Aunque la crónica de este periodo se preste a las cadencias de una
narración mítica clásica --el héroe improbable vence múltiples obstáculos
sobrehumanos antes de llegar al monstruo escondido y degollarlo—la lucha cuerpo
a cuerpo en el barro de las trincheras políticas se trabó por motivos bien
definidos. La elección de Obama fue un rechazo a una concepción de liderazgo e
ideología política; a la guerra en Irak, y a la mendaz información utilizada
para justificarla; al desconocimiento de tratados internacionales y las
Convenciones de Ginebra; a la adopción de la tortura como método para obtener
inteligencia; a la degradación de los derechos civiles; a un presidente imperial
de pocas y dificultosas palabras, y a un vicepresidente de discurso siempre
amenazante, tenaz en su visión escatológica de la historia.
No es
frecuente que episodios históricos generen una apertura en la frontera de lo
real y lo mitológico, y que una sociedad entera este involucrada en el intenso
tráfico que sigue. Obama triunfó con votos “blancos” de los sectores mas
educados y afluentes –algo inconcebible treinta años atrás. Los hijos y nietos
de los baby boomers parecen tener una visión más realista de la
complejidad mestiza de su país, y de los límites del poder norteamericano en un
mundo ancho y ajeno. Obama se presentó como parte e interlocutor válido de esta
nueva sensibilidad. Su libro Dreams From My Father es un documento
importante en la conversación. Bastaría con haberlo escrito para asegurarle a su
autor un lugar en el corpus de la mejor literatura testimonial norteamericana
–en este caso, de la experiencia negra. Cada uno a su manera, escritores como
Dubois, Frazier, Langston Hughes, Richard Wright, Baldwin, Ralph Ellison, Zora
Neale Hurston, afirmaron su derecho a la palabra, a la nacionalidad, a la
cultura y la historia de los EEUU porque, a pesar de ser inmigrantes forzados o
descendientes de ellos, construyeron al país desde sus orígenes, como cualquier
anglo-sajón viejo y libre. El texto de Obama está escrito en diálogo con los
temas y obsesiones de estas obras, pero a diferencia de la mayoría de ellas
desemboca, arduamente, en una vindicación del mestizaje.
Baja
La noche misma en que aceptó la nominación presidencial Barack Obama
comenzó a desaparecer en la neblina. Todavía está allí, perdido y difuso.
Millones de personas que habían colocado donaciones mínimas y votado en las
primarias para que pudiera subvertir al oficialismo demócrata, tuvieron que
bajarse, gradualmente, del poderoso trance. Obama se rodeó de la vieja guardia
Clintonista, y ya en el poder continuó muchas de las políticas neoconservadoras
de su predecesor, contra las cuales había hecho campaña. A pesar de esto, el
partido republicano lo trató (y sigue tratando) como un espantapájaros
socialista/comunista, un peligro para la seguridad nacional, un musulmán
encubierto, un kenyano… Por alguna extraña razón, que alguna vez develarán los
historiadores, el tono de conversación razonable que había triunfado en las
elecciones desapareció súbitamente de la mediática plaza pública, y fue
reemplazado por este otro, dominado por la extrema derecha, apoplético,
apocalíptico. Entonces la necesaria reforma del sistema de salud pública no es
otra cosa que un plan siniestro para socializar la medicina, matar a los
ancianos y financiar el aborto. El regreso al diálogo con la comunidad
internacional, una claudicación indigna del excepcionalismo norteamericano. La
homosexualidad, un estado clínico patológico y satánico, no uno de los aspectos
normales de la condición humana, manifiesto en seres queridos dentro y fuera de
nuestras familias biológicas. El cambio climático no existe y punto. Los
científicos son, como el personaje de la obra de Ibsen “los enemigos del
pueblo.” El mundo fue creado entero y como lo vemos, hace seis mil años. El
pensamiento económico heredero de la gran tradición liberal clásica (una
operación filosófica que fue audaz y revolucionaria) es hoy una mera bicicleta
de piñón fijo: reducir impuestos y dejarle la cancha a las corporaciones. Etc.
