Fue el tercero de los ocho hijos de Felícitas del Río Amezcua y Dámaso
Cárdenas Pinedo, un comerciante de talante bohemio conocido por sus tertulias y
su carácter generoso. El niño Lázaro estudió hasta el cuarto año de primaria en
la escuela local bajo un maestro que le inculcó el amor al campo y a la patria y
el respeto por los demás sin distinción de credo o raza. A los 13 años se colocó
como meritorio en la Oficina de Rentas del pueblo y simultáneamente como
aprendiz en una imprenta.
Cárdenas fue un hombre genial y primitivo cuya
vida pública estuvo montada “no sobre el diamante de la inteligencia, sino en el
macizo pilote del instinto”, según la dura apreciación de Daniel Cosío Villegas.
Supo convertirse, “por instinto, por convicción, pero asimismo por habilidad
política”, en la “conciencia de la Revolución Mexicana” y durante los 30 años
posteriores a su salida del poder su prestigio fue en ascenso. De él, Arnaldo
Córdoba dijo que “Desde cualquier ángulo que se le vea, Cárdenas es una criatura
de la Revolución Mexicana, ideológica y políticamente”.
Dos décadas
después de dejar la Presidencia de la República, en 1961, Cárdenas rememoraría:
Yo no estuve en ninguna universidad. Cursé hasta el cuarto
año de la escuela primaria en Jiquilpan. Pero mi aprendizaje lo realicé en la
universidad del campo mexicano. Mi espíritu se templó en las enseñanzas que
recibí del pueblo.
Ya desde entonces llamaba la atención por su
carácter reservado y meditativo. Era, según observó el Embajador inglés en 1934,
“un hombre de una imponente presencia, con un rostro alargado cual máscara y con
los inescrutables ojos de obsidiana del indio”.A temprana edad albergaba grandes
esperanzas: en un diario iniciado a mediados de 1911 consignó: “Creo que para
algo nací […] Vivo siempre fijo en la idea de que he de conquistar fama. ¿De qué
modo? No lo sé”. En 1913 inicia su vida militar al lado del general Guillermo
García Aragón como encargado de la correspondencia y escribiente de su estado
mayor. Como militar, es de convicciones firmes, leal a sí mismo, generoso e
incluso compasivo. No sigue la práctica común de fusilar sin mayor trámite a
todo prisionero. Abundan los testimonios de que se mantuvo ajeno a los excesos
sanguinarios. En marzo de 1915 conoce a Plutarco Elías Calles y entre ambos
militares nace una corriente de simpatía. El antiguo profesor de primaria,
siempre a la búsqueda de discípulos, apoda “Chamaco” al teniente coronel
necesitado de un reemplazo para su padre muerto. Calles habría de formar
políticamente a Cárdenas y eventualmente le allanaría el camino a la presidencia
de la República. Terminada la etapa armada de la Revolución, a mediados de 1920
regresa a Michoacán como jefe de operaciones militares y durante unos días es
gobernador sustituto. Entre fines de 1921 y principios de 1925 ocupa las
jefaturas militares del Istmo de Tehuantepec, del Bajío, de nuevo en Michoacán y
finalmente en las Huastecas, en donde conocerá de primera mano el modus
operandi de las empresas petroleras extranjeras instaladas en la región. A
lo largo de estos años vio diversas acciones militares y fue herido de gravedad,
salvando la vida gracias a su “buena estrella”.
Su patriotismo tenía
raíces profundas fortalecidas en la ausencia de apetitos de poder y dinero. ¿Un
Cincinato? Quizá. Pero sin duda un luchador eficaz e implacable. Y un
sobreviviente. En la historia postrevolucionaria de México la figura de Lázaro
Cárdenas tiene proporciones casi míticas: Cárdenas el revolucionario; Cárdenas
el organizador de las instituciones del Estado corporativo mexicano; Cárdenas el
perfeccionador de uno de los más exitosos sistemas políticos contemporáneos;
Cárdenas el expropiador del petróleo; Cárdenas el centinela de la Revolución;
Tata Lázaro, padre de los marginados y desprotegidos cuyo aniversario
luctuoso es, hoy en día, una fiesta religiosa en pueblos de Michoacán.
Cárdenas, figura y memoria que polariza la visión y el juicio de
biógrafos y estudiosos de todo el espectro político e ideológico. “General
misionero”, lo santifica uno, mientras que otro lo critica por el juicio que
demostró con la mediocridad de su gabinete, y alguno más lo ensalza como
encarnación de una nueva categoría de fraternidad en el campo mexicano. Hay
quien sostiene que Cárdenas es el verdadero autor del presidencialismo que
caracterizará al sistema mexicano hasta el día de hoy y cuyo poder, más que
constitucional, dependerá de la homogeneidad ideológica y partidaria. Rogelio
Hernández escribió:
Más allá de las acciones particulares
de su gobierno, Cárdenas se distingue por haber destruido los poderes
extralegales y fortalecer las instituciones, en particular, la misma
Presidencia. Cárdenas enfrentará a Calles con el poder de las organizaciones y
del propio Estado y al eliminarlo de la política nacional también anulará todos
los poderes que Calles había impulsado y sobre los que asentaba su influencia.
