre en cuya portada se leía estampada la palabra reservado-. Resulta que Quenti, para congraciarse con Jatri, que le ha avalado no sólo ante la Delegación provincial y el gobernador general, sino que en Madrid habló con Villegas[15], y éste con Carrero[16], para que el dichoso Quenti fuese admitido en España con toda su troupe, le ha hecho en compensación, agradecimiento o llámalo como quieras, una serie de dádivas en camellos, dinero y bienes, incluso esclavos, y éste es nuestro caso. Pues bien de todas las entregas, débitos o compromisos han levantado un documento cheránico que han presentado en la provincial y fíjate lo que firma Ramírez: Cúmplase cuanto se ordena en el fallo cheránico. Es que no han ido a una fórmula de otras veces como “”Se homologa cuanto se ha fallado, con la reserva de…”; o “Pasa al asesor jurídico a fin de que proceda a informar”. Para mí, con la complicidad de alguien cercano, lo han metido a la firma sin otro trámite y ha “colado”.

-Mi comandante, para mí esto es grave en dos sentidos: que Jatri porta un documento con reconocimiento del gobierno español y sus sellos en que se hace referencia a la transacción de esclavos y Jatri es nada menos que el presidente del Cabildo provincial. Ese documento cae en manos de alguien de Naciones Unidas y nos brean.

-El otro punto es si Jatri se presenta en Tichla a buscar a los morenos.

-Yo, mi comandante, no se los doy –interrumpió Esteban-. Se ordena cumplir algo que es contrario a la normativa del Estado español y a la de Naciones Unidas, de las que España es miembro…

-Y yo tampoco, Esteban, pero te doy traslado de lo que viene de El Aaiún, dando cuenta de que se ordena el cumplimiento de un ejecutivo contrario al Derecho de gentes por mucho que España haya reconocido la justicia cheránica entre los saharauis por un precepto público.

-Bien, mi comandante, recibo al fallo cheránico con el cúmplase  y ¿qué hago? ¿lo cumplo?. Porque no sirve que tú eleves una comunicación en la que digas que se ha mandado ejecutar una orden “no cumplible” pero, de ti para abajo, ¿yo sigo la rueda?...

-Se trata de ganar tiempo, Esteban… Salgo mañana para El Aaiún y saben lo que llevo en cartera. Tú, si aparecen dales largas: que hay una contradicción que subsanar, que tengan paciencia, que hay que comprobar el fallo y si de verdad Ramírez ha firmado y si es su firma y rúbrica auténticas, que están preguntando por la emisora… Lo que quieras… Y si puedes, les quitas el papel”[17].

  
Pues bien, Jatri no fue personalmente, al menos en primera instancia como se verá más adelante, a recoger a los esclavos amablemente cedidos por Quenti, sino que fue el donante y en un principio a través de algún mandatario, con lo que el oficial de Tichla hubo de hacer frente a una situación increíble, pero no por ello menos delicada. Sigue Alonso del Barrio:


 
“Aquel sábado había hecho calor y, mientras las gruesas paredes del fuerte rezumaban el acumulado durante el día en el exterior, se había puesto una mesa y unas sillas de tijera y los oficiales tomaban unas cervezas cuando un nativo llegó corriendo y muy alterado dijo jadeante: «Han venido a llevarse a los morenos de Hassen-na». Aunque la distancia al fric acampado detrás del edificio de la escuela era solamente de cuatrocientos metros, Esteban se subió en el coche en unión de los dos tenientes de Nómadas y el todo terreno salió como una exhalación.

Allí estaban el camión de Embareck con tres de su fracción y otro gran camión Berliet con el conductor y otros cinco hombres. Todos iban armados con mosquetón. El camión debía de ser de Jatri, uno de los que cogió en la razia a los «petrolitos»[18]. «Creo que fue a los italianos», comentaría alguien. Nada más apearse del yip[19], llegó Hassen-na dando grandes y sentidos gritos: «¡Mi capitán! ¡Mi capitán! Han venido a llevarse a mi mujer y a mis hijos». «Calma, de aquí no se lleva nadie nada si no es legal lo que quiere».

