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Raquel Andrés Durà: <i>Los ángeles no tienen Facebook</i> (Ediciones Carena, 2010)

Raquel Andrés Durà: Los ángeles no tienen Facebook (Ediciones Carena, 2010)

    AUTORA
Raquel Andrés Durà

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Alicante (España),1988

    BREVE CURRICULUM
A punto de licenciarse en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y en Estudios de Asia Oriental, escribe por amor al arte desde que tiene uso de razón. Ha escrito relatos y ganado algunos premios literarios, como “La joventut escriu en solidari”, del Institut Valencià de la Joventut, y el Premio Fnac-Estrella Digital de Periodismo Cultural




Tribuna/Tribuna libre
Los ángeles no tienen Facebook
Por Raquel Andrés Durà, martes, 1 de febrero de 2011
Los ángeles no tienen Facebook, porque no existen. Si fueran seres terrenales, podrías ser amigo de ellos, por lo menos, virtualmente, ya que pocos han escapado al poder de seducción de las redes sociales. Han convencido a todos: desde el panadero del barrio hasta el mismísimo presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Pero ¿qué son las redes sociales? ¿Son necesarias en la vida moderna? ¿Qué se esconde detrás de ellas? ¿Realmente todo el mundo puede acceder? ¿Fomentan la comunicación o la impersonalización? ¿Son verdaderamente gratis? ¿Qué precio pagamos por ellas? ¿Dónde está el negocio? Descubre a través del libro de Raquel Andrés Durà cómo hemos pasado de la búsqueda del contacto humano mediante los anuncios en los periódicos a las macroredes de amigos virtuales, y el precio que ha pagado el ser humano por ellas, qué significan hoy y cómo evolucionarán mañana.

ORÍGENES: LA BÚSQUEDA CONSTANTE DE LA SOCIALIZACIÓN

“Ángel” deriva de la palabra griega aggelos, que significa “mensajero”. En latín angelus equivale a “vehículo de información”. Son seres místicos asociados a obras religiosas de los tiempos de Babilonia. Son como extensiones de un determinado dios y ejemplo de comportamiento idílico. Los ángeles son mensajeros divinos que sirven a la humanidad y la guían por el buen camino.


Todas las mañanas Asunción trabaja como lavandera en una modesta tiendecita del pueblo unas pocas horas. A su marido le van bien las cosas en el campo. Cuando llega a casa, Asunción prepara la comida para sus cuatro hijos –tres de los cuales, a sus catorce años, ya trabajan en la fábrica de curtidos y apenas se les ve el pelo- y para su marido, que llega con el tiempo justo para comer y retomar la faena. Por las tardes ayuda a su hija a coser, pues se está introduciendo en el oficio de modista y todavía tiene mucho que aprender. Asunción apenas ha cumplido los treinta y dos años. Cerca de la caída del sol, siempre saca un poco de tiempo para reunirse con sus vecinas de toda la vida y charlar. Es una cita obligada. En la puerta de casa, sentadas en sillas de mimbre, comentan lo de todos los días. Nada sorprendente ni excitante, salvo las noticias del hijo de Puri que ha emigrado a la ciudad. A veces escribe una carta. Pero sólo a veces. Al parecer ha encontrado trabajo como maquinista del tranvía y eso lo mantiene ocupado. Un “hasta mañana” es suficiente para tener la certeza de que al día siguiente, en el mismo lugar y a la misma hora, se encontrarán las mismas caras con las mismas historias.

