El 
Bauman 
marxista y antinazi coincide con el Lipovetsky hedonista y 
lleno de optimismo en contemplar el mundo actual como algo líquido y 
desestructurado. La teoría de la sociedad líquida del polaco y la de la 
hipermodernidad del francés contemplan esta era como una época en la que la 
autoridad desaparece a manos de la seducción, el glamour y la belleza. Una 
sociedad en la que la comunicación juega un papel central como señala 
David Morley 
en Medios, modernidad y tecnología (Gedisa, 2008) 
o 
Christian 
Salmon en Storytelling 
(Península, 2008). 
La pantalla global está construida sobre 
dos grandes ejes. El primero está marcado por el gigantesco y brillante análisis 
que Gilles Lipovetsky viene haciendo de la postmodernidad desde que en 1983 
publicase 
La era del vacío, un espectacular despiece de la sociedad 
postmoderna. El segundo eje de interés se apoya en el impresionante número de 
películas diseccionadas en estas páginas, debidas sobre todo a Jean Serroy, 
crítico de cine y experto en la cinematografía de finales del siglo pasado y 
comienzos del presente. 
Acostumbrados como estamos los cinéfilos a que 
sean los directores de filmes los más frecuentes estudiosos del cine, llama la 
atención, de entrada, este intento de penetrar en los misterios del arte 
realizado desde la reflexión académica. Para encontrar algo semejante hay que 
remontarse a los dos volúmenes de 
Estudios sobre el cine del Gilles 
Deleuze de 1986. Libro este último que, sin duda, ha pesado sobre Lipovetsky y 
Serroy –profesores ambos en la Universidad de Grenoble- y les ha llevado a 
adoptar lo que denominan un “enfoque global”. Desde ese parapeto han renunciado 
a la semiótica del cine, tan querida por Deleuze. Al renunciar a estudiar el 
cine como un sistema autónomo de signos, al no buscar las estructuras del 
lenguaje cinematográfico ni pretender un análisis fílmico apoyado en una 
clasificación minuciosa de imágenes, nuestros autores se han instalado en un 
territorio bien conocido por Lipovetsky: el del cine como hipercine, que 
establece lazos con la sociedad y la cultura a la vez que transforma nuestra 
visión de la realidad. 
Para nuestros autores la 
transformación hipermoderna afecta al conjunto de la sociedad e inicia la 
andadura de la pantalla global. Las nuevas tecnologías de la información y de la 
comunicación remiten al “nuevo dominio planetario” de la 
pantallaesfera
Comienza 
La pantalla 
global tomando carrerilla en la senda trazada por Lipovetsky en sus últimos 
libros. Abandonado por ambiguo e inadecuado el concepto de postmodernidad, la 
realidad estaría marcada por una “modernidad superlativa” que se ha 
transformado, ya en el siglo XXI, en una hipermodernidad. Tras lo que Lipovetsky 
denomina “la segunda revolución individualista” está el avance de las 
tecno-ciencias, el desarrollo de la democracia, los derechos del hombre y el 
mercado. Esta sociedad del hiperconsumo no se libraría, sin embargo, de 
contradicciones. “
La felicidad 
paradójica” sería una de ellas. Mientras todo el mundo se 
declara feliz en las encuestas o en las entrevistas, las depresiones, ansiedades 
o dificultades para conciliar el sueño, entre otros trastornos nerviosos, siguen 
en aumento. 
En esta exploración de la sociedad hipermoderna, Lipovetsky 
entra, acompañado por Serroy, no ya en el cine sino en su transformación en 
hipercine. Dicha transformación es el producto final de una evolución cuyo 
primer momento lo encontramos en la “modernidad primitiva” que conforma el marco 
social y político del cine mudo. Griffith, Lang o Murnau son los grandes 
directores de la época. En un segundo momento, que va desde los primeros años 
treinta hasta 1950, se despliegan los estudios cinematográficos. Estaríamos en 
la “modernidad clásica”, época en la que el cine se convierte en el ocio popular 
por excelencia. Son años en los que las películas se atienen a esquemas 
narrativos aristotélicos. El espectador debe entenderlo todo desde su butaca. El 
director es, con pocas excepciones, un engranaje más de una gran producción 
industrial que utiliza grandes decorados. 