El grupo de Embareck y los del camión empezaron parsimoniosamente con el largo saludo saharaui. Mientras tanto, Mahayuba y sus tres hijos se acurrucaban en el fondo de la jaima muertos de miedo. La noticia había corrido como la pólvora por el puesto.

Zurrug[20], que había terminado ya aquel día con los trabajos de la casa de  madera que se estaba construyendo, llegaba apresurado. Aunque fuese de la misma tribu que los propietarios de los camiones, todos ellos erguibis[21], Esteban se alegró de que como intérprete actuase Zurrug, más calmado y prudente que el sargento Mohamed, capaz de imponer rápidamente orden. Además, Zurrug era el intérprete oficial del puesto. Después de que se tranquilizara la situación, este explicó:

—Traen un documento cheránico[22] con un aval, cumplido, o como se llame, que parece dice que se le autoriza a llevarse a los morenos.

—Bueno, un poco de calma y vamos a la oficina, donde debían haberse presentado si quieren que aquí se cumpla algo.

—Dice, mi capitán, que «cabeza tuya tiene manía a Embareck»... y no querían follones.

—Si a cumplir con cuanto está mandado le llama Embareck tener manía, estamos arreglados... —En un aparte Esteban dijo al teniente Hornero—: No va contigo ni con tu unidad este asunto, pero quédate por si estos tíos en mi ausencia se toman la justicia por su mano.

Enseguida se trasladaron al fuerte y, una vez en la oficina, el conductor del camión extendió sobre la mesa un documento cheránico redactado por uno de kateb[23] que había sido vertido al castellano por el servicio de traducción de la Delegación gubernativa en El Aaiún. Como todos los documentos, empezaba con la alabanza al Todopoderoso:

“Loor a Dios único. Se han reunido los que se nombran a continuación: Jatri u. Said u. Yumani, de la tribu Erguibat, fracción El Boihat, Ahel Yumani y Al Quenti u. Mohamed u. Sidi Mohamed de la misma tribu, fracción de Ulad Musa, Ahel Jalil.

En virtud de cuanto dicen y exponen, el último con arreglo al Derecho consuetudinario admitido por el cheraá, tiene propiedades grandes, como grande es su familia y, entre ellos, transferida por sus antepasados como familiar de raza pobre la llamada Mahayuba, hija posible de Moilid en el seno de la misma familia del Quenti. Normalizada la situación de la familia, Quenti uld Mohamed uld Jalil cede como familiar a Jatri uld Said uld Yumani a Mahayuba, así como a sus hijos, como compensación de favores anteriores recibidos de este”

Continuaba el documento con otras disquisiciones terminando con la fórmula tradicional:

“Y la Paz. El Aaiún, 12 de marzo de 1961. Ante mi el katib del Cheraá de distrito. Firmado: ilegible.

CÚMPLASE: Cuanto se ordena en el presente documento.

Por el delegado gubernativo provincial.

Rubricado”

El tan esperado documento estaba por fin en manos del capitán Manso y por su imaginación pasaron un montón de ideas.

—Zurrug, pregúntales por qué la traducción se ha hecho en las oficinas de la delegación norte en Aaiún y no en la del fric.

—Dicen que la «papela» se redactó por el kateb del kodat[24] de distrito; es normal que sea el intérprete de la oficina de la Delegación el que lo traduzca.

—Entonces, ¿por qué el «cúmplase» a una cuestión que no es un fallo del kadi o de un tribunal sino un acuerdo entre ambos viene firmado por la Delegación provincial, que es una autoridad muy superior a la que ha redactado el documento, y no por la Delegación gubernativa de la región, que sería lo normal?. Debió presentarlo en la oficina del fric y visarlo en la Delegación.