María está en la flor de la vida. Acaba de entrar en la treintena. Es licenciada en periodismo y desde hace cinco años tiene un trabajo estable como redactora de una radio con una buena audiencia. Por las mañanas trabaja. Revisar el correo electrónico es una de las tareas diarias obligatorias. Evidentemente, come el menú del día que ofrecen en el bar de la esquina, cerca de la radio. Por la tarde acaba su jornada laboral y arranca el coche para volver a casa (trabaja a unos diez quilómetros de su hogar). Su pareja llega a la hora de la cena. Mientras, aprovecha el tiempo documentándose un poco para el especial sobre la historia del ciclismo que se emitirá mañana. Llega Carlos. Cenan un bocadillo porque no hay ganas de cocinar. Antes de ir a dormir, María enciende el portátil y revisa sus redes sociales. Facebook, Tuenti... así puede mantener el contacto diario con sus amigos. ¡Otra vez se le había olvidado ver a Cristina! Hace tres meses su amiga de toda la vida tuvo un niño, pero todavía no había encontrado tiempo para visitarlo. Una llamada y todo solucionado. El fin de semana será una cita ineludible. Había visto alguna foto del retoño y era regordete. Publica algunos comentarios y sabe con seguridad que al día siguiente alguien habrá dicho algo sobre el tema.
Tan solo cien años separan las vidas de Asunción y de María.

***

El ser humano es un animal social. Ya lo dijo Aristóteles. Las primeras comunidades cazadoras-recolectoras organizadas en tribus o familias, las sociedades agrarias, las sociedades industriales. Siempre hablamos de comunidades y de sociedades. ¿Cuál es la diferencia entre ambos conceptos? Partamos del debate “comunidad versus sociedad” (1).

Acostumbramos a definir comunidad como una unidad natural y espontánea, donde la vida del individuo coincide con la vida conjunta y no se puede pensar en una vivencia plena al margen de la convivencia grupal. Una comunidad tiende a la despersonalización del individuo, siendo éste una parte insignificante del todo. En la sociedad el vivir individual precede al convivir. La comunidad es integración, mientras que la sociedad es la suma de las partes. En otras palabras, y generalizando, cuando estamos con la familia estamos en comunidad y cuando vamos a comprar al supermercado entramos de lleno en la sociedad.

Si bien no es imposible, sí que es muy difícil sobrevivir hoy día sin la sociedad actual, es decir, sin ser uno más en la suma de sus partes. Desde que nacemos nos vemos influenciada por ella: por sus leyes, por su cultura, por sus hábitos y costumbres, por su gastronomía, por sus modas, por su historia, por sus tabús… Y, evidentemente, por su sistema económico y todo lo que ello comporta: el paso del trueque de bienes por la creación de la moneda metálica gracias a la aparición paulatina de nuevos bienes de consumo. Si nos permitimos el salto temporal: el cambio de la agricultura de subsistencia a la cultura del supermercado. Este contexto es suficientemente explicativo del porqué del ser humano como animal social.

La búsqueda del contacto humano

Paralelamente al aumento de la calidad de vida de finales del siglo XX –desde una óptica primermundista, claro está–, los problemas económicos y laborales, sin desaparecer del todo, han dejado espacio a preocupaciones como el culto al cuerpo o la integración en la red social y la ampliación de contactos. Precisamente éste es el tema que queremos abordar: cómo han cambiado las relaciones humanas y la socialización con el desarrollo de la tecnología.

Nos podemos remontar a años y siglos atrás, pero comenzaremos hablando de las páginas de “contactos” de los periódicos, que ofrecen la posibilidad de conocer a personas nuestra ciudad que buscan lo mismo que nosotros. A partir de ahí, daremos el salto a Internet, que no nació con todos los elementos que tiene en la actualidad, sino que se ha ido consolidando como herramienta de socialización con el paso del tiempo: primero aparecieron los chats y los foros públicos; después se fueron cerrando y haciendo cada vez más privados, para permitir al usuario ser más selectivo con sus contactos; posteriormente, la comunicación en Internet fue creando espacios privados donde dar rienda suelta a la opinión y a la creatividad de las personas, creando el “periodismo ciudadano” sobre todo gracias a los blogs.

