El Jurado de la XI edición del Premio Río Manzanares de
Novela ha optado por galardonar una obra de fuerte carga erótica que
plantea historias vitalistas llenas de destinos cruzados, El jardín de
ajenjo, publicada por la editorial
Calambur.
¿Cómo definirías El jardín de
ajenjo en un par de frases?
Una historia de
pasiones extremas en una época sobrada de ellas. Aventuras de gente desventurada
que se agarra a ilusiones descarnadas como huesos para poder sobrevivir.
La II Guerra Mundial ha servido de inspiración en un sinfín de
ocasiones a la literatura. En tu novela retratas personajes descarnados,
historias trágicas, familiares y personales con las que consigues acercar el
lector al conflicto bélico, ¿cómo te surgió la idea de escribir una historia
así?
La novela tiene su origen en un relato erótico, casi
pornográfico, que escribí hace mucho sobre los mismos personajes. El caso es que
lo dejé en un cajón y me olvidé de él durante un tiempo. Hasta que un día caí en
la cuenta de que en esa historia, alargándola y dándole más profundidad, había
una gran novela en potencia. Así que me puse a la tarea un verano y, antes de
que llegase la caída de la hoja, ya la había concluido tal y como está. Fue una
escritura intensa, muy absorbente, aunque tenía a mi favor que redactaba sobre
una base sólida, un diamante un bruto que había que pulir, tarea que sólo podía
conseguirse agrandando la idea original.
¿Crees que con El jardín
de ajenjo el lector se encuentra ante un ejemplo típico de novela negra?
Si entendemos por novela negra aquella que investiga un misterio,
a menudo escabroso, y que de camino va retratando entresijos más sórdidos de la
sociedad, creo que sí, que El jardín de ajenjo es una novela negra por
los cuatro costados. No es una novela negra típica como si aconteciese en
Chicago, pero hemos de reconocer que al son de la samba en nada desmerece Río de
Janeiro de un arrabal holliniento. Aquí hay no uno sino varios misterios
superpuestos que se irán descubriendo por medio de la indagación de los
personajes. Y a raíz de ello ante nuestra mirada aparecen sujetos siniestros,
una violencia creciente que llega a ser dolorosa para el lector, y una sociedad
corrupta de la que parece que nadie puede escapar.
Desde las primeras
páginas de El jardín de ajenjo aparece el mismísimo Orson Welles para
contextualizar la trama y como homenaje al cine. Se dice que Ciudadano
Kane fue capital a la hora de sentar las bases del moderno lenguaje
narrativo cinematográfico. ¿Crees que tu novela se podría llevar a la gran
pantalla?
Por supuesto que en El jardín de ajenjo hay
un película, y de las buenas, de las de toda la vida. Mi estilo de escritura es
muy gráfico, no sé si para bien o para mal de la calidad literaria, pero no hay
duda que se presta mucho y sin gran esfuerzo a la adaptación del cine. Orson
Welles siempre ha sido un artista, y un personaje, que me ha fascinado. Es como
un titán que surgió enorme al nacer, que sostuvo el mundo sobre sus hombros de
genio, y que luego lo dejó caer sobre nosotros los mortales en una decadencia de
décadas que más tenía de autodestructiva que de escasez creativa.
Leyendo tu curriculum, es obvio que has conseguido ser un narrador
con mucho oficio, pero, ¿en qué otros géneros literarios te sientes cómodo?
He escrito algunas poesías, cuentos varios de muy distintas
extensiones, un ensayo, y unos cuantos guiones para televisión y cine. Digamos
que en todas esas modalidades me defiendo aceptablemente, aunque sin duda mi
fuerte son las novelas, y, cuanto más largas, mejor.
El amor, con
todas sus variables, es una clara constante en tus textos, pero ¿qué otros
aspectos de la existencia humana cobran valor simbólico en tu obra?
Una idea fundamental que subyace en mi obra es la reflexión que
realizo, a veces muy aventurada y en ocasiones de modo muy poético, acerca de
las construcciones mentales que el ser humano pergeña para ilusionarse sobre la
vida, para hacérsela más soportable. Más o menos, salvando las distancias, lo
que hizo Cervantes con Don Quijote.
Volviendo a El jardín de
ajenjo, la historia transcurre en el Brasil de Getulio Vargas que conservó
el poder hasta 1945, mantuvo relaciones cordiales con Estados Unidos y le
declaró la guerra al Eje. Sin embargo, en la novela el instaurador del Estado
Novo se percibe como una figura un tanto pusilánime, (comparado con Franco,
uno de los protagonistas lo tacha de “lechón sopero”…)
Getulio Vargas fue un sujeto de cuidado, como todo dictador.
