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María Zambrano: <i>Obras Completas III. Libros (1955-1973)</i> (Galaxia Gutenberg, 2011)

María Zambrano: Obras Completas III. Libros (1955-1973) (Galaxia Gutenberg, 2011)

    TÍTULO
Obras Completas III. Libros 1955-1973

    OBRAS Vol III
El hombre y lo divino, Persona y democracia, La España de Galdós, España, sueño y verdad, Los sueños y el tiempo, El sueño creador, La tumba de Antígona

    AUTOR
María Zambrano

    EDITORIAL
Galaxia Gutenberg

    DIRECCION
Jesús Moreno Sanz

    FCIHA TÉCNICA
Encuadernación: Tapa Dura. Dimensiones: 1300 cm x 2100 cm. ISBN: 978-84-8109-953-9. Barcelona, 2011. 1536 páginas. 35 €



María Zambrano en la década de los 20 (fuente: wikipedia)

María Zambrano en la década de los 20 (fuente: wikipedia)


Reseñas de libros/No ficción
María Zambrano ante el sueño de España: Obras Completas III (Galaxia Gutenberg, 2011)
Por Marta López Vilar, lunes, 10 de diciembre de 2012
España es un país, por naturaleza, con una capacidad especial para ignorarse, de la misma manera que un adolescente al uso ignora lo que es durante esa etapa más o menos larga de su vida. Eso provoca que el tiempo, esa presencia infalible, haya convertido a este país en una víctima melancólica de sí misma. Como un adolescente, espera ser rescatado siempre de esa angustia, a pesar de que dentro de él esa nostalgia de gran imperio haga generar cierta soberbia que no hace más que descubrir todas las carencias. España vive sin saber cómo vivir, imagina que vive, lo sueña. En pocas ocasiones lo dejaron despertar.

España es víctima de su propia herencia, aparentemente cambiante pero en el fondo exactamente la misma. Parece ser que aún en nosotros queda la imagen nebulosa de aquel imperio donde el sol era aún más infinito que el horizonte del mar. Esa imagen se ha grabado en nosotros, los españoles, de manera triste, a veces cruel y peligrosa. De todo esto se dio cuenta una de las voces más importantes de ese mismo país del que tuvo que marcharse en el gélido enero de 1939: María Zambrano. España, de este modo, dejó de ser una ensoñación para convertirse en el centro articulatorio del pensamiento zambraniano. Por ello celebro que Galaxia Gutenberg haya iniciado el proceso de publicación de las Obras Completas de esta figura trascendental del pensamiento español, más silenciada de lo que debiera, por otro lado. Además, aparecen nuevas ediciones revisadas que eliminan las posibles erratas que distorsionaban el verdadero sentido de la obra zambraniana. La edición está dirigida por Jesús Moreno Sanz y cuenta con la colaboración de Sebastián Fenoy, María Luisa Maillard, Fernando Muñoz y Virginia Trueba. Este volumen tercero incluye los libros El hombre y lo divino, Persona y democracia, La España de Galdós, España, sueño y verdad, Los sueños y el tiempo, El sueño creador, La tumba de Antígona. Como puede verse, el tema del sueño es central en la mayor parte de los títulos incluidos en este volumen. Y es que España, más allá del sueño metafísico calderoniano, siempre estuvo hecha de ensoñación. Se sueña –que es una manera de desear- aquello que no se tiene, aquello que se ha perdido. Y España sabe muy bien de pérdidas y de deseos negados. Pienso ahora en Séneca, por ejemplo. En sus Cartas a Lucilio –que Zambrano se encarga de citar- escribía “Si quieres suprimir el temor, suprime la esperanza”. Ahí empezó la verdadera tragedia española: en su aniquilación de la espera. Séneca marcó el devenir del espíritu español y, posiblemente, el cristianismo hizo que ese estoicismo no se asimilara bien, provocando que esa extinción de la esperanza se convirtiera en una terrible resignación. Cuando vivimos bajo la resignación, tan sólo nos queda soñar. Es la huella que queda de estar vivos. Se sueña un futuro que ha quedado ahogado de pasado. Así sigue viviendo infelizmente España. Así lo escribía Zambrano en Persona y democracia:

 

El pasado pasa y se vive bajo ese peso; el tiempo transcurre externamente y sólo es sentido como monotonía y casi como materia. El tiempo, lo más fluido, se hace material, compacto. ¿Quién no ha sentido, en ciertas horas, este extraño condensarse del tiempo?

