
Wikileaks 
apartaría sin dudarlo cualquier cable que llevase la firma de Smiley, George 
Smiley. Y George Smiley, si se me permite apostar, habría procurado el mismo 
afecto a los chicos de 
Assange. Es verdad que hoy -todo sea dicho- no 
sopla viento de popa para el servicio secreto como institución (como concepto) 
y, en estas, la geopolítica de cancillería, burdamente desmitificada en el fango 
de la red, rastrea su completo menú de acertijos bajo algún servidor corsario. A 
Smiley -y por alusiones al ‘Circus’, es decir, el MI6 (Servicio de Inteligencia 
Británico)- estos días de sabotaje diplomático y desamparo del oficio, habida 
cuenta de su intachable entrega al espionaje, no le harían ninguna maldita 
gracia. Nos hacemos cargo. Tal vez debido a ello, entre otros motivos, el sueco 
Tomas Alfredson haya recuperado con tanto acierto a la criatura de
 
John le Carré (Dorset, Reino Unido, 1931) para su último film, 
El Topo (Tinker, Taylor, 
Soldier, Spy, 2011). De modo que -otra vez, por fin- ‘
Britannia, rule the 
waves’. Los espías (re)surgen del frío 
Voy con las presentaciones. Traicionado por casi todos, Smiley, 
ese cerebro extraordinario envuelto en un físico ciertamente ordinario, fundó su 
club de amigos allá por la enfriada década de los sesenta mediante 
las cinco 
disfrutables novelas (y, tangencialmente, otras tantas) que, de forma 
sucesiva, le adjudicó su creador. 
Le Carré, que marcaba y marca 
cotización de altos vuelos en la literatura low-cost (como en la otra), puede 
presumir de licencia, junto a 
Graham Greene y algún que otro tarado, para 
cobrar rentas por lo más florido según los códigos del género de espías. Sí, eso 
es, condenadamente bien: socorrer al best-seller. Aunque no haga falta. 
Y aquí, amigos, entra Smiley, el eterno secundario, un antihéroe de 
espíritu gregario cultivado entre los parterres de Oxford, desde -más tarde- los 
sónares de la IIGM, y dotado de un revoltoso lastre sentimental llamado Lady Ann 
Sercomb -la chica a la que miraban todos y (lástima) se casó contigo. Dueño de 
una memoria endiablada capaz de trastocar el tablero europeo en un par de 
chispazos, él, gris (ya está, lo he dicho) Smiley, el hombre del ‘Circus’, el 
patriota y, por cierto, el religioso lector de poesía barroca germana. Porque 
George era terrenal, peinaba canas, jadeaba en las rampas y nunca, al contrario 
que el impávido Bond, podría ligar con una bella moscovita en el curso de un 
carrusel de naipes. ¿Cómo? Ya: 
Fleming, Ian Fleming, y su -discúlpenme la 
gracia- flema 
torie. 
Los nombres de Smiley 
Si el antiguo diplomático
 David John Moore Cornwell (aka 
John le Carré: nombre de guerra, ya saben) estaba al corriente, en fin, 
de qué escribía, 
Alfredson no ha perdido el tiempo. Desde luego. El que 
fuera responsable de aquella inesperada joya vampírica, 
Déjame entrar (Låt den 
rätte komma in, 2008), filma aquí con un pulso decididamente 
clásico, muy consciente de las líneas maestras del género, del 
output 
Smiley: a partir del texto original de 
le Carré (
El topo, 1974) 
hacia la 
adaptación que la BBC 
produjo en 1979, cuando 
Alec Guinnes era Smiley, y Smiley 
Alec Guinnes. Pero es ahora el siempre sólido 
Gary Oldman quien 
interpreta a nuestro espía, y le flanquea un reparto -claro- muy 
british, de maneras BBC y sello 
gentleman, escurridizo: 
soldados de inercia para un tiempo desvencijado. Y tan, tan espléndidamente 
narrado por
 Alfredson, cuya dirección ha logrado instalar la milimétrica 
narrativa de 
le Carré -azotada por orificios, desagües imprevistos- sobre 
el negativo, aunque en ocasiones -aviso- convenga consultar la butaca contigua 
para confirmar las pistas. Así que el Circus y London y las heladas afueras de 
la Europa quebrada cobran vida bajo la sombría (y atinadísima) fotografía de 
Hoyte van Hoytema, los compases de nuestro
 Alberto Iglesias, que 
carbura etapas -otra vez será, cada vez más cerca- para llevarse la estatuilla 
dorada. No hay, pues, pega posible
. 
Acordes para una clausura.
 
Y cuando pensábamos que todo -o nada- estaba cerrado, topos y enigmas 
resueltos, va otro 
Iglesias, 
Julio Iglesias, y 
versiona a 
Trenet para un 
cover inmenso del 
legendario tema La mer. Audacia y genialidad de 
Alfredson 
y, al otro lado, nosotros, mientras confesamos que -luego del cine, regresen o 
no los espías del frío- sólo querremos volver. Cuanto antes. 
Tráiler subtitulado de la película El topo, de Thomas Alfredson 
(vídeo colgado en YouTube por cinescondite1)