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María Ángeles Medina Reyes (foto de Jesús Martínez)

María Ángeles Medina Reyes (foto de Jesús Martínez)

    AUTORA
María Ángeles Medina Reyes

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Jayena (Granada, España), 1942

    BREVE CURRICULUM
Autora de una obra de teatro infantil en prosa titulada , que fue representada en L’Hospitalet de Llobregat, con la colaboración del Ayuntamiento y de la Junta de Asociaciones de Vecinos de la ciudad, el 20 de octubre de 1992. Ha escrito Trilogía del mar, una obra aún inédita de cuentos para niños y versos para cuentos compuesta de los títulos: El estrecho litoral, Zaile (fuerza del mar) y La sirenita Mariona




Opinión/Entrevista
Entrevista a María Ángeles Medina, autora de Por los caminos del verso
Por Jesús Martínez, sábado, 1 de mayo de 2010
El cuento de Lubina Luz Divina

Lubina Luz Divina es una lubina que chapotea en las cafeterías de los arrabales de Barcelona. Le gusta frecuentar los tenderetes de menta poleo y los locales donde las madres inician conversaciones en las que no se da la orden del “estate quieto”, mientras sus fierecillas revolotean a dos metros, moviendo sillas y moviendo mesas y corriendo paredes y pernos de acero. Le gustan las cafeterías y las sofaterías en las que el silencio es un pastor amarrado a la baranda, ambientes que se prodigan en los alrededores de las escuelas públicas. Le gustan los sitios más mundanos que el huerto de Getsemaní, siendo el silencio el lobo que se come las ovejas del pastor amarrado a la baranda. Lubina Luz Divina es la única lubina, que se sepa, que se deja caer en la pica de les granjes, más alicatada que alicaída, siempre con una mano en el lápiz y con un punzón en el armiño de su corazón, confeccionado con retales de bullas, griteríos y voces infantiles.
La cuentista María Ángeles Medina es Lubina Luz Divina, o su alter ego o su doble personalidad o su reencarnación en pez cartaginés. La escritora María Ángeles Medina chapotea en las cafeterías escandalosas y bullangueras en las que el silencio se cobija en los paragüeros, y en ellas, entre que el camarero va y le pregunta “què hi posarem?” y viene y le sirve el cortado de leche caliente, traza sus cuentecillos que carecen de textos marginales y páginas de birlí. Y entre el habíase una vez del principio y el comieron perdices del final, María Ángeles zurce poemas sueltos con la gracia de un colibrí, de acento gongorino y con el eco lejano de la cuaderna vía: “Hay tristeza… y en su alma / donde le vive el dolor / no cabe la fe que calma / pidiendo resignación, / ni caben los que se callan / la verdad de una razón”. Publica Por los caminos del verso (Ediciones Carena, Colecciónn Acidalia), una antología con sus mejores decasílabos, postergada demasiado tiempo por la batahola de su afán, de peques que leen cuentos de piratas con pata de palo y que hacen trizas el silencio del pastor amarrado en la baranda de su propio asimiento.
 
Por los caminos del verso consta de 31 poemas sin conexión aparente, en la comisión permanente de la magistratura de su belleza, con el apego angelical de la dirección artística del Teatro Real, y con las comparaciones numinosas del crítico literario Terry Eagleton en El portero, y con el agua de un mar oscurecido.

Nació en 1942, de las fuentes que surten las higueras de Jayena, un pueblecito de Granada tan a su aire que no tiene web. De padre guardia civil y madre modista, quien tejía con su Singer las palabras por las que luego ella enfilaría. “Mi madre tenía la obsesión de que yo estudiara o cosiera.” María escogió la primero, porque bordar no es santo de su devoción, aun los rezos con los que postuló para novicia trinitaria. Con 13 años, de la mano de sus hermanas Francisca y Conchita, se subió al tren de la emigración con destino a Badalona, con el pelo trigueño y la sonrisa escarlata y el sinsabor traspuesto en el rostro de los humildes campesinos que salían de la tierra para arar la ciudad. “Vinimos con la avalancha de la emigración. No supe lo que era tener hambre, pero la pobreza se vivía. Me acuerdo con tristeza, pero no me gusta la tristeza, porque soy alegre y luchadora. Lo siento, soy así”, se adormece, escasamente taciturna, inclinada por milímetros a la acedía, más por el menoscabo de su parálisis, que la obliga a moverse con tirantez desde que tenía dos añitos. “Cogí un virus. Lloraba y lloraba y mi madre me cogió porque no me estaba quieta en la cuna. Y una mañana me levanté con esclerosis en la columna.”