Nada pasa, o más bien, es la nada lo que pasa. Oprime el pasado dejando sentir su peso ligero y nada podemos discernir en él, nada podemos actualizar de su unidad compacta, como si todo acontecimiento desdichado o venturoso hubiera sido anulado en esa esfera inmóvil.

 

El tiempo y el sueño son dos constantes en las obras de Zambrano que se reúnen en este volumen III. Y es que el pensamiento zambraniano se inicia desde esa razón poética que mira dentro del hombre. La historia radica en el tiempo, pero también en el tiempo del hombre –aquello que tanto se asemeja a la intrahistoria de Unamuno- y ese mismo tiempo muestra algo terrible: la finitud. El hombre se siente acotado por el tiempo, le indica que algo de él siempre acabará. De ahí la necesidad imperiosa de aspirar a lo divino, condición indispensable de la eternidad. Así nació El hombre y lo divino, desde esa angustia de lo finito que lleva al ser humano a la búsqueda de sentido. Esta espiritualidad se convierte en la verdadera esencia del ser. Por ello el ser está en eterno tránsito hacia esa infinitud. Es la manera de sustituir la abolición de la espera –o la esperanza- por una necesidad de futuro. Quizá por eso siempre el hombre necesitara habitar el futuro, ya que éste es aquello que siempre sobrevivirá al hombre. El futuro es un estado de lejanías, infinito. Aspirar a él es aspirar a lo divino. Para ello el hombre debe atravesar la muerte, como los órficos. Platón ya decía que morir era ser iniciado, y ese mismo juego de palabras usaban los órficos con su teleutân (morir) y su teleîsthai (ser iniciado). Y estos preceptos, cuando la Iglesia vio que no contaminaban las bases del cristianismo, fueron acercados a la sociedad cristiana hasta asumir la vida de esta manera, irremediablemente. Ese acontecimiento irremediable, como denominé, aboca al hombre a la desaparición para alcanzar ese infinito. Escribe Zambrano en El hombre y lo divino:

 

Y aun para el cristiano la comunión no se consuma; no destruye definitivamente la diferencia que ha de soportarse, ese sufrir de Dios, de su lejanía, de su inaccesibilidad. Y, así, vino a surgir un tipo de cristiano desesperado ya de la comunión, cegado cada vez más por la muerte, hasta dejarse fascinar por ella; son los atraídos por la nada en busca del aniquilamiento, secreto último quizá del “quietismo” español y de todo quietismo declarado o encubierto: la desesperación de alcanzar una total, única comunión. Y la experiencia de esta imposibilidad, la aparición de la muerte, de la nada en quien Dios y el hombre se igualan, búsqueda, suicidio en la nada porque en ella ya no hay diferencia, como si ella fuese el fondo del abismo divino.

 

La angustia del tiempo se convierte, de este modo, en la anulación del hombre y su tiempo. Y esto se traslada directamente al tiempo de la historia, de la historia de todos los hombres, aquella que viene escrita en libros y que luego se interpreta, muchas veces, sin demasiado éxito. Los absolutismos pretenden arrancar el tiempo del hombre para nutrirse de él, apoderarse de él. ¿Qué sería de la historia española sin el tiempo? ¿Cómo puede sobrevivir un país que halla sus relojes cuando ha debido abolir la esperanza –es decir la existencia de futuro? El absolutismo, engendrado en el sueño de la totalidad y de la infinitud con ciertos tintes mesiánicos y divinos, se hizo con el tiempo para impedir la libertad íntima del hombre. Se construyó sobre él. Ese impedimento de libertad provocó algo terrible: el desconocimiento de su existencia. Desconocer la existencia del principio de libertad ha sido la verdadera tragedia de este melancólico país llamado España. Aniquilado su tiempo –de hecho, a título personal, diré que a veces parece que no transcurra nunca en la razón de su pensamiento-, sólo le quedó resignarse. Escribe Zambrano en Persona y democracia:

 

Para el ansia de establecer un poder que ordenara universalmente las cosas terrenas, el tiempo es el mayor enemigo, la perenne obsesión. No deja de ser un dato curioso, acerca de la sensibilidad de este momento, que el emperador Carlos V en su retiro en Yuste tuviera la obsesión de mantener el funcionamiento de los innumerables relojes que llenaban las habitaciones, en absoluta precisión y sincronismo.

La razón situaba sus verdades más allá del tiempo y la religión en la Eternidad. Y de las dos cosas habría de nutrirse el sueño del absolutismo: construir, no fuera del tiempo, sino sobre el tiempo.