Hicieron un aparte y, después de ponerse de acuerdo, el que llevaba la voz cantante expuso:

—El documento se firmó en El Aaiún y Mahayuba y sus hijos están en Tichla; era en el ámbito de la provincia en el que se iba a actuar y por eso Jatri lo solicitó en la Delegación provincial.

El capitán Manso de Arrabal se estaba cansando y ya tenía tomada la decisión hacía mucho tiempo. Dobló lentamente el documento, lo metió en el cajón superior derecho de la mesa de despacho y empezó a hablar:

— Zurrug, diles que para mí este documento no es válido. Veladamente, una donación o transacción de esclavos, disfrazada con el artilugio del «seno de la familia» y los «familiares pobres» pero, con claridad, Quenti cede a Jatri su  antigua esclava aunque sea mauritana (y esta nación tampoco tiene reconocida la esclavitud), pero casada con un español debidamente documentado, que tiene puesto remunerado como ordenanza de la escuela, con todos sus derechos. Los casó Rabbani, no el cadi[25] de Villa Cisneros, sino su hermano pequeño, que ha estudiado derecho en Nuackchot y sabe de esto mucho más que nosotros. Su marido Hassen-na la ha inscrito como esposa, así como a sus hijos, y en España, y que se enteren, miembro de las Naciones Unidas, ¡no está permitida la esclavitud!

Cuando Zurrug terminó de traducir la perorata, los tres erguibis presentes en la oficina se pusieron en pie como un resorte en actitud amenazante y vociferando.

— ¡Cabo de guardia! — gritó con su vozarrón Esteban.

Unos segundos más tarde aparecía en la puerta.

— ¡A la orden, mi capitán!

— Estos señores, que salgan inmediatamente del fuerte, y no quiero verles más por aquí. El sargento Mohamed, que se presente de inmediato.

— No hace falta, mi capitán, estaba esperando fuera.

— Coge una patrulla mixta de saharauis y europeos, y comprueba que  los dos camiones del Boihat se marchan y, por si durante la noche retornan, deja una pareja en los alrededores de la escuela, que lancen un disparo al aire si vieran algo.

— Y hablando de disparos, ¿podría darme mi capitán unos cuantos de fogueo...?

— Mohamed, que te veo venir…

— Es que se irían más deprisa y quizás asustados.

— Vete al carajo, Mohamed, y comprueba cuanto te he dicho.

Esteban se sentó a la mesa y redactó un radiograma que cifró a continuación dirigido a su comandante, Delegado gubernativo. Aunque quiso extractarlo, siempre le salía largo cuando lo terminaba de cifrar y añadía la frase: «Correo detalles».

Hassen-na apareció en la puerta.

— Con su permiso, mi capitán —traía los ojos enrojecidos, había llorado- Mi capitán, venían a por mi mujer y mis hijos.

— Ya lo sé, Hassen-na, ya lo sé...

Aunque Esteban quiso evitarlo, se arrodilló en el suelo y por sorpresa le besó la mano musitando…

-¡Muchas gracias, mi capitán! -Hasssen-na lloraba de nuevo.

Esteban tampoco pudo contener las lágrimas y lloró también con él. Ambos se fundieron en un cálido abrazo”. [26]

 

   Con el fin de aclarar tan desagradable asunto, el oficial estimó oportuno llamar a capítulo al tal Quenti, beneficiario de la transacción, que nomadeaba en los alrededores. Así fue el encuentro entre ambos, habido en torno los tres tradicionales tés:


“El segundo té, algo más azucarado, ya humeaba sobre la mesa y la conversación se hacía más distendida.

-Bueno Quenti, creo que te une gran amistad con Jatri uld Said desde que os presentasteis en el fuerte francés con la idea de exponer las vuestras, contrarias a la ocupación por las bandas de los territorios español y francés[27]. Entonces Mauritania estaba bajo mandato de Francia y muy posible serías tú quien abogase por Jatri ante las autoridades francesas.