Los pensadores y voceros del antiguo partido de Lincoln no son ya políticos ni
autores de envergadura sino comentaristas de radio y televisión sin el menor
atributo reflexivo y una colosal, abierta ignorancia de la historia. El
liderazgo sólido de Eisenhower y aun de Nixon fue reemplazado por el liderazgo
atávico y próximo a la anomia de Sarah Palin.
La marea alta y la baja,
extremas en rango, comparten una virtud: la transparencia. Todo está a la vista.
Tanto el esfuerzo quasi mitológico del pueblo norteamericano por renovarse y
trascender, como la influencia implacable de los
lobbies y grupos de
interés sobre políticos y políticas de ambos partidos. Está a la vista la
connivencia de la nueva administración con las instituciones financieras que
quebraron espectacularmente en el 2008. Los argumentos que se usan para
sostenerlas con dineros públicos son casi idénticos a los que usaba el partido
comunista chino a principios de los noventa para mantener funcionando industrias
fallidas con subsidios del Banco Mundial. Si nos dejan caer, se acaba el mundo.
También está a la vista la inoperancia del Congreso, reflejada en el cine por el
clásico de Frank Capra
Mr. Smith Goes to Washington y por el epígrafe
mortuorio del Presidente Truman: “the do-nothing Congress.” No es ninguna
sorpresa que un año de consistentes claudicaciones y ausencias del gobierno
culmine con la desvalorización del arma mas poderosa de Obama –su palabra-- y la
elección de un senador republicano en Massachusetts. En ese estado, la candidata
demócrata recibió ochocientos mil votos menos que Obama. La gente que cruzó
desiertos para ungirlo a la presidencia esta vez se quedó en su casa.
En
los últimos quince años el público norteamericano, urgido por problemas
domésticos y externos, cansado del statu quo de Washington, buscó su Hamlet
redentor. Primero fue a través de una figura inverosímil, Ross Perot. Luego, mas
sensiblemente, a través de Howard Dean. Barack Obama, el más talentoso y
complejo de todos, y el que se animó a encarnar las concentradas palabras “ser o
no ser”, fue el que llegó. Y desapareció.
Marzo 4,
2010
***
Posdata, Marzo 29: Hace unos pocos días el
presidente firmó la ley que ampliará la cobertura de las aseguradoras de salud
privadas a unos 32 millones de norteamericanos. Esto no es una reforma del
sistema de salud pública, como muchos esperaban. Se mantiene el que ya existe,
con fines de lucro, recortando algunos de sus muchos excesos y deficiencias.
Para una análisis de cómo se llegó a este punto, el contenido de la ley, y sus
pro y contra,
ver los siguientes artículos de
Michael Tomasky, publicados por
The
New York Review of Books. Al día siguiente de
firmarse la ley (bastante conservadora, como se verá en el análisis de Tomasky)
mientras un número alarmante de congresistas demócratas recibían amenazas de
muerte por teléfono, y algunas oficinas de políticos eran atacadas a
ladrillazos, una encuesta de opinión revelaba que casi un tercio de votantes
republicanos piensa que Obama es el anticristo, y un 38% que “está haciendo
muchas de las cosas que hizo Hitler.” Un 45% sigue creyendo que no nació en el
país, y por lo tanto es un presidente ilegítimo (
VER
AQUÍ). La retórica no es nueva. Tampoco la resistencia a un
proyecto de salud pública en el que el estado intervenga como regulador y/o
prestador de servicios. Y tampoco es nueva la animosidad hacia modelos Europeos.
Así lo demuestran en una discusión a fondo de una hora
tres
distinguidos historiadores norteamericanos. En un momento histórico
comparable, Franklin Delano Roosevelt enfrentó el rechazo violento de los
conservadores a su “New Deal.” Lo acusaron de ser un “traidor a su clase” y
hasta intentaron desplazarlo del poder con un, por fin, vodevilesco y fracasado
golpe de estado. Palpitando dentro de la furia descalificatoria hacia Obama de
cierta parte de la población hay una urgente emoción racista, ya harto
manifiesta y desenmascarada. Los que siguen creyendo en Obama, quienes lo
llevaron al poder, se están educando en el choque con esta y otras realidades
políticas. Su presidencia provoca el recuerdo del brillante cuento de Allan
Sillitoe, “La soledad del corredor de fondo” –introspectivo y ambiguo hasta el
final.