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Roberto Bolaño: <i>El Tercer Reich</i> (Anagrama, 2010)

Roberto Bolaño: El Tercer Reich (Anagrama, 2010)

    TÍTULO
El Tercer Reich

    AUTOR
Roberto Bolaño

    EDITORIAL
Anagrama

    OTROS DATOS
Barcelona, 2010. 368 páginas. 18 €




Reseñas de libros/Ficción
Roberto Bolaño: El Tercer Reich (Anagrama, 2010)
Por Iván Alonso, lunes, 1 de marzo de 2010
Lo dijo el mismo Roberto Bolaño (1953-2003) en la última entrevista que concedió en vida para Mónica Maristain. Póstumo “suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer el pobre Póstumo para darse valor.” Sin embargo, estos días he estado leyendo la novela póstuma de Bolaño El Tercer Reich (Anagrama, 2010) y pensando sobre esas palabras, sobre ese gladiador romano que quiere creerse invicto para darse valor.
He de reconocer que me mostré escéptico desde que se anunció la publicación de la nueva novela del escritor chileno, una obra temprana de finales de los años ochenta que el escritor revisó pero que nunca se decidió a entregar para su publicación. El principal motivo, dicen, fue la estructura de la misma, que desagradaba al siempre exigente con la construcción novelística Bolaño. Y la verdad es que El Tercer Reich es simplemente el diario del jugador de ‘wargames’ Udo Berger, que de vacaciones en la costa catalana con su novia Ingeborg relata los acontecimientos que vive en el pequeño hotel en el que ya se alojó con sus padres diez años atrás.

Primera pista: el protagonista regresa a un territorio de la infancia. Viaja, por tanto, para darse valor, para recordar el compendio de risas, amigos fieles y tardes de sol que vivió en su infancia en los dominios de Frau Else, la dueña del hotel. De más está decir que se retrata perfectamente un territorio vacacional: hoteles dirigidos por alemanes para turistas alemanes donde los pocos españoles que hay forman parte del servicio.

Pero como si de una vuelta de tuerca a los paisajes fantasmales de Comala fuera, el retorno de este jugador invicto sobre el tablero del ‘Tercer Reich’, un juego de mesa que recrea las escaramuzas militares durante la II Guerra Mundial y en el que Berger sobresale de forma notable en su país, está rodeado de fantasmas: Frau Else conserva todo su refinado y distante atractivo, pero su marido está enfermo terminal de cáncer recluido en su habitación; la ciudad sigue siendo la misma, pero la luz ya no es la de la infancia y los amigos fieles de la infancia que prometieron enviar cartas no sólo han desaparecido sino que han sido sustituidos por Charly y Hanna, dos alemanes, y El Lobo y El Cordero, dos españoles, que animan las noches de una joven pareja un tanto confundida al descubrir la diferencia en sus gustos. El regreso a la nostalgia de este valiente legionario se convierte en el regreso a un cementerio.

El escritor chileno va contando la historia de una degeneración (la del pobre Udo Berger atrapado en las fantasías militares de su juego) y de una redención, la de aquellos que sufrieron en su carne los fuegos del nazismo y del golpismo en los países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XX

El Lobo y El Cordero, epónimos que ya servirían para causar pavor a cualquiera, arquetipos de lo salvaje e inocente, figuras que remiten a lo más arcano de la literatura popular nórdica, se ven acrecentados por la presencia de un personaje inquietante, El Quemado, un hombre con el cuerpo desfigurado por un incendio que mantiene un negocio de patines acuáticos y que, por las noches, duerme en el espacio que queda al amontonarlos como un tipi indio. El Quemado es, desde luego, otro de los personajes-metáfora de Bolaño, como después lo será en su literatura la madre de la literatura hispoanoamericana de Amuleto, su alter ego Belano o el mismísimo escritor huidizo, y alemán, Benno von Archimboldi de 2666.

Con ellos, día a día, el escritor chileno va contando la historia de una degeneración (la del pobre Udo Berger atrapado en las fantasías militares de su juego) y de una redención, la de aquellos que sufrieron en su carne los fuegos del nazismo y del golpismo en los países latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XX, en realidad el único tema de fondo que le interesaba al escritor de Santiago de Chile: cómo el mal absoluto impregna el arte hasta hacerse absolutamente real.

En la pequeña localidad costera de la Costa Brava, entre las paredes de ese hotel donde el pasado es un fantasma que agoniza, mientras los turistas se marchan y todo recuerda a aquel pueblo habitado ya sólo por muertos, vuelve a recrearse la historia trágica de la extensión y muerte del Tercer Reich alemán, el mismo que consumió la vida de casi 50 millones de personas en una guerra macabra y genocida que legó a la humanidad, en palabras de Ian Kershaw, uno de los biógrafos de Adolf Hitler, “el mayor trauma moral de su historia”.

Bolaño, hombre profundamente romántico, un enamorado de la literatura como motor de vida, insufla a sus personajes un aliento quijotesco desgraciado

Udo Berger, gladiador que se cree invicto para darse valor, se sumerge en la locura del juego hasta confundir lo imaginado con la verdad, hasta centrar sus pasiones alrededor de una obsesión. Bolaño, hombre profundamente romántico, un enamorado de la literatura como motor de vida, insufla a sus personajes un aliento quijotesco desgraciado: los hace creerse locos, los llena de dudas y temores, los hace temblar y destruirse por un libro, una película, una partida, por volver, en este caso, a hacer justicia, derrotar a los generales del Tercer Reich, hacer que triunfe de nuevo el bien sobre el mal.

“Samurai + destino + viaje + no retorno + muerte”, es como definió Rodrigo Fresán en su reseña El samurai romántico la constantes de la ficción bolañesca. El Tercer Reich no sólo no es una obra menor, sino que es el inicio de todo un mundo en el que valientes detectives sin miedo en busca de la literatura se enfrentarán a su destino en un viaje sin retorno para acabar encontrando la muerte, un particular ‘bushido’ que se repite en esta novela-diario donde el destino inaplazable del samurai, o del legionario para entendernos, hace que se encuentre cara a cara con la muerte para llevar a cabo, como en la película de Ingmar Bergman, la partida final en la que, en realidad, se puede librar la suerte del universo.

He de reconocer, sí, que me mostré escéptico y comenté donde pude el tufo oportunista y crematístico detrás de la publicación de la novela póstuma del escritor literario que más ha hecho por difundir una imagen limpia e ideal del arte de escribir. He de reconocer que recordé muchas veces al atildado y tembloroso legionario Póstumo en un bosque alemán temblando de miedo pero creyéndose invicto para darse valor, para saberse inmortal. Bolaño sabía bien que era mortal, que el reloj peleaba contra él de forma especial y quizá por ello salía a la arena de los circos romanos a pelear por cada palabra y por cada letra. Tengo su foto presente mientras escribo estas líneas con media sonrisa y pienso que se ríe de mí, de mi falta de valor o, quizá, del valor que le eché al abrir los ojos y leer su novela póstuma. No queda otra con los gigantes, hay que dejarse vendar por ellos y que te envíen a buscar flores al límite del precipicio. Y entonces uno puede creerse invicto para darse valor.
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