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Antonio Ruiz Vilaplana: <i>Destierro en Manhattan. Refugiados españoles en Norteamérica</i> (Zimerman, 2010)

Antonio Ruiz Vilaplana: Destierro en Manhattan. Refugiados españoles en Norteamérica (Zimerman, 2010)

    TÍTULO
Destierro en Manhattan. Refugiados españoles en Norteamérica

    AUTOR
Antonio Ruiz Vilaplana

    EDITORIAL
Zimerman

    OTROS DATOS
Granada, 2010. 221 páginas. 14,96 €




Reseñas de libros/Ficción
Antonio Ruiz Vilaplana: Destierro en Manhattan. Refugiados españoles en Norteamérica (Zimerman, 2010)
Por José Cruz Cabrerizo, viernes, 1 de octubre de 2010
Confieso, no sin cierto rubor, que no soy uno de esos afortunados que han pisado la Gran Manzana. Un pobre hombre que no aprovechó a arramblar en Tiffany’s al grito de guerra de “Give me two!” cuando el euro sacaba pecho frente al dólar y los constructores se conducían en todoterrenos acorazados. A lo más que llegué fue a apropiarme de un plano del metro de Nueva York y de una caja de cerillas de un restaurante español en pleno corazón de la metrópolis. Y eso en el tiempo que viví alquilado en un piso de otra ciudad andaluza. La dueña, española, esa sí que habrá tropezado por Central Park más de una vez y se habrá subido a un amarillo conducido por un pakistaní, pues vivía en la Babel que gobernara Giuliani.
Lo que más me gustaba de la vivienda que nos tenía alquilada es que nunca la vimos (a la dueña, ya digo que vivía en N. Y., y los del piso le pagábamos religiosamente a los de la inmobiliaria). En algunas habitaciones colgaban fotos enmarcadas, originales y firmadas por el autor, de la city. A mis ojos, acostumbrados a un 1º B, aquella altura de ocho pisos que habitábamos se les antojaba neoyorkina. Y las fotos contribuían al efecto de hacerme pensar que estaba en Nueva York-Manhattan, “oh my god, in god we trust!”.

Destierro en Manhattan. Refugiados españoles en Norteamérica, es como mi discurso anterior. Primero de todo, la evocación de un recuerdo. Le sugiero que haga una prueba, trate de recordar un tiempo pasado (por ejemplo la infancia), y verá como empiezan aflorando las anécdotas gustosas, el mullido algodón de los días idealizados, pero luego, como una mala mayonesa terminan cortándose e incluso se ven infectados por la bacteria de la salmonelosis.

Cabía esperar que Antonio Ruiz Vilaplana, en su condición de vencido y exiliado, de hombre que salva el pellejo para dar con sus huesos en un país lejano y hostil, empezara soltando de la memoria el jugo bilioso, sus ácidos estomacales (aseguran que más corrosivos que el nítrico), contra los vencedores revanchistas. Pero lo que miramos asombrados es el desplegable de sus recuerdos novelados, y que consisten en un retrato fotograma a fotograma del american way of life de los primeros cuarenta. Por ejemplo a través de la veneración casi religiosa de los norteamericanos de aquel tiempo por el cine. Olvidamos por completo que nos habla un desterrado forzoso y hay que esperar a la página 56 para, con la excusa de un partido de béisbol, otear la primera señal de dolor del autor, de extrañeza, de desarraigo: “Jamás ha acudido a mi espíritu y a mi corazón con tanta fuerza y tanta melancolía el recuerdo de mi país querido, donde en cada ciudad, en cada aldea, en cada rincón en que se juntan tres españoles, yo soy uno más de ellos; conozco las alegrías y penas de cada uno y sé cuando se ríen por qué se ríen y por qué lloran cuando lloran “.

Ruiz Vilaplana es un simpatizante del alzamiento, que al poco queda profundamente marcado, convulsionado, por las atrocidades de “los suyos”, contra los que no tiene más remedio que revolverse

Después de eso Ruiz Vilaplana, que gracias en parte a su vena periodística es ahora reporter de la agencia Consodilated Press, se recobra pronto y otra vez su voz de escritor casi norteamericano (por su tono narrativo), empieza a “novelar” aspectos de aquel mundo: su malestar con un trabajo que le requiere doblegar su pulsión literaria en aras de la pureza testimonial, su asombro ante la informalidad y falta de solemnidad en actos castrenses de condecoración que se realizan incluso en medio de un programa radiofónico musical, las practicas amorosas… Pero en un quiebro sin igual, en las páginas siguientes lo que inicia es un ensayo sobre la mujer norteamericana y la facilidad, la llaneza, la claridad meridiana de las relaciones hombre mujer en aquella tierra. Sin olvidarse de enfrentar su sexualidad a la rancia y enfermiza tradición europea.

Este libro profundamente humano por lo que tiene de múltiple, de contradictorio (ya me explico más adelante), reveladoramente entretenido, sustancioso e inclasificable, no hace honor a su título: hay que esperar hasta las páginas 70-71 para que otra vez el autor flaquee mientras nada en las aguas turbias de la soledad, y ya en la página 72 nos muestre a los primeros exiliados españoles que hace propiamente amigos suyos: Don Ricardo Orozco, Alberto, y Anselmo con su niña.

