En una
entrega anterior
escribí que “Walter Lippmann entendió bien los alcances movilizadores de la
prensa y su función al interior de la sociedad, pero llegó a una aguda
conclusión: la prensa no puede suplir a las instituciones políticas. Lippmann
escribía en 1922 y sus ideas no han perdido vigencia: mejorar los sistemas de
recolección y presentación de las noticias no es suficiente para perfeccionar la
democracia, pues verdad y noticia no son sinónimos. La función de la noticia es
resaltar un hecho o un evento. La de la verdad, sacar a luz datos ocultos. La
prensa –hoy
los medios-, en una de las afortunadas metáforas de Lippmann,
es como un faro cuyo haz de luz recorre incesantemente una sociedad e ilumina
momentáneamente, aquí y allá, diversos episodios. Y si bien éste es un trabajo
socialmente necesario y meritorio, es insuficiente, pues los ciudadanos no
pueden involucrarse en el gobierno de sus sociedades conociendo sólo hechos
aislados.”
La pregunta es si tal función de “faro” que ilumina facetas
del acontecer social incluye grabar ilegalmente conversaciones telefónicas o
intervenir sistemas de mensajes breves, como llevaron a cabo reporteros del
News of the World en numerosas oportunidades, entre ellas en el caso de
una niña de 13 años que fue raptada y posteriormente asesinada. Estremece pensar
que al borrar los textos de la menor para garantizar su “exclusiva” los
periodistas hayan propiciado su muerte.
Vimos a un farisaico Rupert Murdoch
declarar su mansedumbre frente al imperio de la ley. No dudó en cerrar una de
las publicaciones más antiguas del mundo para proteger sus
negocios
En México tenemos nuestra cuota de
eventos que tienen que ver con el uso cuestionable de información. ¿El fin
justifica los medios? El gobernador Marín de Puebla, el perredista Bejarano, el
ingeniero Salinas, el rojo Fidel, los soldados asesinados a golpes, las notas
inducidas por el crimen organizado e infinidad de episodios en donde los medios
impresos y electrónicos sirven como picos de ganso para publicitar situaciones
que a un poder, institucional o criminal, conviene difundir entre la población,
mantienen caliente la discusión sobre el papel de los medios en nuestra sociedad
de círculos rojos y verdes.
La diferencia que vemos en nuestro país con
el caso inglés es que allá han comenzado a rodar cabezas y muy probablemente
cuando esta columna se publique el gobierno de David Cameron esté herido de
muerte, mientras que entre nosotros gozan de cabal salud los que grabaron,
quienes les pagaron y los que publicaron. Como bien nos recuerda John Burns
(
The New York Times, 18 de julio),
“Más allá de la inmediatez
política, hay un sentir creciente en el país que la crisis ha hecho preguntas
fundamentales sobre la cultura de la colusión entre políticos y la prensa […]”.
Colusión entre políticos y la prensa. He aquí el tema relevante.
No hay sistema que no vea en los medios un instrumento de gobierno y que no
procure alinearlos a su proyecto político. Y no hay conjunto de medios que no
tenga claro que el sistema es el principal proveedor de información política.
Mantener el equilibrio entre estas visiones sin que el necesario terreno común
se convierta en único, es uno de los sostenes del espacio republicano y
democrático.
El régimen de propiedad de los
medios, generalmente privado, no cancela el riesgo de corrupción debido al
ejercicio prolongado de una actividad que se nutre justamente del contacto con
el poder
En México somos testigos frecuentes
de episodios en donde un medio impreso o electrónico revela hechos que podrían
ser delitos, en una acción que también pudiera configurarse como ilegal, mas
aparentemente el morbo generalizado por atisbar en las cañerías del poder y la
displicencia o el temor de la autoridad frente a los poderosos barones de la
prensa, cuando no la colusión, impiden que éstos sean tocados ni con el más leve
rozón de un acta indagatoria.
Vimos a un farisaico Rupert Murdoch
declarar su mansedumbre frente al imperio de la ley. No dudó en cerrar una de
las publicaciones más antiguas del mundo para proteger sus negocios y no ser
vetado en la venta de un sistema de televisión de paga, mientras decenas de
trabajadores del
News of the World eran echados a la calle sin empleo y
Sean Hoare, quien primero alertó sobre las prácticas de escuchas ilegales para
obtener información escandalosa en complicidad con agentes de
Scotland Yard,
la legendaria y (ya no tan) distinguida corporación policiaca al servicio de
la Pérfida Albión, era encontrado muerto. Los investigadores prontamente
declararon que nada había de criminal en el deceso, y que Hoare tenía una larga
historia de abuso de alcohol y drogas, pero la sospecha de que fue silenciado
quedará ahí ensombreciendo aún más el caso.
El régimen de propiedad de
los medios, generalmente privado, no cancela el riesgo de corrupción debido al
ejercicio prolongado de una actividad que, a diferencia de muchas otras
actividades comerciales, se nutre justamente del contacto con el poder. Un
ejemplo de libro de texto es precisamente el imperio Murdoch, el séptimo
conglomerado en el mundo. El australiano se ha hecho propietario de los
cabezales más simbólicos de los medios occidentales gracias a la libertad de
operaciones que dan los mercados abiertos. Es válido plantear que la necesidad
de poner una barrera entre el legítimo interés comercial y el legítimo ejercicio
de la actividad periodística sigue siendo asunto a discutir en profundidad.
La realidad es que la actividad
propia de los medios les hace acumular poder, tanto frente a otros poderes
establecidos como frente a la sociedad a la que dicen
servir
Se podría plantear la alternancia en
el poder en el manejo de los medios -no necesariamente en el cambio de
propietarios- lo cual cabría perfectamente en un código de ética, tema tan de
moda en estos días. Debemos preguntarnos si en el fondo no hemos tenido que
aprender a vivir con un nuevo fundamentalismo, que podría expresarse así: los
medios –como continuidad- se consideran depositarios de la verdad y de las
necesidades sociales, sobre todo si de derechos democráticos y de justicia se
trata. Pero no sólo por la actividad que les es propia, que es la de investigar,
recoger y difundir los hechos cotidianos, sino porque el discurso de reclamo
democrático consideran haberlo ganado gracias a su experiencia de relación con
los grupos de poder.
Siguiendo esta línea de pensamiento, la información
no es un bien que se ofrece a la sociedad para que ésta configure los mecanismos
de relación que considere pertinentes con el poder, poder que -además- la propia
sociedad ha otorgado, sino que se convierte en patrimonio para una relación de
poder a poder. Tenemos que la sociedad ya no es capaz de enterarse por sí misma
de lo que sucede en su entorno, de lo que sucede fuera de sus fronteras y, sobre
todo, no tiene acceso a muchos sucesos de la vida política.
Ese espacio
en el que la sociedad no es capaz de incidir, incluso por cuestiones prácticas y
por la complejidad de la vida moderna, es ocupado por los medios, que adquieren
por esa vía el papel de líderes. La realidad es que la actividad propia de los
medios les hace acumular poder, tanto frente a otros poderes establecidos como
frente a la sociedad a la que dicen servir.
Mas los empresarios de los
medios entienden esta realidad de otra manera,
la suya. Según reveló el
NYT, cuando el escándalo del
News of the World se reveló como un
tsunami que amenazaba borrar del mapa de
Fleet Street al
holding Murdoch, el hijo de éste, Rupert, amenazó a Paul Dacre, editor
del rival
Daily Mail, que ellos, los Murdoch, no serían “los únicos
perros rabiosos en la cuadra”.
¡Qué hermoso ejemplo de responsabilidad
social!