De este modo nos hallamos ante una
dispersión abundante en juicios y cambiante, ante un suceso antropológico
poliédrico, polifónico, polimorfo y policromático con el que no se nace, sino
que adquiere, se aprende y aprehende hasta conformarse como hábito, como segunda
naturaleza y carácter identitario. Esta riqueza se recibe en un momento,
ontogenia, pero sucede filogenéticamente en la especie
humana.
La cultura, en rápida expresión y
sin afán definitivo, es un conjunto de manifestaciones materiales e inmateriales
que una vez creadas por el hombre, unas
creaciones ex - nihilo, atiende a las necesidades de
éste.
Así pues, tales expresiones nacen,
se desarrollan, se exportan o contagian, fenecen. Una manifestación singular y
universal es la necesidad de transcenderse del hombre, de romper las fronteras
materiales y enfrentarse al destino, a lo que valora como sagrado, a los
habitantes inmateriales que comparten su hábitat.
Diversas corrientes filosóficas y
sobre todo desde la crítica religiosa se ha ahondado en la negación de este
suceso, pero la realidad se manifiesta tozuda y los pueblos se empeñan en dar
reiterada presencia a sus respectivas divinidades. Así, en el deambular o
historia del hombre se han sucedido de modo contumaz las manifestaciones
religiosas en una pluralidad de expresiones y riqueza de variante, la gran
mayoría desaparecidas, más todas aspiran a ser consideradas como verdaderas,
únicas y reveladas. Su negación recibe la consideración de
anatema.
Si atendemos a las estadísticas
enmarcadas desde diversos aforismos sólo un veinte por ciento de la población se
define como atea, agnóstica o independentista. El cristianismo, islamismo,
hinduismo, judaísmo, etc., ocupan los porcentajes más significativos en un
espacio, la tierra, que da calidad a todo un panteón o toda una serie de
expresiones que abundado en el prefijo “poli-” bien podemos considerar que
habitan un planeta politeísta y lleno de divinidades. Tampoco las religiones se
someten a los mandatos de los genes, no se heredan, más bien responden a los
memes, el sistema memético y no genético. Cada expresión religiosa en el pueblo
que la practica se convierte en una herencia cultural que se ofrece
equívocamente estanca. Sus normas y lagunas evolucionan. Todo el conjunto de
creencias se ofrecen como valores integradores, salvíficos o salutíferos,
trascendentes, patrióticos, memoriales, eternos, etc.
Luego las religiones se integran en
el sistema cultural del hombre, y este comparte espacio con el genético, el
ecosistemático, el neurocerebral (E. Morin) para arropar a los seres humanos y
permitirle un mejor paseo vital por este pequeño planeta. De los cuatro
sistemas, el cultural, y dentro de éste, la religión, ayuda a soportar la
soledad, la orfandad humana, pues toda religión es compartida con congéneres que
adoran seres inmateriales, divinos u otras santidades que necesariamente
requieren un “nosotros”.
Tras estas reflexiones,
personalmente ubicaría el libro del teólogo y filósofo Juan José Tamayo Acosta,
Otra teología es posible. Pluralismo
religioso, interculturalidad y feminismo, si bien
la referencia directa del libro, se encamina hacia la religión católica, la que
ocupa principalmente nuestro hábitat.
El teólogo Tamayo, bien conocido por
su compromiso y presencia mediática sitúa acertadamente el fenómeno religioso en
los cauces del diálogo y el respeto, en el necesario enlace de saberes que
evolucionan y se presencia, en el compromiso de respuesta que debe dar cualquier
religión a las voces humanas, pues éstas, las voces, aprenden y necesitan decir
su propia palabra. Así, pues, efectuando soldaduras epistemológicas, ajenas a
espúreas hermenéuticas y recurrentes estancamientos historicistas, obviando las
respuestas seguras que dan la abundancia dogmática, aceptando que las preguntas
cambian y que cuando se dispone de respuesta ya se modificó la pregunta, el
autor trata de ofrecernos una visión frente al debilitamiento de lo colectivo, y
de la solidaridad, frente a la disolución de los valores que encierra la carta
de los derechos humanos o la burocratización “de lo religioso”, frente a la
desmoralización y la necesidad o los vacíos que acompañan al ser
humano.