Cárdenas, además de expulsarlo del país, destituyó a gobernadores, diputados y
senadores y acabó con los pocos poderes locales que aún sobrevivían, como fueron
los de Garrido Canabal y Saturnino Cedillo. Con estas medidas, Cárdenas
establecerá el presidencialismo que caracterizaría al sistema mexicano hasta
comenzar el siglo XXI.
Alejandro Gómez Arias, autonomista
universitario y respetado analista que nació políticamente durante el
vasconcelismo, nos da otra visión de la personalidad del General:
Al principio, la presencia de Cárdenas no se distingue por un genio
político deslumbrante o sobrenatural […] sino por el cambio que proponía, el
cual tenía orígenes muy diversos y donde el cardenismo era uno más de sus
elementos, quizá el más importante. [...] El cardenismo, que utilizó el término
como imagen de afiliación, tenía razón en cuanto a que sus fines eran justos y
convenientes para el país. [...] Lo extraordinario de los últimos años del
cardenismo es su notoria contradicción: Cárdenas, siendo una figura tan
importante y con tanta claridad política, estaba rodeado por un grupo de hombres
ciertamente improvisado y, en algún caso, oportunista […].
Daniel
Cosío Villegas, el historiador y forjador de instituciones educativas:
Desde luego, siempre tuve la impresión de que toda tu vida
pública estaba montada, no sobre el diamante de la inteligencia, sino en el
macizo pilote del instinto. La causa de mi asombro es que se entiende que el
instinto es una prenda predominantemente animal y la inteligencia
predominantemente humana. Entonces, ¿cómo gobernar instintiva,
animalmente una sociedad inteligente, humana?
Gonzalo N. Santos, el cacique potosino que fue prototipo de los
políticos “a la mexicana”:
Los cardenistas profesionales
pintan a Cárdenas como un San Francisco de Asís. Pero eso es lo que menos tenía;
no he conocido ningún político que sepa disimular mejor sus intenciones y
sentimientos como el general Cárdenas; […] era un zorro.
No es
fácil recuperar la esencia telúrica de un hombre que ha adquirido dimensiones
epónimas. En el caso del general Cárdenas la dificultad se acrecienta por lo
polifacético de su vida pública –y lo hermético de la privada- ya como militar,
ya como gobernador de Michoacán, ya como Presidente de la República y a lo largo
de los años como figura siempre presente en el México moderno… presente como una
conciencia. De esta presencia, Enrique Krauze nos da una bella estampa:
En la casa de mis abuelos, el nombre de Lázaro Cárdenas
tuvo siempre un prestigio mayor que el de cualquier otro presidente. […] En su
vejez, todos recordaban los episodios culminantes de aquel periodo -la expulsión
de Calles, el reparto agrario, las movilizaciones obreras, la solidaridad con la
República española, el estallido de la segunda guerra-, pero había uno que
volvía repetidamente a las conversaciones de sobremesa: la expropiación
petrolera. El discurso presidencial en la radio, las marchas de apoyo, el aporte
que todos los estratos sociales hicieron en Bellas Artes para el pago de la
deuda, quedaron en la memoria familiar como un acto de iniciación o, más
precisamente, como una ceremonia de filiación: un bautizo mexicano.
Cierto que Cárdenas se formó en la universidad de la vida, pero era un
hombre de una clara y abierta inteligencia que reconoció y se cobijó en la
influencia intelectual de otros, como su amigo, correligionario y mentor, el
general Francisco Mújica, quien lo introdujo a autores como Marx, Le Bon y
Mirabeau. Y si debió abandonar las aulas tan joven, durante el resto de su vida
fue un lector voraz que fatigó las bibliotecas y bebió desde poesía hasta
geografía, y particularmente la historia de México y de la Revolución francesa.
Pero su rasgo sobresaliente, aquello que lo diferenció y le permitió llegar a la
cumbre del poder político de su tiempo, fue una descomunal intuición política y
una formidable capacidad para entrar en sintonía con la masa. Ello explica la
permanencia, al día de hoy, de la figura de Tata Lázaro. Ningún otro
político en la historia del México postrevolucionario se ha mantenido en el
imaginario colectivo como el General. Sin embargo y quizá por razones parecidas
pero en sentido inverso, el cardenismo trascendió como lema de la revolución mas
no como doctrina para la construcción del país que soñaron los constituyentes de
1917.