La
historia se desarrolla en una Barcelona irreconocible, muy lejos del envoltorio
turístico y señorial de la ciudad que hace poco nos vendió
Woody Allen en
Vicky
Cristina Barcelona. La Barcelona canalla y sórdida
de los trapicheos, más allá de la fina línea que delimita la legalidad. Y sin
embargo, los protagonistas podrían ser cualquiera de nosotros. Ella es joven, de
una belleza felina irresistible, quizá una estudiante más… pero las apariencias
engañan. Tiene a sus espaldas una larga experiencia de ratera. Su padre la
inició con tan sólo tres años.
Él aparece y desaparece al ritmo de los
trabajos que le encargan. Tiene un crío de siete años al que no dedica el tiempo
suficiente y del que se hacen cargo principalmente sus padres ya jubilados – los
abuelos echando algo más que una mano. Y esto último es quizás el punto más
interesante de la película, esa confusión que produce en el espectador la vida
común descrita, la de todos, engarzada en negocios mucho menos comunes y algo
más peligrosos.
Sin efectos especiales y describiendo una realidad tan
cruda como exenta de belleza, negra y sólida en su conjunto,
25 kilates
es un descubrimiento más que agradable como lo fue a su vez
Azuloscurocasinegro,
de
Daniel Sánchez
Arévalo, en 2005. Ha cosechado reconocimientos en festivales menores
y ojalá Amezcua proporcione, de ahora en adelante y con una huella muy
particular, frescura y calidad a nuestro escueto cine que este año se ha quedado
sin uno de los grandes con la decepcionante
Los abrazos rotos de
Pedro
Almodóvar.
Tráiler de 25 kilates de Patxi Amezcua (colgado
en YouTube por keane 43)