El tiempo transcurrido entre 
los años cincuenta y setenta ejemplifica la 
modernidad vanguardista y 
emancipadora. Aparecen los signos que anticipan una ruptura estética. La 
nouvelle vague francesa, el 
free cinema inglés
, el cine 
contestatario de la Europa del Este o el 
cinema nouvo brasileño conforman 
las vanguardias que anuncian una transformación radical en las formas de hacer 
cine. Se busca otra manera de escribir guiones, se modifican las reglas del 
montaje y se impone la juventud como valor dominante. Freud invade Hollywood y 
el cuerpo se abre paso. Esta modernidad liberadora e individualista rompe el 
molde del cine clásico. Transcurridos los años ochenta se entra, en opinión de 
Lipovetsky y Serroy, en una cuarta fase de la historia del cine que transcurre 
paralela a la dinámica individualizadora y a la mundialización de la economía. 
“Cuando la revolución no está ya en candelero, el cine experimenta la más 
radical de su historia”. 
En esta sociedad del hiperconsumo, 
el cine cumple una función narrativa que no sólo mueve conciencias sino que se 
convierte en un modelo de interpretación del mundo. Esta “cinematización” de la 
sociedad del siglo XXI se aprecia, según los autores, tanto en las actividades 
públicas como privadas. “El estilo-cine ha invadido el 
mundo”
Para nuestros autores la 
transformación hipermoderna afecta al conjunto de la sociedad e inicia la 
andadura de la pantalla global. Las nuevas tecnologías de la información y de la 
comunicación remiten al “nuevo dominio planetario” de la 
pantallaesfera. 
Se consagra una “pantallocracia” como resultado de la convergencia de las 
múltiples pantallas que rigen la vida social. Dicha vida social se construye 
sobre los cuatro grandes principios organizadores de la era hipermoderna: la 
teconociencia, el mercado, la democracia y el individuo. En esta sociedad del 
hiperconsumo, el cine cumple una función narrativa que no sólo mueve conciencias 
sino que se convierte en un modelo de interpretación del mundo. Esta 
“cinematización” de la sociedad del siglo XXI se aprecia, según los autores, 
tanto en las actividades públicas como privadas. “El estilo-cine ha invadido el 
mundo”. 
A cualquier lector de Lipovetsky le consta su optimismo. A lo 
largo de su obra ha buscado siempre encontrar el lado bueno. La botella ha 
estado siempre medio llena. ¿Somos cada vez más individualistas? No importa, la 
solidaridad entre los seres humanos sigue creciendo. El margen de maniobra 
individual lo interpreta como aumento de la capacidad reflexiva. ¿La moda nos 
hace conformistas? Todo lo contrario, el mundo es cada vez más diferenciado y 
creativo y más indiferente a las barreras de clase. 
La pantalla global es 
también un texto que rezuma optimismo. Conviene recordar que dicho optimismo no 
es compartido por autores de la talla de Armand Mattelard, que en 
obras 
como Diversidad cultural y 
mundialización (Paidós, 2006) contempla con 
alarma de qué modo el control de la comunicación está cada vez más en manos de 
un reducido número de personas más pendientes de sus beneficios inmediatos que 
de la democracia o el interés general. 
Lipovetsky y Serroy no ven más 
que ventajas en el mundo “apantallado” en el que, en su opinión, estamos 
entrando. No les alarma la proliferación de pantallas de vigilancia que desde el 
Reino Unido como modelo se está extendiendo a lo largo y ancho del mundo. No les 
inquieta la omnipresencia de la publicidad. Prefieren quedarse con las inmensas 
capacidades creativas que el cine digital, Internet y los ordenadores ponen a 
disposición de un número cada vez mayor de personas. Seguramente aciertan, el 
mundo es hoy más libre y responsable. Quizá quedan zonas oscuras, zonas por las 
que ambos autores pasan de largo, y 
tal vez sea un 
poco forzado considerar el séptimo arte como el referente interpretativo del 
mundo actual.