Sin embargo la página sabatina del suplemento cultural del
ABC de
aquella semana reseñaba un libro de un tal John Williams, y un suplemento tan
inequívocamente prestigioso y serio no podía equivocarse, valga la sutil
redundancia. Toda una página del cultural, de arriba abajo y de izquierda a
derecha, estaba dedicada a calificar una novela firmada por un tal John Williams
y de título
Stoner, como de indiscutible obra maestra. No recuerdo quién
firmaba la crítica (no será muy difícil de averiguar para los interesados,
¿podría ser Rodrigo Fresán?), pero sí recuerdo que su entusiasmo logró lo que se
supone que debe conseguir toda crítica entusiasta de un libro: captar lectores.
Además el resumen del argumento también captó mi atención. Se trataba de una
novela sobre la modesta vida de un profesor de literatura en una pequeña
universidad norteamericana durante la primera mitad del siglo XX, desde 1910,
poco antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, hasta su muerte en 1956.
Un profesor entregado a los libros, al saber y a sus clases. En principio una
especie de Mr. Chips, menos edulcorado y más realista. En fin, que decidí
adquirir el libro y leerlo.
El primer inconveniente con el que topé fue
que
Stoner estaba editado por una desconocida y presumiblemente pequeña
editorial canaria, Ediciones Baile del Sol, de Tenerife. En mi librería de
cabecera me dijeron que no era nada fácil hacerse con el libro, pues había
dificultades incluso para contactar con la propia editorial. Paré el intento y
desistí de hacerme con el libro. Pero no sé aún por qué razón, un día me decidí
a visitar la página electrónica de la editorial canaria. En efecto, ante mi
propio pasmo e incredulidad constaté que ni siquiera podía pedirse el libro a la
editorial, cuyos responsables te dirigían a dos pequeñas librerías, una de ellas
en Almería. Bueno, el caso es que salvadas las dificultades pedí el libro a la
librería andaluza y tras más de una semana de espera desesperada, el libro llegó
por fin a mis manos.
Empecé a leer Stoner con
ganas y esperanza. Algo me decía que la lectura no me iba a dejar indiferente.
Así fue. Stoner es una de las lecturas que más me ha conmovido a lo largo
de mi existencia lectora
Stoner, de
John Williams, 242 páginas traducidas por Antonio Díez Fernández. En efecto,
John Williams existió, e incluso en la solapa del libro pude ver su rostro en
blanco y negro. Camisa oscura, chaqueta de espiga, corbata oscura con lunares
blancos, gafas de pasta oscura y alta graduación, ojos claros, perilla cuidada,
arrugas en el cuello, frente despejada y alta, pelo abundante echado hacia atrás
y con entradas. Un intelectual tejano cuarentón que revela en su postura cierta
timidez delicada y una vida interior cultivada con inteligencia. John Williams
(1922-1994) trabajó como periodista antes de participar en la Segunda Guerra
Mundial. Tras la guerra estudió en la Universidad de Denver y obtuvo la
maestría, algo así como una licenciatura con grado. Publicó en ese periodo su
primera novela (1948) y su primer libro de versos (1949). En 1950 Williams acabó
en la Universidad de Missouri, en la que fue profesor y obtuvo el doctorado.
Siguieron algunos libros más y se convirtió en editor de la revista literaria
University of Denver Quarterly, en la que trabajó hasta 1970. Fue profesor
universitario en Denver hasta su jubilación en 1986.
Stoner, su tercera
novela, vio la luz en 1970. Su último libro publicado fue
Augustus,
novela con la que ganó en 1973 el National Book Award de ficción. Murió retirado
con su mujer en Fayetteville, un villorrio de Arkansas.
No me cabe
ninguna duda de que
Stoner es una autobiografía novelada del propio
Williams. En una nota introductoria, el autor dedica la obra a sus amigos de la
Universidad de Missouri, preocupándose con ironía en añadir que ellos
reconocerán que tanto los personajes como la universidad en la que transcurre la
acción son pura ficción. Es evidente que la nota es un aviso a sus amigos, pues
sin duda reconocerían que mucho de lo contado estaba sacado de la realidad.