Poco a poco el contacto se ha ido transformando y fusionando con el intercambio, de forma que ahora ya no sólo es importante la comunicación directa, sino también poner al abasto de los demás contenido propio como vídeos o fotografías. Paralelamente al desarrollo del mundo online se consolida la telefonía móvil, que cambiará el uso del teléfono e influirá profundamente en la comunicación en Internet con su “lenguaje SMS”. Todo esto nos llevará a la explosión de las redes sociales virtuales como Facebook y Tuenti, las más populares en España.

Año 1: Busco amistad y lo que surja

El progreso de la vida urbana nos ha ido haciendo cada vez más cosmopolitas, pero en contraposición con la familiar vida rural, nos individualiza y nos encierra en nuestra vida de transporte-trabajo, transporte-casa. Dejamos de trabajar en el hogar o cerca de él y nos independizamos buscándonos la vida más lejos. La vida moderna nos obliga a invertir un tiempo en transportarnos que ya no podremos ocupar en otros asuntos. De esta forma, el vivir cotidiano nos ha hecho más egoístas inconscientemente, casi sin quererlo, porque ya no nos detenemos a hablar con los vecinos ni con el lechero que nos traía sus productos a casa. No porque no lo queramos, sino porque es el nuevo pacto social que asume que todos somos extraños y que inmiscuirse en la vida de los demás es de mala educación. Pero como hemos dicho, el ser humano es un animal social, y aunque tendamos al aislamiento, sigue siendo necesario el calor humano y la comunicación con nuestros semejantes.

Para responder a esta necesidad surgieron los breves de la sección de “Contactos” de los periódicos. Este tipo de anuncios se refería tanto al interés por conocer a nuevas personas para amistad, como a negocios relacionados con el sexo. Las personas buscan amistad “y lo que surja” entre páginas de política internacional o economía. El asunto problemático es que cada vez es menor el espacio dedicado a contactos entendidos como intenciones de amistad, al tiempo que aumenta el número de ofertas de trabajadores y trabajadoras del sexo, convirtiendo la búsqueda de socialización en negocio de algo natural que no debería serlo. A pesar de las críticas éticas, muchos diarios de prestigio y de tirada nacional siguen publicando este tipo de anuncios (El País, ABC, La Razón o El Mundo). De hecho, en junio de 2009 únicamente había dos diarios que no tenían sección de contactos: Público y 20 Minutos, que eliminó los de contenido sexual en febrero de 2007 (2).

¿Por qué el sexo ha ido acaparando el espacio de los periódicos? No sólo porque es un negocio muy lucrativo, sino por el nacimiento de las nuevas redes sociales virtuales: las personas del “busco amistad y lo que surja” han encontrado en ellas un lugar más amplio y que llega a más gente que las páginas del periódico y un servicio más barato que los breves. No obstante, el mercado del sexo también ha encontrado su sitio en las nuevas tecnologías.

Año 2: La era del anonimato

El ser humano es quien determina, con sus usos y abusos, la finalidad de los nuevos instrumentos que los científicos e inventores introducen en la vida cotidiana. El teléfono fue un instrumento ideado para los negocios. En la segunda mitad del siglo XIX, en Estados Unidos sus principales usuarios fueron los grandes bancos. Incluso se creó una red telegráfica interconectada para uso de los abogados. Pero las amas de casa encontraron en él un medio de evasión de la monotonía cotidiana dándole el gran uso de la actualidad: la simple conversación.

Internet también ha tenido una evolución curiosa. Nacida en el Departamento de Defensa de los Estados Unidos el año 1966, su finalidad inicial era encontrar una manera de acceder y distribuir información en caso de una catástrofe, como por ejemplo, un ataque nuclear. Se encuentra en plena coyuntura de la Guerra Fría y todo es posible. Ahí nació el germen: ARPANET, que unió los ordenadores de cuatro universidades de los Estados Unidos. Un arcaico sistema de transferencia electrónica dio lugar al Internet tal y como lo conocemos hoy día. Y ahí proliferaron esos espacios privados, íntimos y anónimos.