 

Retener el tiempo para los absolutismos es, como dice Zambrano, una necesidad de que “esto sea así para siempre”. “Para siempre”, ¿acaso no es una manera vil de acercarse al futuro, de parecerse a él? ¿Acaso algo así ocurrió, día tras día, durante los terribles años de dictadura franquista? ¿Acaso ese “para siempre” no se ha inoculado y aún seguimos mirando, en parte, con sus ojos? Por ello Zambrano propone un regreso al tiempo, un reconocimiento de él como síntoma primero de su propia libertad. Los griegos tenían sus oráculos para sentirse prolongados en el tiempo y formar parte del futuro. Ir a Delfos era convertirse en presagio, un bello indicio de supervivencia. Zambrano encuentra ese tiempo dentro del hombre, unido a lo divino de quien siente nostalgia.

 

El pensamiento zambraniano que reúnen estos siete libros circunda estos temas. De ahí el acierto de la editorial de aunarlos en un mismo volumen. Es muy amplio el espectro filosófico y literario de Zambrano –todo en ella fue filosofía, pero todo, también, fue poesía, literatura de gran belleza- por ello cobra importancia esta división temática para entender su España –que es la nuestra-, su sueño, su misticismo y su realidad que sufre el tiempo y se resigna.

 

SELECCIÓN DE TEXTOS

 

Un límite como lo son los espejos que producen, más aún en lugar escondido o confinado, el espejismo de la ilimitación. Y en realidad conceden a la visión algo, sí, precioso, un medio distinto de visibilidad y, sobre todo, un medio apto como ninguno a la reflexión. Y una constatación. Las figuras en el espejo aligeradas, sin peso, imágenes, se aparecen como dotadas de entidad. Y si el espejo es metálico, si es del metal que parece contener luz propia –mientras que la plata parece estarla recibiendo como de una fuente, luna y agua un tanto temblorosa-, si es en el oro, la figura tiene carácter de aparición impar, sagrada. Impronta y sello perdurable de una luz que rebasa la luz solar; cambiante al fin, dada a ocultarse, a nublarse en cualquier momento, sujeta a la alteración, en fin, no invulnerable. La luz que irradia el oro es una dura, inexorable luz, inalterable, perdurable.

El hombre y lo divino

 

Entrar en nuestra soledad supone disponer del tiempo, movernos en él, y si se hace bien, saber usarlo. El riesgo del vivir humanamente es perder el tiempo que, en caso extremo, es matarlo, según en castellano se dice. Y tanto se pierde o se mata el tiempo, desentendiéndose excesivamente de lo que pasa en torno nuestro, como no entrando en soledad, no ensimismándose. Y el tiempo se nos pierde por no saber usarlo, por dejarnos llevar por él, o bien por olvidarnos de que existe y de que su existir es…pasar quedándose.

Persona y democracia

 

Y en esa mudez, en esa especie de retirada de la palabra, el escritor, el que la soporta, recibe algo así como  el germen de una palabra nueva y, con ella, el sello de su definitiva vocación.

España, sueño y verdad

 

Los sueños son fragmentos absolutos. Absolutos por su fijeza, y por brotar disparados en vista de la totalidad de la vida, del ser entero en la figura irrenunciable aún no habida.

No aparece la palabra en esta modalidad de soñar. La palabra despierta, y si se da dentro del sueño es como un aviso que llega de lejos y que deshace ese tramar que crea la estrofa de calumnia, y la desgarra en un punto. La palabra así viene de otra dimensión, o más bien de nada; la palabra suena sola, impersonal. Antes de venir de alguien, viene de un campo, de un reino.

El sueño creador

 

Pero mi historia es sangrienta. Toda, toda la historia está hecha con sangre, toda historia es de sangre, y las lágrimas no se ven. El llanto es como el agua, lava y no deja rastro. El tiempo, ¿qué importa? ¿No estoy yo aquí sin tiempo ya, y casi sin sangre, pero en virtud de una historia, enredada en una historia? Puede pasarse el tiempo, y la sangre no correr ya, pero si sangre hubo y corrió, sigue la historia deteniendo el tiempo, enredándolo, condenándolo. Condenándolo. Por eso no me muero, no me puedo morir hasta que no se me dé la razón de esta sangre y se vaya la historia, dejando vivir a la vida. Sólo viviendo se puede morir.

La tumba de Antígona

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    Los habitantes del bosque, de Thomas Hardy (por Ana Matellanes García)
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