Asistimos pues a una teología que
teológicamente se manifiesta en la búsqueda de valores universales. Atiende al
“universalismo que reconoce la unidad de las diversidades humanas; de las
diversidades de la unidad humana” (E. Morín), tras la consecuencia del destino,
del desencantamiento y la devastación, de la finitud, etc. propone la
solidaridad y la responsabilidad humanas. Y en este deambular el autor recupera
valores teológicos primigenios: la compasión, la comprensión, la contemplación,
el antropocentrismo, la teología dialógica y de liberación, la teología de las
religiones y la
feminista. Al mismo tiempo desatiende el autoritarismo y el
dogmatismo, se trata de una apuesta por una teología cordial y sabedor, como
señala el Antiguo Testamento, que en el corazón se hablan la inteligencia y la
memoria, luego también es
memorial.
Estas razones cordiales complementan
y refuerzan a los puramente racionales y mecánicas. Somos razón y sentimiento.
Con las solas fuerzas racionales difícilmente se pueden explicar los
sentimientos religiosos y las creencias; sin ellas, los pasos a la superstición
y al fanatismo son fáciles.
Ciertamente en nuestro ámbito
cultural el cristianismo ha plasmado de múltiples formas su impronta, mas
también el islamismo y el hinduismo. La convivencia entre religiones no siempre
ha estado ajena a al violencia y en su grado máximo. En las religiones
monoteístas, reveladas y únicas verdaderas, la violencia va inserta. Así lo
constate la historia, si bien todas abogan por el diálogo, la tolerancia, el
amor en sus fundamentos primigenios revelados; quizá la institucionalización una
vez lograda promueve que surjan los insertos violentos que producen la
exclusividad y el oficialismo.
Otra teología es
posible es un
vaivén rico de referencias que trata, tras reconocer los caminos recorridos, de
lograr un punto de encuentro, el antropológico y que responde al zoon ecoumenicon y al sujeto de
complejidades que es el hombre. La historia es rica y fecunda en numerosos
ejemplos que conducen al diálogo y al encuentro. Los dogmas dificultan el
encuentro, si bien, los sustanciales son coincidentes en las religiones
monoteístas: las verdades reveladas por un dios único, creador y padre. El autor
considera que existen unos mínimos razones altamente enriquecedoras para que la
concordia y el diálogo conduzcan a dar respuestas esenciales al hombre.
Estamos
pues ante una teología antropológica, dialógica, respetuosa con la diversidad y
la interculturalidad, con la libertad de convicción y, a la vez, opuesta al
narcisismo provocado por la exclusión o anclado en dogmatismos obsoletos, en
contra de los fundamentalismos y su violencia, así como de la materialidad o
puro crisolhedonismo. En este orden es una apuesta por la alianza entre
culturas, por la consideración del hombre como resultado filogenético mestizo y
mezclado, altamente “contaminado” por la multiplicidad de contagios sucesivos
entre los pueblos. “El hombre perfecto es el hombre mezclado” (M. Montaigne),
pues en cada hombre están todos los hombres. De este modo esta Otra teología…, es de esperanza y
utopía, intercultural y caledoscópica, pues está atenta a todo el cromatismo
humano, ajena a la hegemonización y ausente al encubrimiento de otros pueblos.
En definitiva, el profesor Tamayo, nos ofrece un desafío para la reflexión que
va más allá de las filias que nos
acompañan ofreciéndonos un ensayo denso fruto de la experiencia y de la
interancia propias. Esta riqueza personal le lleva a conjugar el prefijo inter con otras religiones, culturas y
géneros, luego es una teología interreligiosa, intercultural e intergénero que,
a su vez, nos lanza la provocación del dictum kantiano: ¡atrévete a pensar!
(¡sapere aude!)