Los chats públicos en cuanto a libre acceso –no nos confundamos, pues son manejados por empresas privadas– significaron una nueva manera de interacción interpersonal apersonalizada a mediados de los 90 entre los cada vez más afortunados que disponían de un ordenador e Internet en casa. Un nuevo mundo se abría ante los usuarios de los chats: la posibilidad de conocer a mucha gente sin moverse de casa, inventar un alter ego, explorar una nueva personalidad, explotar al máximo los ilimitados límites de los seudónimos y de las personalidades anónimas, verter comentarios picantes o soeces y preguntar todo aquello que nunca antes se habían atrevido a formular, ocultos bajo una falsa identidad. Evidentemente, el hecho de que esto lo pudiera hacer yo como individuo significaba que todos los demás también eran libres de hacerlo. El anonimato supuso el destierro de los últimos tabús. De repente, podías “gritar” –en lenguaje chat, las mayúsculas representan el habla agresiva– que te morías por comer una buena paella, que te gustaba la zoofilia o que odiabas a tu vecino de arriba.

Los medios de comunicación tradicionales creaban tópicos respecto al nuevo espacio social aumentando, de esta forma, la ignorancia de las personas ajenas a esta revolución del teclado. El desconocimiento dibujaba una especie de aura misteriosa en torno a Internet, haciéndolo incomprensible e inalcanzable para las personas de cierta edad. Los programas de televisión “pasatiempos”, los que llenan la tarde con testimonios, proliferaron en la segunda mitad de la década de los noventa, en paralelo al auge del “Internet en casa” (Internet se comenzó a popularizar en los hogares españoles a partir de 1995). Y ambos elementos crearon una mezcla explosiva.

Imagina la situación. Un hombre va a un plató de televisión a pedirle perdón a su pareja por haberla engañado con otra. Una chica joven pide perdón a los padres por haberse fugado de casa para dedicarse a la prostitución. Y después, voilà, un chico gordito con camiseta negra (tópicos muy recurrentes en la televisión) explica su relación con una chica a la que (¡qué curioso!) conoció por Internet y a la que nunca ha visto, ni siquiera en foto, y cuya voz nunca ha escuchado (el mágico avance de la tecnología suplirá, poco después, estas carencias). La audiencia de este tipo de programas, generalmente de clase baja o media-baja y un nivel cultural similar (aunque ninguna clase social se priva del aborregamiento), se sorprende ante esta nueva historia (que pronto dejará de serlo) y le presta atención. Resulta que Internet ha enamorado profundamente a dos jóvenes, aseguran que se quieren como son porque no se han conocido físicamente, y emiten una crítica blanda a la superficialidad de la sociedad. Con el paso del tiempo, estas apariciones en televisión serían cada vez más frecuentes, y los espectadores unen, inevitablemente, este amor profundo al uso de Internet –y sobre todo del chat– como herramienta para ligar. Un buen valor para verlo en televisión, pero un dudoso hábito cuando son nuestros hijos los usuarios. “¡Qué horror, mi hija relacionándose con un desconocido por Internet por temas sentimentales!”. En ocasiones, los platós también reflejan la mentira escudada en el teclado de un ordenador: “¡Pero si tú me dijiste que eras rubio y que medías metro ochenta!”. Situaciones divertidas para un espacio ficticio como la televisión y que entretienen a personas aburridas de su vida.

NOTAS

(1) “Originado por un artículo de Antonio POCH y CAVIEDES publicado en 1943”. BARBÉ, E.: Relaciones Internacionales, Madrid, Tecnos, 2007, pp. 131-132.
(2) MORATINOS, G.: “
El Gobierno quiere eliminar los anuncios de prostitución de los periódicos”, El Imparcial, 03/05/2009. Consultado el 03/03/2010.



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este fragmento del libro de Raquel Andrés Durà, Los ángeles no tienen Facebook (Carena, 2010), en Ojos de Papel.
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    El motín de Esquilache, de José Miguel López García (reseña de Inés Astray Suárez)
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