La presidenta argentina
Cristina Fernández de Kirchner
apoyó enfáticamente la concesión del status de refugiado político otorgado por
la Comisión Nacional del Refugiado (Conare), un organismo formado básicamente
por instituciones oficiales y dependientes del Poder Ejecutivo. Entre los
principales
argumentos
para fundamentar su decisión se señala que Apablaza es un
“un militante político, un luchador contra la dictadura”, y en tanto tal “no es
un ciudadano común”. A esto hay que sumar las dudas expresadas por diversos
organismos argentinos acerca de la idoneidad de la justicia chilena para juzgar
a semejante héroe continental.
Ya no se trata sólo de que la historia
pudiera absolver a Apablaza, quien obtuvo en Cuba el título de comandante.
Igualmente se puede ver como un órgano administrativo y no judicial argentino,
en contra de lo señalado por la Suprema Corte de Justicia de su país, ha tomado
una
clara decisión
política, que no jurídica. De este modo, el gobierno
argentino y los organismos de él dependientes estarían estableciendo un
peligroso doble rasero en materia judicial, uno para los ciudadanos comunes, que
pueden ser extraditados, y otro para los “héroes antidictatoriales” que se
sitúan por encima de la gente y pueden escapar de la acción de la justicia.
En materia de Derechos Humanos la
visión argentina es un poco particular
La
verdad es que en materia de Derechos Humanos
la visión
argentina es un poco particular. Su jurisprudencia señala
que en los dramáticos sucesos ocurridos en Argentina entre 1974 y 1982,
mayoritariamente en los años de la
dictadura
militar comenzada en 1976, los delitos de lesa humanidad
sólo pueden ser
atribuidos al
terrorismo de estado, y que las organizaciones armadas que
también participaron en esos eventos están a cubierto de tales acusaciones. Es
decir, sólo los estados, y quienes los sirven, cometen delitos de lesa
humanidad. Será quizá por ello que el actual gobierno haya incluido en la lista
de desaparecidos de aquellos años a los guerrilleros montoneros que participaron
en el intento de asalto de un cuartel militar, en Formosa, en octubre de 1975.
En ese entonces gobernaba
María Estela Martínez de
Perón, un gobierno bastante
sui generis, Triple A y
José
López Rega mediantes, pero un gobierno elegido democráticamente al fin
de cuentas. Mientras los familiares de los montoneros caídos en la acción, cuya
suerte se conoce perfectamente, se han beneficiado de importantes pensiones y
han sido glorificados por la “historia oficial”, los diez soldados muertos en la
acción, y que por aquel entonces realizaban el servicio militar obligatorio,
prácticamente cayeron en el olvido, como denuncia un reciente libro del
periodista
Ceferino Reato. Es más, pese a su extracción
popular, sus familias no han recibido compensación alguna y únicamente perciben
pensiones miserables.
Los delitos por los que la justicia
chilena acusa a Apablaza fueron cometidos tras el retorno de la democracia y de
ahí que no valga el pasado de lucha antidictatorial del FPMR para justificar el
acto
La decisión del gobierno Kirchner
contraria a la extradición de Apablaza no sólo ha afectado las relaciones
bilaterales con Chile, que entrarán seguramente en una etapa de turbulencias y
grandes dificultades, sino también a la propia política argentina. En este
sentido, los principales partidos nacionales se manifestaron rotundamente contra
la medida, y algunos fueron todavía más allá al vincular la decisión tomada con
la política de derechos humanos del gobierno, especialmente en su variante más
propagandística. No en vano, fue esa política la que le permitió a
Néstor
Kirchner granjearse la fama de gobernante de izquierdas,
pese a sus raíces peronistas.
Como se señalaba más arriba, los delitos
por los que la justicia chilena acusa a Apablaza fueron cometidos tras el
retorno de la democracia y de ahí que no valga el pasado de lucha
antidictatorial del FPMR para justificar el acto. Es como si ETA intentara hacer
valer su pasado de lucha antifranquista en los atentados terroristas cometidos
durante la transición democrática o en fechas más recientes. Parte de la
explicación de lo ocurrido y de la decisión arbitraria adoptada por el gobierno
de los Kirchner está en la presión de
Hebe Bonafini y otros
organismos de Derechos Humanos, próximos al matrimonio gobernante, para no
extraditar a Apablaza. Según
Luis Maira, político socialista y
ex embajador chileno en Argentina: “Apablaza está muy respaldado por organismos
sociales y de derechos humanos de enorme influencia sobre los Kirchner. Estos
organismos lograron posicionar en el círculo kirchnerista y en otros sectores
políticos la causa de Apablaza como un tema de justicia básica, de hacer creer
que sus garantías procesales no serán respetadas en Chile”.
Resulta a todas luces incomprensible
que la presidenta Kirchner, que con tanto denuedo salió en defensa de la
democracia ecuatoriana, no respalde de la misma manera a la democracia
chilena
De ahí que Hebe Bonafini llegara a
manifestar en los días previos a la decisión gubernamental que las Madres están
“convencidas de que hay que darle el refugio al compañero chileno...Un país que
está condenando a los asesinos [por Argentina] no puede negarle la libertad
a quien luchó
por su país”. La ecuanimidad de Hebe Bonafini, que en su
día apoyó los atentados del 11-S, y se regocijó con sus efectos, y que mantiene
una constante defensa de las reivindicaciones de ETA, pese a sus métodos
terroristas, o quizá por ellos, se pudo comprobar días más tarde, cuando dirigió
un furibundo ataque a los jueces que componen la Corte Suprema. Sus virulentas
palabras estaban relacionadas con la Ley de Medios, parte de la guerra que
mantiene el gobierno con el grupo Clarín. Bonafini calificó a los magistrados
con gruesas palabras y llamó, en caso de que fallaran en contra de la postura
del gobierno, a tomar por la fuerza el Palacio de Justicia. Pero eso no es un
golpe de estado, según diría
Rafael Correa, sólo la expresión
de algunos movimientos sociales, que como ya se sabe no deben ser reprimidos.
En realidad, de haberse concedido la extradición a Apablaza se
cuestionaría profundamente la política gubernamental en la materia, y la
definición de terrorismo y de crímenes de lesa humanidad manejada en Argentina.
Resulta a todas luces incomprensible que la presidenta Kirchner, que con tanto
denuedo salió en defensa de la democracia ecuatoriana, no respalde de la misma
manera a la democracia chilena. De ese modo no se puede avanzar en la
construcción de la integración regional y de una América Latina unida.
Nuevamente el doble rasero, la democracia a proteger es la de los países del
ALBA, o de los que giran en su órbita y no la democracia como un valor en si
mismo. ¿Qué han dicho los gobiernos de la región, comenzando por Unasur, acerca
del fraude de ley cometido en Nicaragua para permitir la reelección de
Daniel Ortega? ¿Qué palabras se han escuchado en el sentido de
apoyar un proceso de
democratización
en Cuba? Una vez más se comprueba como los propios
latinoamericanos, y
no los Estados
Unidos como les gusta decir a algunos presidentes
regionales, son los principales responsables de sus fracasos.