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Stieg Larsson: <i>Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire</i> (Destino, 2009)

Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009)

    TÍTULO
Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire

    AUTOR
Stieg Larsson

    EDITORIAL
Destino

    TRADUCCCION
Martin Lexell y Juan José Ortega Román

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 860 páginas. 22,50 €



Stieg Larsson

Stieg Larsson


Reseñas de libros/Ficción
Stieg Larsson: Millennium 3. La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009)
Por Juan Antonio González Fuentes, jueves, 2 de julio de 2009
Esta reseña me está costando mucho escribirla. La razón sin duda estriba en que ya he escrito sobre el libro en otras dos ocasiones, sumando ésta nada más y nade menos que la tercera incursión crítica sobre sus páginas. Este comienzo requiere tal vez de una explicación, y “esta explicación que les debo se la voy a pagar” (broma para cinéfilos empedernidos). No, no es que haya publicado con esta tres reseñas distintas sobre La reina en el palacio de las corrientes de aire (Destino, 2009) del novelista sueco Stieg Larsson (1954-2004), es que ya he comentado en este mismo espacio las dos entregas anteriores de la conclusa trilogía Millenium, protagonizada por el cuarentón periodista Mikael Blomkvist (remedo sin duda del propio Stieg Larsson) y la hacker informática asocial Lisbeth Salander, a su vez remedo posmoderno de la entrañable Pipi Langstrump, como reconoció su creador en una entrevista poco antes de morir. Hablo entonces de tres novelas distintas ( Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire) pero formando una única historia verdadera (Millenium), o de una única novela verdadera, entregada en tres entregas (valga la redundancia), como en el siglo XIX vieron las luz casi todos los folletines y más de cuatro obras maestras de la literatura universal.
Toda esta larga aclaración es para solicitarle al amable lector de estas líneas que me haga, si le place, un pequeño favor: leer las otras dos entregas de mi comentario aparecidas en estos ojosdepapel tan acogedores, pues mis tres reseñas son, claro, tan solo una dividida en tres partes. Aclarado lo cual, me dirijo directo al grano.

En la única entrevista que en su vida concedió Stieg Larsson, el 18 de abril de 2004 a la revista sueca Svensk Bokhandel, el autor aseguraba que era en la tercera y última entrega de la trilogía Millenium, la que aquí ahora comentamos, cuando se cerraban todas las historias planteadas y se ponían todos los puntos sobre las íes, o con otras palabras, cuando toda la complicada trama expuesta poco a poco a lo largo y ancho de los dos primeros libros quedaba por fin explicada de forma cristalina y meridiana. También aseguraba entonces Larsson que, a pesar de lo dicho, cada una de las entregas podía leerse por separado, pues son historias autoconclusas. Sí y no. Sí estoy de acuerdo con el autor en lo que respecta a que el volumen La reina en el palacio de las corrientes de aire es la conclusión y cierre de todo lo iniciado en los otros títulos, y que los tres libros pueden leerse más o menos bien por separado, pues nunca terminan con un continuará... Pero no estoy muy de acuerdo con Larsson en torno al grado de independencia de los tres libros, pues insisto en la idea, a mi me parecen un mismo libro, es decir, una misma y larga historia que, hábilmente, ha sido lanzada al mercado en tres partes. Sólo puede entenderse plenamente toda la narración leyendo todas las páginas y además en su orden lógico y natural.

Dicho esto me muestro de acuerdo con la crítica en El Cultural de Rafael Narbona cuando señala que “la tercera entrega de Millenium roza la perfección narrativa al combinar con una rara precisión elementos de la intriga policiaca, la novela negra y las tramas de espionaje. La reflexión moral y política disipa cualquier ilusión de banalidad”. Sí señor, estoy de acuerdo. Tengo la ligera impresión de que cuando Stieg Larsson concibió la historia que le ha dado fama mundial y póstuma, era muy consciente del tipo de artefacto literario que quería construir para ofrecérselo al público lector: páginas de literatura ligera, de puro entretenimiento, escritas con agilidad periodística de pura raza, páginas trufadas de denuncia política y la crítica sobre aspectos muy oscuros de la en principio super desarrollada y super civilizada e intachable sociedad sueca; páginas, en definitiva, de consumo rápido y muy ameno en las que sin embargo la banalidad pura y dura no fuera un ingrediente de peso a tener muy en cuenta. Y a fe que Larsson logró su propósito.