Aunque fue un dictador atípico, en el sentido de que no montó un régimen
represor espantoso como se estilaba por entonces en Europa. Quiso mantenerse
entre dos extremos por medio de un autoritarismo light. La prueba es que
conservó en su gabinete a ministros que hubiesen pasado por demócratas en otras
latitudes. Tuvo una primera etapa en el poder casi hasta el final de la Segunda
Guerra Mundial. Durante un tiempo dudó en apoyar a Estados Unidos en la guerra
o, como mínimo, mantenerse neutral llevado por sus simpatías con los alemanes. A
diferencia de los argentinos con Perón poco después, supo ver por donde venía el
aire de los tiempos y eligió la opción más conveniente para él y Brasil
acercándose a las democracias occidentales. Consintió que los Estados Unidos
montasen una base aeronaval de lucha contra los submarinos alemanes en Recife a
cambio, claro está, de que los americanos abriesen unas cuantas fábricas en
Brasil. Incluso mandó una fuerza expedicionaria para ayudar a los aliados en la
liberación de Italia. Sin embargo, el ejército no creía que su conversión fuese
sincera y le destituyó. Tuvo una segunda etapa de gobierno en los años
cincuenta. Pero una serie de escándalos le pusieron en una posición muy precaria
de cara a la opinión pública. Entonces, una tarde se encerró en su habitación
del palacio de Catete y se pegó un tiro en el corazón. En su testamento echó la
culpa de su desventura a los yanquis. En efecto, al lado del sibilino Franco fue
un hombre quizá demasiado ingenuo. Franco jamás hubiese estropeado su corazón.
¿Qué escritores han influido en tu obra? ¿Cuáles son tus
referentes?
Mis influencias son tan variadas que no podría
mencionar nombres de literatos a riesgo de olvidar a muchos. Creo que ningún
novelista me ha marcado hasta hacerme emulador suyo. Más bien lo que me ha
guiado son obras específicas, y no todo en ellas, de muchísimos autores. A veces
creo que adolezco de falta de lecturas de narrativa. Pero también me digo que
esa carencia acaso sea una ventaja, en el sentido de que no tengo la creatividad
encorsetada por paradigmas o modas, sino que, en base a sólidos fundamentos, me
puedo permitir el lujo de ir por donde yo quiera sin espectros como compañía, e
incluso innovar.
Teniendo en cuenta que todas tus novelas publicadas
han sido galardonadas, ¿qué opinión tienes sobre los premios literarios?
Los premios son una opción tan legítima como otra cualquiera para
abrirse camino en el mundo literario. Es más, para los autores no consagrados a
menudo se convierte en el único medio de publicación. Y alabados sean aquellos
escritores que, a base de premios, demuestran que no pertenecen a cuadras
editoriales.
¿Se podría considerar El jardín de ajenjo una
novela histórica en vista de la época y de los personajes reales que en ella
aparecen?
Hay una teoría que dice que toda novela es
histórica si narra hechos que se desarrollan en una época de más de cincuenta
años de nosotros en el pasado. En cierto sentido podría decirse que cualquier
novela tarde o temprano llega a ser histórica. He escrito varias adrede de este
género. El jardín de ajenjo tiene mucha historia, pero, al igual que esas
otras obras mías mencionadas, hay un aspecto en ella que se impone, y no es otro
que la geografía. Mis personajes y sus aventuras siempre están en movimiento,
siempre están haciendo algo a través de una geografía que es como un personaje
más. Mis novelas más bien son topográficas desde la mente al corazón.
¿Cómo construyes tus novelas? ¿Te embarcas en ellas sin saber a qué
puerto llegarás, o lo tienes muy claro antes de escribir la primera línea?
Previamente a ponerme delante del teclado uso mucho el lápiz y el
papel. Y antes del esto debo tener la historia muy clara en la cabeza. Siempre
he dicho que el acto creativo tiene mucho que ver con las vacas. Porque en
esencia consiste en rumiar ideas hasta que toda una serie de piezas a base de
darles vueltas y más vueltas encajan en un cuadro general. En cuanto tengo una
idea con su final, ya prácticamente la novela ha cuajado. Tener el final es
fundamental, porque es el faro en la lejanía que te va guiando. En El jardín
de ajenjo, por ejemplo, estaba convencido que el final debía ser muy sutil,
de una ambigüedad calculada, a prueba de los lectores más perspicaces.