Quenti nuevamente empezó a ponerse nervioso y desvió la conversación…

-Algún día de te contaré… Pero si. Soy amigo del chej de Boihat, que es la fracción más numerosa de los erguibis; además que no puede extrañar que tenga tratos con un notable cuyo prestigio le ha llevado a ser designado presidente del Cabildo provincial y al que el gobierno vuestro ha condecorado.

-Pues bien, mi querido amigo, las pruebas de amistad las refrendáis con la targuiba (presente del agradecido) y en este caso creo que has hecho unos buenos regalos a nuestro presidente del Cabildo.

-No puedo negar que la sorba (embajada) que me precedió le llevó camellos –contestó Quenti-. Yo, cuando me lo encontré, le hice presentes en especias y dinero francés (francos CFA), por si tenía que viajar o desplazarse. Como no tengo hijas que casar, le ofrecí a mi hermana en matrimonio, que rechazó, pues aunque todavía es joven, es ya viuda, y él estaba nuevamente casado con joven.

Parecía como si al fin fuera a salir el dichoso documento de la cesión de esclavos, a lo que se resistía. El tercer vaso de té con hierbabuena, que cultivaba Ahmed, el policía cocinero, en macetas, se estaba ya saboreando cuando, como si fuera cosa suya y no pregunta del oficial, Zurrug le interrogó:

-Dicen que le has dado unos morenos…

-¡Pero si los morenos ya no eran míos…! Mira, Mahayuba casó con un hombre libre de mi misma familia y huyeron a España (Sáhara español) donde oficialmente no existen los familiares de raza pobre (nombre que dan a los esclavos del entorno). Han tenido hijos y yo no puedo reclamarlos; los casó Rabbani el pequeño, aún a sabiendas de que Mayahuba no era libre. Su hermano Abderrahman no lo hubiera hecho y eso que es el cadi regional, pero el pequeño Rabbani, es un “progre” y, claro, Jatri se ofreció a recuperarlos y repartirlos… y le firmé un documento que, ante no tener nada y ser míos, y de otro lado mi agradecimiento… y si algo lograba mejor para los dos…

Empezaba a verse un poco lo que había pasado, pero quedaba todavía por saber el tipo de documento  extendido y por quién. Los pinchos habían abierto el apetito y la conversación y la siguiente pregunta no se hizo esperar:

-¿Quién redactó el documento cheránico y como se hizo?

-Jatri quería que lo hiciese Al Gal-laui, que es el cadi territorial, pero Gal.laui, aunque no tiene escrúpulos, es un hombre muy listo y no quiso comprometerse. Así que creo que se llama Abdelkader uno de los kateb, el que lo redactó. Gal.laui se limitó a meterlo entre los documentos a visar por la Delegación del Gobierno y se lo devolvieron con el cumplido.

-Bueno, bueno, pero Abdekader no es qadi, ni adul[28], sólo un kateb, es decir, un escribano, y lo único que ha hecho es dar fe de cuanto Jatri y tú habéis pactado y presentarlo en la oficina para visarlo.

-Pues una cosa así debe ser, pero fíjate en el papel de Jatri: lleva la firma y sello del mahzen[29]

Se refería al sello estampado al lado del cúmplase. ¡Jatri puede mucho!.

El horizonte se despejaba e iba a ser mucho más fácil de lo que parecía después de haber oído al chej. Se trataba de una transacción redactada por un escribiente o escribano, por muchos sellos que llevara”[30]


Sigue relatando Alonso del Barrio:


“El capitán Manso de Arrabal redactó un amplio informe al delegado gubernativo y le escribió una carta aclarando puntos de vista: “Te he remitido un amplio informe el que acompaño el documento famoso de la cesión de la esclava del Quenti a Jatri, con el cúmplase de la Delegación provincial. Lo he retirado sin violencia, pero no quieras imaginar la que se ha armado después, cuando lo he metido en el cajón de la mesa, razonándole las incongruencias que tenía. Les he dicho que no lo devolvía… y hasta el sargento Mohamed hablaba de fuegos artificiales. El documento es muy sencillo y no obligaba a nada. Lo que no entiendo es el empecinamiento después de que se les haya dicho que el cúmplase  no debía haberse puesto, ni firmado, y que si se les retiraba, con echarme la culpa a mí, que estoy a punto de marcharme del Sáhara, estaba todo solucionado. Como verás, la retirada la justifico ante la duda que se me presentó de si el documento cumplía en todo la legislación española y, en particular, las Ordenanzas del Sáhara…”[31]

  
El asunto había de traer mucha cola. Por de pronto el oficial Manso de Arrabal, a punto de cesar en su cometido por haber sido admitido a un curso de ascenso, fue convocado de nuevo por el delegado gubernativo en Villa Cisneros “para disfrutar de las fiestas patronales militares”. A su llegada, fue citado por éste informalmente en su domicilio particular con el fin de “tomar café”:


“Servidos el café  el coñac, encendido el puro y retirado el asistente, Hipólito inició la conversación:

-No sé qué interés político existirá en satisfacer a Jatri, pero, chico, así es. He estado en El Aaiún y Ramírez me dice que te has extralimitado al retirarle el documento a los enviados de Jatri, que echaste a un primo suyo a la cola con las mujeres, que lo has puesto en ridículo, y que si el que hubiese ido a retirar a los morenos fuese Jatri, no se sabe qué hubiera pasado…

-¡Y yo que creía haber hecho un favor retirándolo!... Y respecto a Jatri, pues se hubiera ido, como el otro. A lo mejor el trato hubiese sido más elevado, pero el tío se va escaldado, por muy presidente del Cabildo que sea, puedes estar seguro, y sin los morenos.

-No me lo jures que lo creo. En fin, tú te libras de la situación. El día 10 de enero empiezas el curso de jefe; pues bien pasarás las Navidades con la familia, para lo cual ya tenías concedido el permiso. El día 18 saldrás desde aquí en un avión del coronel Wells, agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, que efectúa una gira de información y confraternidad y cuyo último punto de destino en el Sáhara es Villa Cisneros. Desde aquí saldréis hacia Ifni, donde pernoctaréis y dan una fiesta. Creo que te gustará, y al día siguiente, a Madrid.

Esteban pensó enseguida: Todo demasiado programado… ¡Querrían retirarlo cuanto antes del asunto!

-Bueno, mi comandante, pasado el día 10, que es la patrona de Aviación, ¿yo qué hago aquí? Tengo que entregar la oficina, el economato, hacer inventario, los sueldos de los chiujs,  y quiero además despedirme del puesto.

Hipólito, creyendo interpretar cuanto su subordinado pensaba, comentó:

-Tengo concedida una corta[32] de la que no voy a disfrutar todos los días. Mi presencia en Las Palmas coincidirá con la del ministro Solís, al que voy a explicar todo lo que aquí está pasando por si vuelven a intentarlo. Esclavitud en España en un territorio donde yo soy su delegado, rotundamente ¡no!, beneficie a Jatri o al chej  Bunana o a Perico de los palotes.

Con Solís Ruiz eran amigos desde hacía tiempo y a fe que por el sistema que fuese le iba a dar cuenta de la anómala situación”[33]                           

                   

   Manso de Arrabal recogió sus bártulos en Tichla, hizo entrega de la oficina y marchó a la península. A primeros de febrero del año siguiente (las memorias de Alonso del Barrio finen en 1963, por lo que debe entenderse que lo ocurrido fue antes de entonces) fue sustituido por el teniente Ferreira quien, nada más llegar a su destino, recibió una importante visita: la del Excelentísimo señor Presidente del Cabildo provincial de Sáhara. Seguimos citando a Alonso del Barrio:


“Había llovido algo y se observaban jaimas y ganado en la demarcación, entre ellas personal de Erguibat. Pocos días después, el jefe del Boihat y flamante presidente del Cabildo llegaba procedente de Auserd con dos Berliet del Gobierno general para reparto de ayuda… El recibimiento a Jatri fue espléndido: se mataron un camello y tres cabras. El té y los pinchos corrieron por doquier. Ya existía una jaima preparada con alfombras y vientos y mantas de vivos colores.