Este despliegue hercúleo de voces o tramas, con los hilos conductor básicos y omnipresentes en casi permanente primer plano de Mikael, Lisbeth y la revista Millenium, está realizado por Larsson con ritmo y precisión. Y ahí, creo yo, reside la clave principal del éxito popular de tamaña saga

Y para alcanzarlo recurrió a fórmulas viejas y manidas pero que, como las del buen melodrama, siempre funcionan. A saber. La creación de una pareja de protagonistas en principio antagónicos entre sí desde muchos aspectos que, sin embargo, acaban complementándose a las mil maravillas aunque siempre con roces superlativos (Quijote y Sancho, no hace falta ir muy lejos). Me refiero claro está a Mikael Blomkvist y a Lisbeth Salander: hombre/mujer, distintas generaciones, distintos oficios, distintas clases sociales, distintas personalidades, distintas procedencias, distintas educaciones sentimentales y puestas en escena... Un acierto pleno eso de juntar a dos personajes tan dispares. Después, a lo largo de toda la trama desarrollada en la anchísima trilogía Larsson mezcla con paciencia y sabiduría asuntos que casi siempre han funcionan juntos o por separado a lo largo de la historia de la creación popular de los dos últimos siglos: asesinatos en serie, investigación policial, investigación periodística paralela, sexo, drogas, trata de blancas, mafias, negocios fraudulentos multimillonarios, servicios secretos, imperios políticos que se desmoronan, residuos elocuentes de fascismo, pistas falsas, persecuciones, seguimientos, etc, etc... Sólo que Larsson ha optado por mezclar las “distintas voces”, las distintas tramas presentadas (a veces sin aparente conexión entre sí), la ingente cantidad de personajes dibujados, la montaña de pistas y situaciones paralelas entre sí y por sí, con la mismísima habilidad armónica con la que por ejemplo Rossini escribía determinados fragmentos de sus óperas en los que un cúmulo variopinto de voces se van sumando con la misma frase o frases distintas, en forma de creciente espiral, hasta desembocar en una apoteosis vocal espectacular, rítmica y repito, muy armónica.

Insisto, si Rossini le hace cantar al tenor ligero una frase, a la que le suma encima la de la soprano, y a esta se le suma a la vez la de un bajo, y a todas la del barítono, y a todas las formadas ya y en pleno esfuerzo la de la mezzo, y finalmente, en un estallido prodigioso y casi inconcebible, un coro completo se une al canto de los cinco protagonistas, así ha procedido Larsson en la construcción de sus novelas. Sí, ha ido acumulando tramas distintas y aparentemente inconexas entre sí, cada trama aporta sus propios personajes principales, secundarios y terciarios, creando una especie de espiral narrativa enrevesada en su geografía pero relativamente fácil de seguir en una lectura atenta. Y esa espiral narrativa llega a su clímax o apoteosis en La reina en el palacio de las corrientes de aire, en cuyo final sinfónico y coral todas las tramas planteadas y desarrolladas encuentran por fin un hilo conductor común, una única senda principal cuyo atento recorrido aclara todo, todo lo coloca en su sitio. Evidentemente no voy a desvelar casi nada al respecto. Y evidentemente, por mucho que Larsson no lo quisiera dejar claro, Millenium requiere (quizá no exija) la lectura completa de la trilogía, desde la página uno del primer libro a la última del tercero.