María escogió lo primero, estudiar. Y estudió magisterio. Le gustaban las letras, y entre las letras ungidas, La hoja roja de Miguel Delibes (“sencillo y profundo”). Y le gustaban las matemáticas, y entre los números y la acuarela de ecuaciones, la fórmula de Euler, en la que e es la base del logaritmo natural, algo así como el Espronceda de los teoremas (“a mi tío Paco le encantaban Lorca y Bécquer. Le gustaba cuidar la métrica y la rima. Y a mí me gustaba la sintaxis, los morfemas, los lexemas... Las matemáticas no me entusiasmaban, pero llegaron a entusiasmarme”).

Entretanto, su madre murió de una embolia, y su recuerdo es otro cuento, esta vez de O’Henry: “Mi madre nos llevó al cole. A las ocho se puso mala. Esa noche murió”.

Y la manutención de tres niñas forzó a su padre a que se casara con Josefa, una murciana muy apañada que cantaba en la cocina como la Niña de los Peines y que no tenía pinta de madrastra, siendo irremediablemente la madrastra de este cuento; los hombres, por entonces, no habían sido educados para las tareas domésticas.

Le cuesta caminar, encorvada como las encinas de los espesares extremeños, indolente y amartelada con el feudo del idioma, aquejada por la grave enfermedad que ha desligado sus costillas, que la pinchan y la punchan y la paran cuando quiere enderezarse.

“En esta vida lo he dejado todo: la enseñanza, los niños, el amor… La poesía, no. Cuanto más escribía, más sanaba. La poesía no la he dejado.”

Ni ha dejado los cuentos. Ni las olas curvilíneas de Mamá Ola ni las sardinas enlatadas de Sabialina…

María Ángeles Medina es la autora de la Trilogía del mar, una obra inédita de cuentos para niños y versos para cuentos: 1. El estrecho litoral, en el que la sardina Sabialina huye hacia el litoral, escapando de la humillación de un mar engreído; 2. Zaile (fuerza del mar), en el que Mamá Ola enseña a sus olitas pequeñitas a bailar, antes de que el rugido de un huracán malvado las rapte con su fuerza sobrenatural y con su viento maestral de aliento contenido, que las monta en una nube y las aleja de su hogar, y 3. La sirenita Mariona, en la que el mar, enfurecido por unos peces demasiado atrevidos que se han adentrado en la tierra en una venturosa incursión, echa en su desafuero a las sirenas que en su seno reposan…

¿Qué haríamos sin los tres cuentos de Lubina Luz Divina, el único pez del Carrefour que habla por las branquias?

María Ángeles Medina se mece en el silencio de su poesía, pero prefiere el denso ruido de las cucharillas que tintinean en los cafés con niños y con cuentos, lugares en los que el silencio se acobarda y retrocede, con la boca amordazada de un pastor a quien le mataron su grey. Le gustan las letras, la métrica y la sintaxis y la morfología y los préstamos léxicos, le gustan los números y las potencias, le gustan los charcos en los que chapotear y le gusta la menta poleo, y le gustan los niños, calladitos o traviesos, con cuentos o sin cuentos, con versos o sin cuentos.

María Ángeles.—Prefiero escribir poco, porque me gusta cuidar las palabras. Ahora me he comprado un ordenador. Sé entrar y salir, no sé nada más.

Jesús.—¿Qué ordenador es?

María Ángeles.—Es uno grande y muy majo.
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