Stoner solo puede ser el
resultado de una sabiduría de lo humano sobrecogedora y emocionante. Por eso su
lectura sobrecoge, por eso hablamos de una retrato magistral cincelado una vida
común en la que brilla el tesoro de la
maravilla
Empecé a leer
Stoner con
ganas y esperanza. Algo me decía que la lectura no me iba a dejar indiferente.
Así fue.
Stoner es una de las lecturas que más me ha conmovido a lo largo
de mi existencia lectora. No, la causa no es desde luego la grandiosidad o
extraordinario de lo narrado. Tampoco lo pródigo en ideas o reflexiones de
calado.
Stoner no es desde luego un libro que esgrima entre sus valores
la trascendencia.
John Williams cuenta en esta novela la vida de un
oscuro académico a lo largo de décadas de trabajo y acontecimientos más o menos
nimios en una oscura universidad norteamericana. Stoner, el héroe por así
decirlo, es un hombre común, alejado de cualquier atisbo de brillantez evidente.
Williams relata su vida con sencillez pasmosa, sin aspavientos ni “genialidades
literarias”. Escribe con una honestidad devastadora, logrando que Stoner acabe
siendo la biografía de cada uno de nosotros, que en él nos reconozcamos, en sus
alegrías y en sus agonías cotidianas.
Stoner solo puede ser el resultado
de una sabiduría de lo humano sobrecogedora y emocionante. Por eso su lectura
sobrecoge, por eso hablamos de una retrato magistral cincelado una vida común en
la que brilla el tesoro de la maravilla, por eso hablamos de un libro y de un
personaje inolvidables que llevan a la perplejidad. ¿A qué perplejidad? A la de
que este libro genial no sea muy, muy conocido, y su autor tenido por uno de los
grandes de la literatura norteamericana del siglo XX.
Stoner ofrece fragmentos,
situaciones, escenas en las que se vislumbra la agudeza e inteligencia
psicológica de un Henry James o una Jane Austen, pero contadas con la
naturalidad desarmadora de un Chejov en estado de
gracia
Stoner es deslumbrante en su
sencillez, fascinante en profundidad oceánica pero a media voz. Es una obra de
arte en el sentido más estricto del término, alejada de lo pretencioso, de lo
espectacular…, pero, quiero, necesito, insistir en ello, de una clarividencia
sabia e inteligente, mezclada portentosamente con la emoción contenida, con una
calidez que solo puede aportar quien ha amado y sufrido a partes iguales.
Stoner ofrece fragmentos, situaciones, escenas en las que se
vislumbra la agudeza e inteligencia psicológica de un Henry James o una Jane
Austen, pero contadas con la naturalidad desarmadora de un
Chejov
en estado de gracia. La riqueza de los personajes es proverbial, y
de un mundo tan acotado y reducido desde cualquier punto de vista como una
universidad provinciana de la América profunda, no puede extraerse mayor
refinamiento, no puede construirse un mundo más complejo y abarcador que el
logrado por Williams.
Podría estar hablando de esta novela durante
horas. Pero ahora mismo tengo la sensación de no haberme acercado ni por asomo a
lo que quiero decir. Y desde luego la emoción sentida leyendo estas páginas no
está en estos párrafos ni siquiera en forma de perfume. Puse punto final a
Stoner con los ojos arrasados en lágrimas, queriendo a Stoner, sabiendo
que se había instalado en mi espíritu e inteligencia para el resto de mis días.
Cerré el libro y por primera vez en mucho, mucho tiempo, no pude levantarme del
asiento, no pude pensar en otra cosa, no pude si no dejarme invadir por el
agradecimiento perpetuo a John Williams, un tejano al que jamás de los jamases
podré ya olvidar.