No efectuó su presentación de la oficina pero, por tratarse del presidente del Cabildo provincial, el teniente Ferreira acudió a cumplimentarle en medio de la algarabía de los tambores y cánticos. Jatri le invitó a cenar, pero después de los tres vasos de té, el oficial se retiró a fuerte excusándose. La ayuda fue repartida entre los erguibis con profusión y ostentación y a los que no eran suyos, pero constituían fuerzas vivas, como el maestro de escuela coránica y hasta el maharrero, les llegó lo suyo. Las muestras de adhesión se multiplicaban.

El teniente encargó a Mohamed que vigilase la jaima de Hassen-na

-¿No será mejor que esta noche duerma con su familia en la escuela? Es más fácil de defender en el supuesto caso de que intentaran algo.

-Pues sí. Habla con él. Que se cierren por dentro y díselo al cabo Ángel (el cabo era de reemplazo, maestro nacional, (y) daba en la escuela unitaria las clases de español). Si durante la noche se observa algo, que me avisen. ¡Ah! Los de Ulad Delim y Arosien que duerman en el fuerte…

-Mi teniente, hay también de Ait Lahsen y Tendega…

-No me jodas Mohamed, se va a ver que no nos fiamos de los erguibis, si metemos dentro a todos los que no son de ellos.

La fiesta continuó hasta entrada la noche y cuando los ecos de los tambores, cánticos  gritos se estaban apagando, un componente de la patrulla de vigilancia nocturna entró corriendo en el fuerte: “¡Están forzando la puerta de la escuela!”.

Los agentes nativos que pernoctaban en el fuerte con el teniente en cabeza cruzaron los metros que los separaban (de la escuela), de la que ya sacaban entre lloros y lamentos Mahayuba y sus tres hijos. Hassen-na había sido reducido entre cinco personas y le habían tapado la boca.

-¡Quedan todos detenidos!. El clásico sonido del chasquido al montar los mosquetones de los policías territoriales acompañó la frase:

-Son la familia del presidente del Cabildo y nos los llevamos. ¡Cuéntaselo a Jatri! –dijo uno de los asistentes envalentonado.

-Pero esto es un edificio del Estado español: su puerta ha sido violentada por la fuerza, y eso es un delito de allanamiento. La cheráa rige para cuestiones entre musulmanes, pero habéis asaltado un edificio del gobierno y ahí intervendrá la justicia española, así que al fuerte, detenidos todos para hacer el atestado.

Con sumo gozo los policías territoriales nativos encañonaron a los autores que, brazos en alto, cruzaron las alambradas penetrando en el fuerte.

El capitán Lobo comentó a Ferreira:

-Ha sido una buena idea meterlos en la escuela, pues se han visto obligados a forzar la puerta, y ya no es que estuvieran allí alojados y cupiera el allanamiento de morada como delito, sino que han violentado un edificio del gobierno….

-Eso mismo les he dicho yo. Avisad a Jatri, que venga a la oficina…

En aquel momento, el jefe del Boihat cruzaba exaltado la puerta del fuerte.

-Mira, Jatri, cálmate, pues eres el presidente del Cabildo y procurador en Cortes, tienes inmunidad y no se puede proceder contra tí… Así que tomamos un refresco, pues de té estarás harto y… hablamos.

El tratamiento dado por el teniente sosegó al notable y con ello su esperanza de obtener algo positivo de la entrevista, y  poco después se sentaban en el pequeño patio de la residencia de oficiales.

