Por
eso no es posible gobernar a México como se hizo en el pasado priista pues el
país y el mundo son muy distintos a los del siglo XX, ni el proyecto de la
derecha es viable a mediano plazo, como lo demuestran la mediocridad del
gobierno de Fox y el estrepitoso fracaso de su sucesor.
¿Es
Enrique Peña Nieto el hombre capaz de definir un modelo enteramente nuevo de
nación en un mundo incierto, y ponerlo en práctica?
No
lo sé y tal vez ni él lo sabe, pero el pragmatismo libre de ataduras ideológicas
que le atribuyen sus allegados, lo impele a tomar medidas que a su juicio
funcionan sin encerrarse en algún esquema preconcebido. Esto podría explicar por
qué ha anunciado algunas políticas propias del Estado de Bienestar –promoción
del desarrollo, aumento de los recursos propios del gobierno, generación de
empleos, seguro social universal– junto a otras identificadas con el modelo
neoliberal, como la inversión privada en actividades hasta ahora reservadas a
Pemex.
La
combinación de políticas tomadas de modelos antagónicos sugiere que el próximo
gobierno va a intentar restaurar las responsabilidades económicas y sociales del
Estado, a las que han abdicado crecientemente los últimos tres a cinco
gobiernos, según se le quiera ver, y a ofrecer estímulos al capital privado que
a lo largo del siglo XX ni siquiera estuvieron a
discusión.
Uno
puede asumir diferentes actitudes frente a esta combinación nada ortodoxa de
políticas. Algunos pensarán que se trata de un engaño más de los políticos a los
ciudadanos y que el único interés de Peña Nieto es abrir aún más las arcas de la
nación en beneficio de los grandes grupos económicos. Otros esperarán que la
fórmula de Peña Nieto pueda iniciar la solución de los grandes problemas del
país, y recordarán sus declaraciones sobre la productividad y el desarrollo y su
expreso reconocimiento de que las formaciones monopólicas (los imperios de Slim,
Azcárraga, Salinas Pliego y unas decenas más son monopolios), inhiben la
competitividad.
Para
quienes asumen que Peña está al servicio de Televisa (Ricardo Monreal, los
electricistas, etc.), no queda más que la resignación o el
enfrentamiento. Pero quienes pensamos que su discurso no
sólo es honesto sino también viable, tenemos muchas incógnitas por despejar, y
todas tendrán que irse dispando en la práctica. El próximo presidente podría
estar buscando una vía que coloque al país al lado de los Brics (Brasil, Rusia,
India, China y Sudáfrica) y eso no se puede hacer sin el capital privado pero
tampoco si no se empieza a corregir lacras como la pobreza, la desigualdad y en
nuestro caso, la violencia, que hacen inviable la inversión pública y
privada.
Todo
parece indicar que Peña Nieto es confiable para una parte del capital y tal vez
encuentre fuertes resistencias en otra, como los bancos privados, que esperan
que el Estado nunca recupere su facultad de rectoría. Es confiable para una
parte de la clase media, pero no para otra que lo ve con recelo por su solo
origen priista y atlacomulquense, y su tarea será ganarse la confianza de esa
gente, que no es poca. Es confiable para muy pocas víctimas reales o potenciales
de la violencia, y a ellos también deberá convencerlos con hechos. Es confiable
para una parte de la juventud, quizá menor de lo que él esperaba, pero no lo es
para muchísimos como los normalistas michoacanos o los
132. Paradójicamente, son los jóvenes el segmento de la
sociedad que tendrá prioridad en la recomposición del modelo económico, político
y social.
Confiable
o no, Enrique Peña Nieto es el próximo presidente de la República y frente a esa
realidad, los ciudadanos no tenemos más que dos opciones: tratar de obstruir su
gobierno, lo quizá se entendería si se tiene un proyecto alternativo realista, o
brindarle un apoyo crítico a sabiendas de que no todas sus políticas serán del
agrado de todas las personas, pero tal vez en la heterodoxia esté la salida que
urgentemente requiere el país.