Este despliegue hercúleo de voces o tramas, con los hilos conductor básicos y omnipresentes en casi permanente primer plano de Mikael, Lisbeth y la revista Millenium, está realizado por Larsson con ritmo y precisión. Y ahí, creo yo, reside la clave principal del éxito popular de tamaña saga. Larsson supo tener la habilidad literaria, de inteligencia, digámoslo ya, el talento, de que la estructura plúmbea y quizá grandilocuente y enrevesada de su aparato narrativo fuera construida con materiales ligeros, asequibles, “baratos”, y que su despliegue ante la mente del lector se haga a un ritmo trepidante, con una cadencia de dosis justas y precisas para no embotar y ser asimiladas sin esfuerzos mayúsculos. Ese es el acierto como escritor de Larsson: crear un elefante con plumas, y además hacer que algunas plumas lleven incluso consigo su letal carga de ácido sulfúrico social y político.

Resumiendo. Los personajes levantados sobre el papel por Larsson son planos, esquemáticos, sin desarrollo ni espiritual ni vital, son folletinescos en el peor sentido de la palabra en su propia concepción, pero también son variopintos y vienen a reflejar con alguna precisión lo complejo de una opulenta sociedad contemporánea

Y es que, lo tengo que adelantar en una sola pincelada a vuelapluma, discúlpenme amables lectores, el culpable último del pandemonium criminal y complejamente delictivo que plantea Larsson en la trilogía y resuelve en La reina en el palacio de las corrientes de aire, es el propio gobierno sueco, o para ser más precisos o exactos, algunas tuberías incontroladas e incontrolables del estado sueco que llegan a usar del crimen, a tolerarlo o fomentarlo en otros, en nombre de una supuesta defensa de la democracia y el bienestar del Suecia, esa sociedad para muchos ejemplo perfecto del más alto grado de desarrollo humano sobre la faz de la tierra.

Resumiendo. Los personajes levantados sobre el papel por Larsson son planos, esquemáticos, sin desarrollo ni espiritual ni vital, son folletinescos en el peor sentido de la palabra en su propia concepción, pero también son variopintos y vienen a reflejar con alguna precisión lo complejo de una opulenta sociedad contemporánea. El cúmulo de tramas y subtramas confeccionado con sapiencia artesanal por Larsson le da cierta apariencia de complejidad intelectual a las tres novelas, lo que hace que muchos lectores se sientan inteligentes y secretamente agradecidos por ello al autor. Pero el artesano Larsson logra que su enrevesada propuesta no se transforme en pieza rijosa, plúmbea e inaccesible, al contrario, la construye con ligereza y ritmo frenético, muy bien dosificado. Y por último, a los más sempiternos asuntos del melodrama y de la literatura más popular y masificada elaborada siempre con ingredientes de los pecados capitales (en este caso lujuria, avaricia, ira, soberbia y envidia) que acaban siempre en asesinato, sexo, poder y dinero, Larsson logra inocularse además trazas visibles propios de temas “culturalmente más serios y respetados”, como la denuncia de eternos residuos de fascismo, de intolerancia racista, del maltrato a la mujeres, de poderes ocultos y manipuladores dentro de los llamados estados democráticos, de la corrupción generalizada en las grandes empresas y los grandes negocios, del control político y económico de la opinión pública por parte de los distintos poderes, de la corrupción judicial, de las mafias policiales conchabadas con las organizaciones de delincuentes, del desmoronamiento incontrolado de los antiguos países bajo dominio soviético, etc...

Ni Stieg Larsson ni su(s) novela(s) pretenden quedar incorporados a próximas ediciones del Canon occidental del atildado Harold Bloom. Larsson y su obra pretendían cuando surgieron a la luz pública vender muchos ejemplares, entretener, concienciar a la masa lectora de algunas realidades y mantener cierto espíritu crítico despierto con respecto a su entorno (por idílico que pudiera parecer) entre quienes leen libros, aunque sólo sea para llamar al sueño. ¡Enhorabuena señor Larsson, lo ha conseguido con creces! Donde quiera que se encuentre puede usted descansar tranquilo. Ah!, y muchas gracias por tan buenos ratos.
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