-Con todo respeto, hay dos soluciones –le diría Ferreira-, que regreses por dónde has venido en olor de multitud, desde luego sin los morenos, dando la explicación a los tuyos de que como estaban en la escuela que es edificio del gobierno, se cometía una infracción si insistías en penetrar en ella y llevártelos.

-¿Cuál es la otra, teniente?

-Pues instruir un atestado por allanamiento al violentar los tuyos un edificio de carácter oficial. Los mando a El Aaiún debidamente esposados después de tomarles declaración, a disposición del juez territorial… Y aquí hay corrida de pólvora… Pero entre nosotros, tú el primero, al ordenar el incumplimiento de la legislación vigente, has cometido una infracción y propondré al juzgado recabe de las Cortes el “solicito” para poder procesarte, dada tu inmunidad de parlamentario. Quizás no lo concedan, pongan pegas o lo retrasen nuestras autoridades y a mí me pidas responsabilidades, el cese en mi destino y lo pase mal, pero tú… tú, ante tu gente no quedarías de una forma muy brillante.

El semblante de Jatri enrojeció, bebió el refresco y dijo:

-No me convencen ninguna de las dos soluciones, teniente. He venido a por los morenos que son míos con arreglo a mis creencias y a nuestra justicia, reconocida por España.

-¿Traes un nuevo documento? Los que tú llamas “mis morenos” son la familia legal de un funcionario del Estado español debidamente documentado.

-Sí, para que me lo quiten, como a Embareck la otra vez.

-No habrá ningún nuevo documento, porque lo anterior fue en “embolado” al que se puso la firma del delegado y éste no podía firmar una cosa que en España no está reconocida.

-¿Y entonces de qué me sirve que las leyes españolas reconozcan los dispuesto en la cheráa?. Mauritania se titula República Islámica de Mauritania y no tiene reconocida la esclavitud, Y ¡síi! la mitad son morenos y encima mandan. Pero, entre nosotros, ¡hay morenos! 

La conversación fue menos violenta y cuando Jatri se despidió lo hizo sin haber tomado ninguna decisión. Una hora más tarde se recibió a un emisario que dijo a Ferreira: “Jatri ruega que suelte a los detenidos por romper la puerta de la escuela; él ya se ha marchado”. En efecto, minutos antes se había recibido la novedad de que los dos Berliet  habían iniciado la marcha hacia Auserd.

Eran las cinco de la mañana y el oficial redactó tranquilamente un radio con los incidentes. Para un amplio informe disponía de 24 horas más hasta la llegada del avión estafeta. Y así lo hizo. Una vez más pensó en qué es lo que pudiera estar relacionado con la obsesión de Jatri de llevarse a los morenos y las concesiones efectuadas por Quenti. ¿A cuento de qué ese empecinamiento? ¡Ya era demasiado! Nunca dijo Hipólito si fue él quien contó aquella anómala situación al ministro secretario general del Movimiento, José Solís.

El viaje a Las Palmas estaba ya lejano, pero lo cierto en que en la Comisión de Leyes Fundamentales de las Cortes se dijo una frase que levantó ampollas y dio origen a una serie de transformaciones y cambios. “En una provincia española y en pleno siglo XX se protege la esclavitud”. Solís llevaba un documentadísimo dossier sobre los esclavos del Quenti… la frase de Solís surtió efecto y enseguida se recibieron veladas instrucciones que hacían referencia al caso. En lo sucesivo, en caso de duda, cualquier mandato de cumplido de una decisión grave tomada con arreglo a los preceptos cheránicos debería ser informada, antes de ser visada y ordenado su cumplimiento, por el asesor jurídico del Gobierno general, por si transgredía leyes nacionales e internacionales y cuya ejecución pudiera dar origen a conflictos. En caso afirmativo, se devolvería  a los representantes de aquella justicia con los correspondientes razonamientos por los que el fallo no podía ejecutarse. Los hijos de Hassen-na no volverían a ser molestados”[34].

