En su toma de contacto con los estudiantes universitarios hemos visto a
Fidel Castro enfundado en su simbólico uniforme verde oliva, aunque sin
galones, medallas ni estrellas. Quedaba atrás el chándal de marca que lo
acompaño en sus cuatro años de convalecencia. En esta ocasión volvió a hablar de
su tema favorito de los últimos meses, la posibilidad de una hecatombe nuclear.
La cosa no quedó ahí. Para dar mayor dramatismo a su mensaje señaló que “le ha
correspondido a Cuba la dura tarea de advertir a la humanidad del peligro real
que está enfrentando”. Pero no nos preocupemos, ya que esta dura y pesada tarea
ha recaído, por propia voluntad, responsabilidad y conciencia revolucionaria,
sobre sus propias espaldas.
Al centrarse en estas cuestiones debió
obviar, o callar, aquellas que habían sido centrales en su discurso más
tradicional y en su permanente lucha en defensa de la ortodoxia revolucionaria.
Si los temas abordados no eran los de antes, la imagen transmitida tampoco era
la de antaño. Sus ojos han perdido buena parte de ese brillo feroz con que
encandilaba a los suyos y sembraba el terror entre los tibios y los
contestatarios. Incluso leyó el discurso que, cosa extraña, no se extendió más
de 50 minutos. Visto lo visto, todo indica que parece estar dispuesto no a
perdonar sino a que lo perdonen. Él, el que nunca se equivocaba, ya que las
autocríticas estaban hechas siempre para los otros, como mostró de maneja
ejemplar el caso de los fusilamientos del general
Arnaldo Ochoa y del
coronel
Tony la Guardia –, ahora muestra signos de debilidad. Esta vez,
en un largo reportaje concedido al periódico mexicano
La Jornada, si bien
asumió como equivocada la feroz persecución desatada desde las más altas
instancias contra la homosexualidad en los años más duros de la revolución, se
negó plenamente a asumir su propia responsabilidad, con el argumento de que eran
años de mucha tensión y mucho ajetreo, en los que era imposible estar al tanto
de toda la agenda. Sin embargo, sí dijo que se habían excedido en el tratamiento
de la cuestión.
Como si la realidad inmediata no
existiera, o no interesara, Castro se dedicó a pontificar más de lo divino que
de lo humano, más de lo que le preocupa al orbe global que a la urbe
cubana
Pese a su actitudes recientes, lo más
curioso de su intervención ante los estudiantes universitarios de La Habana, en
línea con buena parte de sus recientes apariciones públicas y de sus últimas
reflexiones, fue la prácticamente nula alusión a los asuntos más
inmediatos. Así obvió los temas internos cubanos, los abundantes problemas
cotidianos que deben afrontar sus resignados compatriotas, la seria y grave
crisis económica que vive el país, el camino casi sin salida, en definitiva, en
que se encuentra encallada la revolución, pese a que se repita de forma
machacona e insistente el mantra de “
patria o
muerte”. Como si la realidad inmediata no existiera, o no
interesara,
Castro se dedicó a pontificar más de lo divino que de lo
humano, más de lo que le preocupa al orbe global que a la urbe cubana, y así fue
como se volvió a explayar sobre el riesgo inminente de una guerra nuclear,
aunque sin pronosticar, en esta ocasión, la fecha exacta en que ésta tendría
lugar.
A la vista de lo dicho y escrito por
Castro en las últimas
semanas se podría concluir que éste vive al borde de la conmoción por el tema
nuclear, a tal punto que lo discutió en profundidad con
Hugo Chávez y sus
reflexiones también fueron oídas por
Evo Morales. De este modo, se ha
establecido una vez más un fuerte vínculo entre abuelo, padre e hijo en la
revolución, una revolución que hoy es más bolivariana que socialista, pese a las
soflamas de unos y otros. En esta ocasión
Castro se ha plegado una vez
más a la
postura
chavista, como muestra su cerrada defensa del plan nuclear
iraní. Y así fue como se preguntó si acaso es un delito construir una central
nuclear con fines pacíficos, dando por sentado que esos son los firmes
propósitos que mueven al régimen iraní.
La transparencia del régimen cubano
sigue inmersa, como viene ocurriendo desde la época de la clandestinidad, en un
cono de sombra del que no ha podido, o no ha querido, salir
Tras su larga enfermedad, que lo tuvo al borde de la muerte,
como el mismo
Fidel Castro confesó, y su prolongada convalecencia, no es
de extrañar la reaparición de las batallas juveniles en su relato. ¿Estaremos
frente al caso del abuelo, ya mayor, recordando una y otra vez sus batallas de
otros tiempos? Porque es bueno recordar que fue en 1962, y no ahora, cuando se
produjo la llamada crisis de los misiles, el momento en que el mundo se encontró
al borde de la catástrofe nuclear. Y si esto hubiera ocurrido, él hubiera sido
uno de los principales responsables, por no decir el máximo responsable de lo
que hubiera podido suceder. Su dureza se debía a que había que demostrar,
adentro y afuera de Cuba, que la consigna que guiaba a la revolución, el ya
citado “patria o muerte”, no era una boutade y que la revolución no iba de
farol.
Las apariciones recientes de
Fidel Castro han hecho correr
ríos de tinta y han dado lugar a numerosas interpretaciones y especulaciones
sobre las reales motivaciones y el sentido último de sus palabras, como
recordaba recientemente
Andrés Oppenheimer. La transparencia del régimen
cubano sigue inmersa, como viene ocurriendo desde la época de la clandestinidad,
en un
cono de
sombra del que no ha podido, o no ha querido, salir.
Algunos inciden en el tradicional reparto de roles, policía bueno, policía malo,
entre los dos hermanos
Castro. En este caso, los asuntos de casa y los de
comer le tocan a
Raúl, mientras los importantes, los verdaderamente
trascendentales, como los de la guerra y de la paz, recaen sobre las espaldas de
Fidel. Pese a ello, no se sabe a ciencia cierta si
Fidel apoya
convencido, o a regañadientes, la labor gubernamental de su hermano
Raúl.
También están los que creen que el discurso de
Fidel en torno a lo
nuclear es sólo una cortina de humo para que no se hable de la
muerte
de Orlando Zapata Tamayo o del lamentable estado de salud
de
Guillermo Fariñas.
Mientras el mayor de los hermanos
Castro siga vivo son pocas las esperanzas de que podamos asistir a grandes y
trascendentales cambios en Cuba
De todos
modos, pese a ese distante segundo plano en que está ubicado, la capacidad de
veto y bloqueo que tiene
Fidel Castro sobre el
futuro de
Cuba sigue estando ahí y se mantiene incólume. Por eso,
mientras el mayor de los hermanos siga vivo son pocas las esperanzas de que
podamos asistir a grandes y trascendentales cambios en Cuba. A lo más, seguirá
el goteo de pequeñas y limitadas acciones de parcheo, aunque los economistas
cubanos más lúcidos insisten una y otra vez en que ya prácticamente no hay más
margen de maniobra ni más tiempo para dilatar las reformas.
La consigna
del momento es que la revolución debe permanecer por encima de todo, inclusive
por encima del cadáver del líder máximo. De ahí la plena vigencia de la ya
repetidamente citada consigna de “patria o muerte”. Sin lugar a dudas, la
revolución debe seguir siendo fiel a sus raíces, cueste lo que cueste, o sufra
quien sufra. Ojalá me equivoque, pero de ser las cosas así, este lento y agónico
seguir siendo de
Fidel Castro arrastrará a su pueblo a más sufrimiento y
a una miseria mucho mayor de la actualmente existente.