Su autor (José Luengo Camacho, Facinas, 1906 – Huelva, 1984) narra con
minuciosa escrupulosidad, como escrito de primera mano sólo unas jornadas
después de los asesinatos, cuanto vio u oyó en aquella aldea gaditana: «Allí
–escribe- estuvimos hasta el final de la toma, que fue a las cuatro y cinco de
la madrugada que se sintieron los últimos tiros», pues Luengo no desaprovecha
ocasión para incluir hasta lo que entonces podría considerarse detalle
irrelevante y hoy, por falta de testimonios similares, constituye un pilar
fundamental para cuantos historiadores se afanan en reconstruir los sucesos. En
ese sentido, el escrito del entonces guardia de Asalto contiene cientos de datos
precisos que enriquecerán la nutrida bibliografía sobre Casas Viejas, basadas,
sobre todo, en la tradición oral, por tanto en la, a veces, huidiza memoria,
cuando no en las interesadas testificaciones del juicio contra los responsables.
Considerando que no fue redactado para servir de prueba, tiene la frescura y
objetividad de quien libremente escribe, sin ataduras engañosas.
Casas
Viejas (hoy Benalup, Cádiz), paradigma de lo que después fue la represión
franquista, es lugar frecuentado por los historiadores que se ocupan de
interpretar los prolegómenos de la guerra civil. Esta localidad pagó anticiparse
a un futuro que, probablemente, nunca llegue, donde ejemplifican la utopía
ácrata, la ejecución de un plan posibilista o la desmemoria sobre hechos y
personas que vivieron, tal vez, en tiempo y lugar equivocados. Posee resonancias
internacionales como ejemplo de la iniciativa libertaria. El holocausto debía
servir de freno a otras localidades que idearan acciones semejantes, todo en
perjuicio de una república incapaz de reformar el panorama de la propiedad y dar
solución a los sin tierra.
En ese intento de buscar la verdad ha de
encuadrarse el testimonio personal que -hasta ahora inédito- transcribe este
libro, completado con anotaciones del historiador Juan José Antequera, con el
triple valor de que el narrador, testigo directo de los sucesos, pertenecía como
profesional (guardia 1º del Cuerpo de Seguridad y Asalto) al bando que se
aprestó a sofocar la intentona, a que su redacción se debió al deseo de dejar
por escrito su testimonio, sin que se lo requiriesen, y a su irreprochable
trayectoria militar y vital. Titulado «Al margen de un viaje en auto», rezuma
franqueza y aporta datos que enriquecen las versiones hasta ahora circulantes.
Sobresale la presencia, casi desde el primer momento y, por supuesto, durante la
quema de la casa de Seisdedos y -ya más dudoso- de los fusilamientos que
siguieron, de un delegado del gobernador civil de Cádiz, dando idea que el
gobierno de la nación estaba al tanto de cuanto ocurría y que, si el asunto se
le fue de las manos, el grado de responsabilidad debía comenzar por las
autoridades políticas, quienes lograron al principio persuadir a la opinión
pública y a los jueces de que el capitán Rojas -el mando militar de mayor
graduación allí desplazado- debía ser el único en cargar con la culpa, quedando
demostrado que su salvajismo fue en connivencia o complicidad con la autoridad
política provincial y nacional.
Ana Mercado,
7-7-2010