          


NOTAS
[1]
Entendíase entonces  por Sudán el “país de los negros”, es decir, el área subsahariana del continente africano.

[2] Quiroga y Cervera, “Comercio, factoría, ferias”, Revista de Geografía Comercial, Madrid, nº 25-30, julio-septiembre 1886, pág. 38.

 

[3] Bonelli, Emilio, El Sáhara. Descripción geográfica, comercial y agrícola desde cabo Bojador a cabo Blanco, viajes por el interior, habitantes del desierto y consideraciones generales, edición oficial del Ministerio de Fomento, Tipolitografía Plant e hijos, Madrid, 1887, págs, 121-122.

[4] Quiroga, Francisco, “El Sáhara Occidental y sus moradores”, Revista de Geografía Comercial, II, nº 25-30, págs. 66-72.

 

[5] Andrés Coll, obra citada, pág. 173-175.

[6]Testimonio de Carlos Sáez, 6/IV/2012.

[7]Cano Ruiz, T., “Desde Villa Cisneros. La esclavitud de la raza negra”, Solidaridad Obrera, 12 abril de 1932.

[8] Ramos Charco-Villaseñor, Aniceto, obra citada, pág. 106 a 108.

[9]La visión de Caro Baroja era muy optimista: esclavitud y servidumbre subsistieron, extraoficialmente, desde luego, hasta el final de la etapa española.

[10]Caro Baroja, Julio, Estudios saharianos, pags.175-177.

[11]Satué y L`Hotellerie, obra citada, pag. 230

[12]En el español del Sahara se utilizaba el término lefa para referirse a una “víbora cornuda muy venenosa, de cuerpo cilíndrico homogéneo, terminado en un brusco estrechamiento en forma de rabo corto, como el de la cascabel, pero sin anillos córneos sonoros” (Ruiz Garrido, Feliciano, Selam alicum, Sáhara amable, Servicio de Publicaciones del EME, Madrid, 1991, pag. 76

[13]Jefe nativo

[14] García Llinás, Alejandro, obra citada, pag. 11 a 13

 

[15]José Díaz de Villegas, director general de Plazas y Provincias Africanas, dependiente de la Presidencia del Gobierno

[16]Luis Carrero Blanco, a la sazón ministro subsecretario de la Presidencia

[17]Alonso del Barrio, José Enrique, Sáhara-Ifni, una encrucijada en la historia de España, Mira editores, Zaragoza, 2010,  pag, II/356

[18]Personal de las compañías que habían obtenido concesiones del gobierno español para realizar prospecciones petrolíferas en el Sáhara en los años sesenta del siglo XX.

[19]Entiéndase “jeep” o vehículo todo terreno, sic en el original

[20]Zurrug uld Larosi uld  Yumani fue un personaje importante en la época española tanto por su origen tribal, como por sus funciones como intérprete del gobierno, miembro de la Yemma y locutor de Radio Sáhara

[21]Miembros de la tribu Erguibat, mayoritaria en el Sáhara occidental

[22]Propio de la justicia islámica

[23]Escribiente o secretario

[24]Tribunal

[25]Juez

[26] Alonso del Barrio, obra citada,  pag.II/ 361-365

[27]Cuando Jatri uld Said uld Yumani se desentendió de las bandas del llamado “Ejército de Liberación” que hostigaron a españoles y franceses durante el conflicto de 1957-1958 y huyó de Marruecos, se presentó a las autoridades franceses de Mauritania, primero y luego a las españolas.

[28]Magistrado asistente del juez cheránico

[29]Gobierno

[30]Alonso del Barrio, obra citada, pag. II/344-346

[31]Alonso del Barrio, obra citada, pag. II/367

[32]Breve permiso militar

[33]Alonso del Barrio, obra citada, pag, II/369-370

[34] Alonso del Barrio, obra citada, pag. II/374-378.

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    La pérdida de El Dorado, de V. S. Naipaul (reseña de José María Lasalle)
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