No obstante se resiste todo lo que puede a llevarnos a Ellis Island, ese centro de inmigración parecido al castillo de Montjuic de los años cincuenta en que se retenía a los que sin contrato acudían a El Dorado Barcelonés. ¿Ha estado entonces dándonos vueltas como a un secuestrado con capucha al que se quiere desorientar, y eso para evitar desmoronarse? Puede que sí, porque lo que viene después es ya la descomposición de las vidas y la salud física y mental de estos tres compatriotas que luchan por sobrevivir en la jungla de hierro y cemento, su necesidad de hacerse un hueco en un entorno de relaciones exentas de clasismo pero glaseadas de frialdad. Y el mayor problema de todos: el cuerpo quiere algo de comer casi siempre. ¿O bien es que Ruiz Vilaplana se siente un afortunado frente a estos tres desarrapados y eso le lleva a incubar cierto sentimiento de culpabilidad? ¿Intuye quizá que en España hay quien considera a los que lograron escapar cobardes ventajistas? Bueno, hay otras contradicciones que quizá se le planteen: Si es republicano, ¿cómo se explica que los rebeldes, los nacionales le nombren Secretario Instructor de la Comisión de Incautación de Bienes y del Tribunal Industrial de Burgos y además se le asegure “un puesto en Madrid con la victoria de las tropas sublevadas”? ¿Cómo según declara huye a Francia “ni perseguido ni disfrazado, sino con salvoconducto en regla, saludado militarmente por la Guardia Civil, en automóvil propio y en posesión de todos mis títulos y derechos”? Seguramente su incertidumbre no se resuelva leyendo la nota introductoria que antecede al prólogo. Ahí falta un dato importante que a los editores se les ha deslizado, pero que sí que por suerte introducen en la nota de prensa que acompaña al libro y que es clave para la comprensión del Antonio Ruiz Vilaplana “tibio”en esta obra, y del Antonio Ruiz Vilaplana “favorecido” por un régimen al que sin embargo no es leal. Se lee en la nota de prensa: “En Burgos le sorprende el alzamiento militar, al que se adhiere (y aplaude) con entusiasmo, convencido de que allí la situación será menos peligrosa y que los golpistas acabarán pronto con los desmanes que había presenciado día antes en un Madrid que respiraba una atmósfera de intranquilidad y miedo, y en donde ha dejado a su familia, con la que espera reunirse pronto”.

Un pequeño retrato de nosotros mismos, hechos de egoísmo y valor, y desde luego una gran oportunidad de escuchar a aquellos cuya voz nos llega con retraso como la luz de una estrella, pero nos llega por fin

Ruiz Vilaplana es un simpatizante del alzamiento, que al poco queda profundamente marcado, convulsionado, por las atrocidades de “los suyos”, contra los que no tiene más remedio que revolverse. Bien, -podría decirse-, pero sin embargo “Destierro en Manhattan: refugiados españoles en Norteamérica” es una obra en la que un hombre habla de sí mismo y de otros desgraciados, pero que no critica con ferocidad al enemigo que destroza su vida y a su país. Quizá ahí está su verdadero valor como ser humano:

  • Primero, porque no es un neoconverso que ahora se va a la otra orilla y desde allí lanza sus diatribas para decirles a todos “mirad que rojo que soy”.
  • Segundo: con toda limpieza, sin exageraciones y documentadamente gracias a su cargo de Secretario Judicial, relata las sangrías de los que lo querían mantener a su lado, en su testimonial y anterior obra Doy fe… Un año de actuación en la España nacionalista.

Volviendo otra vez a Destierro…, es Ruiz Vilaplana un español que con razón arremete contra ciertos españoles “desnaturalizados / americanizados” que alejados de su país muchos años antes de la confrontación cainita, ya se consideran lo suficientemente “no españoles” como para criticar la holgazanería española. Lo que ya no se entiende es esa moderada inquina hacia el género de español/a que como él, espoleado/a por la necesidad de salvar el cuello, pretende empezar una nueva vida, progresar y echar raíces en aquella nación. Es como si quisiera concluir que el deber de todo español es el de volver a su tierra, como inexplicablemente desea hacer la hija de Anselmo, que en el transcurso de esta cuasi novela / ensayo / biografía / documento histórico se ha hecho una mujer académicamente cultivada y moderna.

¿Qué es un ser humano si no un cúmulo de contradicciones? Al fin y al cabo él mismo no se aplica el ejemplo: abandona los Estados Unidos para volver, no a España, sino a México, y en el camino, en Galveston, cerca de Nuevo México, inicia este libro. Luego como a Ambrose Bierce se le pierde la pista y ya nadie sabe donde muere ni cuándo.

El testimonio de una víctima más, con sus grandezas y mezquindades, su rabia y dolor disimulado, y muy pocas veces desbordado: p. 182: “¿Qué humanidad? ¿Qué mundo nuevo era aquél que se estaba forjando sobre tanto dolor y tanta pena? ¿Qué ideales o principios? ¿Qué aspiraciones o fines podían justificar o explicar la destrucción y desgracia en tanto ser humano? ¿Qué himnos o triunfales marchas podrán acallar la queja de dolor de tanto paria errante? ¿Qué bandera victoriosa podría ya cubrir el dolor de tantas felicidades destrozadas, de tanta agonía silenciosa y obscura?”. Un pequeño retrato de nosotros mismos, hechos de egoísmo y valor, y desde luego una gran oportunidad de escuchar a aquellos cuya voz nos llega con retraso como la luz de una estrella, pero nos llega por fin.

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